El bautismo del siervo.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

El bautismo del siervo.

(Marcos 1:9-11). Este pasaje registra la primera aparición del Señor Jesús en la Palabra de Dios desde que fue visto en el Templo a la edad de doce años. Todo lo que sabemos de los próximos dieciocho años de Su vida está resumido por las palabras que dicen: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia ante Dios y los hombres (Lucas 2:52). Esos años de silencio de la vida de Jesús fueron años de preparación mental, física y espiritual para su obra, como el Mesías y como el Salvador.

Se nos dice en el versículo 8, de Marcos 1, que Jesús vino “en aquellos días”. ¿Por qué Jesús escogió este tiempo para dar a conocer su identidad y misión a los hombres? Bueno, porque era el momento adecuado. Juan el Bautista había abierto el camino como precursor del Señor. Las multitudes de Juan el Bautista eran grandes y su ministerio estaba en su cúspide. Jesús vino en este momento porque Juan había terminado su obra y había llegado el tiempo de que menguara. Jesús vino porque era el tiempo señalado por Dios para su revelación.

La siguiente frase dice, es interesante, “Jesús vino”. Cuando Jesucristo hizo su aparición pública allí a orillas del río Jordán, fue un momento que cambió el mundo para siempre. Desde que Adán pecó en el Edén, la humanidad había estado buscando un Redentor que viniera y reconciliara a los hombres con Dios. Desde el principio de los tiempos, la humanidad caída había esperado la aparición de un hombre perfecto que desafiaría al pecado y a Satanás para liberar el alma humana de la esclavitud del mal. Cada hombre que había vivido hasta ese día era solo otra alma caída. La humanidad nunca había sido capaz de producir uno que pudiera liberarla de su condición perdida. Muchos miles de soles habían salido y se habían puesto en un mundo sujeto a las garras de una iniquidad aplastante. Pero, el día que “Jesús vino”, ¡todo cambió! Cuando Jesús aparece, nada permanece como estaba. Esto lo pueden testificar Zaqueo, el gadareno, quien había estado endemoniado, la mujer que había padecido por flujo de sangre, Saulo de Tarso, Simón Pedro o cualquiera de las vidas que Jesús tocó con su palabra.

Hoy queremos ver estos versículos y considerar los eventos que rodearon el bautismo del Señor Jesucristo. Hay algunas grandes bendiciones en estos versículos, si nos tomamos el tiempo para tomarlas. Hay algunas preguntas que también serán respondidas para nosotros. Tomemos, entonces, tiempo, para meditar en el “bautismo del siervo”, y encontrar lo que nuestras almas necesitan en estos momentos. ¿Qué nos dice, entonces, el bautismo del siervo?

NOS MUESTRA LA APARICIÓN DEL HIJO (v. 9).

Como ya he mencionado, esta es la primera aparición registrada del Señor Jesús en dieciocho años. Cuando aparece, viene a Juan el Bautista para ser bautizado por él. Ahora, en el versículo 4 nos dice que el bautismo de Juan fue “el bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados”. En otras palabras, las personas que acudían a Juan, no solamente confesaban públicamente sus pecados, sino que también se sometían al bautismo como un acto de fe en la Palabra de Dios.

Entonces, ¿por qué fue bautizado Jesús? El mismo Juan se opuso a bautizarle, entendiendo que Jesús, siendo quien era, no necesitaba ser bautizado (Mateo 3:13-15). Miren, Jesús y Juan eran primos. Por lo que, muy probablemente Juan conocía el tipo de vida que Jesús había tenido hasta este tiempo. Juan sabía que, si alguien había vivido conforme a la voluntad de Dios, ese era Jesús. Juan sabía que Jesús era un hombre santo. Sin embargo, Jesús le dijo, Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15). Jesús quiso ser bautizado, no porque necesitase el perdón de pecados, sino para cumplir con la ordenanza de Dios. Nadie, entonces, podría decir que Jesús, este hombre santo, se había opuesto a algún mandamiento del Padre Celestial. Jesús mostró que él era obediente al Padre.  Jesús no vino a Juan para confesar pecados y ser bautizado, y así ser perdonado. Jesús no tenía ningún pecado del que necesitaba arrepentirse (2 Corintios 5:21; 1 Pedro 2:22). Entonces, ¿para qué se bautizó? Jesús se bautizó para hacer una “aparición”, para exhibir algo acerca de él y su misión en este mundo.

En el bautismo, apareció para hacer una declaración: cuando Jesús se presentó para el bautismo, estaba haciendo una declaración pública de algunos hechos importantes.

Jesús fue bautizado para identificarse con el ministerio de Juan el Bautista. Mire nuevamente lo que Juan había estado predicando, v. 7-8. Jesús vino a Juan para poner Su sello divino en lo que Juan había estado diciendo. Juan había estado predicando a la gente este mensaje: “¡El Reino de Dios se ha acercado! El Mesías viene”. Jesús vino a ser bautizado por Juan para decirle a Juan y al pueblo: “¡Yo soy el Mesías!”.  Jesús fue bautizado para que Juan supiera que Jesús era el Mesías (Juan 1:33; Marcos 1:10). Fue bautizado para señalar el comienzo de su ministerio público.

Entonces, el bautismo del Señor Jesús fue una declaración pública de que él era, de hecho, el Mesías prometido; que Él era el Salvador enviado para reconciliar a Dios y al hombre. Él sigue siendo el único camino a Dios (Juan 14:6; Hechos 4:12).

En el bautismo, apareció para aceptar una dedicación. En Su bautismo, Jesús estaba aceptando voluntaria y públicamente la misión que su Padre le había encomendado. Jesús había venido a este mundo con el único propósito de llevar a cabo el plan de Dios para redimir a los pecadores. Jesús vino a ofrecer el Reino y a ofrecer Su vida en la cruz como rescate por el pecado (Marcos 10:45; Juan 18:37). Israel rechazó la oferta de su Mesías, pero Dios aceptó la ofrenda que Cristo hizo en la cruz (1 Juan 2:2; Es un. 53:11. Entonces, Jesús dejó las sombras del anonimato para embarcarse en su misión pública de “buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

En el bautismo, apareció para hacer una demostración: el bautismo de Jesús también sirvió para permitirle identificarse con las mismas personas a las que vino a salvar. Cada una de esas personas que acudieron a Juan para el bautismo buscaban una nueva vida. Estaban buscando el perdón de sus pecados y una relación con Dios. Jesucristo vino a dar esas mismas cosas a los perdidos. Él nació en un cuerpo humano para poder vivir entre nosotros y morir por nosotros. Fue bautizado para identificarse con nosotros. Su bautismo lo identificó con aquellos a quienes vino a salvar. Les mostró que él ya está aquí.

En el bautismo, apareció para representar su propia muerte y resurrección. Así como las aguas fangosas del Jordán descienden hasta morir en El mar muerto, de este modo los días de la vida de Jesús lo llevaban hacia una cita con la muerte. Cuando Jesús se sometió al bautismo de Juan, estaba representando lo que le sucedería algún día. Entraría en la muerte en la cruz y resucitaría en la resurrección. Sabía que se dirigía hacia un bautismo llamado muerte (Lucas 12:50). Así, Jesucristo estaba demostrando su solemne resolución de dar su vida en la cruz para nuestra redención.

¡Gracias a Dios que vino por nosotros! Estábamos condenados y nos dirigíamos al Infierno y no podríamos habernos salvado de ninguna manera. Jesús dejó la gloria del Cielo para vivir y morir en este mundo cruel, para salvarnos de las consecuencias eternas del pecado.

Hace tiempo leí una historia que me parece pertinente compartir ahora. Se trata de la historia del “niño y su abuelo”. Un día que el abuelo llegó a casa de su hija, encontró a su pequeño nieto metido en un corralito, solo, y sin poder alcanzar sus juguetes que estaban en el piso. El abuelo entró y con una gran sonrisa y los brazos extendidos, llamó a su nieto quien lo miraba con una gran sonrisa. El nieto le dijo, “Abuelo, dame un abrazo”. Y el abuelo lo sacó del corral y, tomándolo con sus manos, lo alzó para darle un abrazo. Luego del abrazo, el abuelo bajó al niño al piso alfombrado, justo donde estaban los juguetes del niño, y juntos comenzaron a jugar. Minutos después, llegó la mamá del niño, y dijo con severidad. Niño, ¿qué estás haciendo allí jugando? No debiste pedirle a tu abuelo que te sacara del corral, puesto que estabas castigado. Entonces, y mientras el niño lloraba, su mamá lo volvió a meter al corralito. Esto no lo podía soportar el abuelo. Y mientras veía al niño sollozar y sumamente triste, el abuelo sorprendió a su propia hija, y con todo y al asombro de ella, se metió al corralito con el niño. La mujer le dijo, “Papá, ¿qué estás haciendo?” Y el abuelo dijo, “Lo único que puedo hacer”. El abuelo sabía que no podía deshacer la decisión de la madre del niño, por lo que no tuvo otro remedio que descender al mismo lugar donde el niño estaba. El abuelo cumplió con los requerimientos de la madre del niño, y al mismo tiempo mostró su amor y compasión por su pequeño nieto.

Eso mismo fue lo que hizo nuestro Señor. Jesús caminó hacia el desierto de nuestras vidas, tomando nuestra misma condición. Aceptó el sacrificio que todo eso implicaba para él, y para salvarnos, para rescatarnos, pagó el costo debido para nuestra liberación. Gracias a eso hoy tenemos vida eterna.

NOS MUESTRA LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU (v. 10).

Cuando Jesús fue bautizado, sucedió algo maravilloso y extraordinario. Marcos nos dice, “cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él”. Los cielos fueron abiertos. La Sagrada Biblia, versión oficial de la conferencia española, del año 2011, dice que los cielos se “rasgaron”. Eso mismo dice la Biblia Textual en su cuarta edición. Esto sucedió justo en el momento que el Espíritu descendía sobre Jesús en forma visible.

Necesitamos tomar un momento para considerar al Espíritu y lo que hizo en la vida de Jesús. Estos versículos nos ayudan a obtener un poco de comprensión.

Vemos una imagen que evoca un sacrificio. El evangelista nos dice que el Espíritu vino “como paloma”, y lo interesante es que, la “paloma”, nos recuerda los sacrificios que comúnmente ofrecían los pobres. Dice Levítico 5:7, Si el culpable es una persona muy pobre, de modo que no tiene forma de ofrecer una oveja, entonces ofrecerá dos tórtolas o dos pichones de paloma: uno como ofrenda por el pecado y el otro como holocausto” (NBD. II edición, 2008). Fueron también dos “tórtolas” lo que José y María ofrecieron cuando Jesús fue presentado en el templo (cfr. Lucas 2:24). En la mente de la gente, estos animalitos estaban asociados con el sacrificio.

Así, cuando Jesús vino a este mundo, vino a vivir una vida de sacrificio propio. No vino a vivir para sí mismo, vino a vivir y morir por los demás. El Espíritu de Dios ungió a Jesús para una vida de sacrificio.

Pero, otra cosa interesante sobre las palomas, es que son tenidas como aves asociadas con la paz, la dulzura y la humildad. Y, ¿sabe qué? Todos estos fueron atributos que marcaron el ministerio terrenal de Jesucristo. ¡No olvide que Jesucristo es Dios en carne humana! Pudo haber entrado en este mundo como un hombre de guerra, poder y juicio. En cambio, vino como el Príncipe de Paz (Isaías 9:6). Podría haber venido a destruir el mundo y condenar a los pecadores. En cambio, vino a morir en la cruz para poder convertir a los pecadores. Él podría haber llamado el fuego de Dios desde el Cielo para incinerar a todos los enemigos de Dios. ¡En cambio, Él absorbió el fuego de la ira de Dios en Sí mismo en la cruz para que los pecadores pudieran ser salvos! Cuando el Espíritu de Dios ungió a Jesús, lo ungió para una vida de sacrificio en beneficio de todos nosotros.

Vemos una preparación para el servicio: podemos preguntarnos por qué Jesús, quien era Dios en la carne, necesitaba ser ungido con el Espíritu Santo. Bueno, no fue ungido porque necesitase poder, puesto que él es todopoderoso. No fue ungido por haber perdido sus atributos divinos tampoco. Fue ungido por la forma en que decidió vivir en este mundo. Recuerden, él tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en esa condición, fue ungido para servir a los hombres. Sobre esto, Lucas 8:18-19, dice, El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.

Todo lo que Jesús hizo, lo hizo como un hombre lleno del Espíritu. Como hombre lleno del Espíritu, vivió una vida perfecta. Él satisfizo las justas demandas de la Ley de Dios. Cumplió perfectamente todas las reglas y normas. Luego, como hombre, fue a la cruz a morir para derramar Su sangre inocente y perfecta como expiación por nuestros pecados.

La vida de Jesús establece un tremendo ejemplo para el resto de nosotros. Nunca viviremos vidas perfectas porque hemos experimentado algo que Jesús nunca experimentó: el pecado. Pecamos y nos quedamos cortos, pero si cedemos al poder del Espíritu de Dios y le permitimos guiar nuestras vidas con su palabra (Efesios 5:18), el fruto del Espíritu (cfr. Gálatas 5:22-23) dará como resultado una vida agradable a él. Viviremos vidas llenas de poder que glorifica el nombre de Dios.

Vemos la perfección y confiabilidad de las Escrituras. El Espíritu vino sobre Jesús para cumplir las antiguas profecías acerca del Mesías. Los profetas del Antiguo Testamento predijeron que el Mesías sería un hombre lleno del Espíritu (cfr. Isaías 11:1-5). Ante esto, los judíos siempre estuvieron a la expectativa; y sus maestros siempre les enseñaban que la venida del Señor sería espectacular. Por ejemplo, en una obra apócrifa titulada, “Testamento de los doce patriarcas”[1], que se cree fue escrito por los doce hijos de Jacob, y que forma parte de la Biblia armenia ortodoxa de Oskan (1666), en el “testimonio de Leví”, hablando del advenimiento de un nuevo sacerdote, dice: “Los cielos se abrirán, y desde el templo de la gloria vendrá sobre Él la santificación con la voz del Padre, como de Abraham, el padre de Isaac. Y la gloria del Altísimo se pronunciará sobre Él, y el espíritu de entendimiento y de santificación reposará sobre Él en el agua.” (III:18).

Así que, cuando ocurrieron los eventos del bautismo de Jesús, los judíos habrían reconocido estas señales como el cumplimiento de las profecías relacionadas con el Mesías, y con aquellas enseñanzas que recibían de parte de sus propios maestros. Jesús es quien fue anunciado por los profetas, para ser el redentor de su pueblo.

NOS MUESTRA LA APROBACIÓN DEL PADRE (v. 11).

El tercer evento que ocurrió cuando Jesús fue bautizado fue la voz del Padre Celestial saliendo del Cielo. Cuando Dios habló, expresó su aprobación de Jesús como Su Hijo. La palabra “”, puede expresarse como “tú y solo tú”. Esto identifica a Jesús como el “Hijo unigénito de Dios”. La frase, en ti tengo, indica que Jesús siempre ha sido agradable al Padre. No es que llegó a ser agradable al Padre por haberse bautizado, sino que siempre y eternamente fue agradable. Nunca hubo, ni habrá un instante en que Él no sea grato al Señor. La palabra “amado”, indica el vínculo especial de amor que existe entre Dios Padre y su Hijo. Consideremos este pronunciamiento del Padre mientras observa el bautismo de Su Hijo. Dios estaba expresando su aprobación de la vida y el ministerio del Señor Jesús. Note tres pensamientos de este versículo.

Lo que el Padre dijo, fue una aprobación pública: el Padre estaba dejando que Juan el Bautista y todos los demás que lo escucharon hablar supieran que estaba complacido con su Jesús. Estaba poniendo su divino sello de aprobación sobre la vida y el ministerio del Señor Jesús. Esta no sería la última vez que el Padre hablaría para que los hombres supieran que Jesús tenía Su aprobación. En el Monte de la transfiguración, en Mateo 17:5, Dios dijo, Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. Cuando Dios dice que está “complacido” en el Hijo, está diciendo mucho. La palabra “complacido”, implica no solamente aprobación, sino también la expresión resultante de algo que es placentero. Durante cuatro mil años, Dios había estado mirando a la humanidad y todo lo que había visto era pecado, fracaso y debilidad. Cuando miró a Jesús, vio santidad, perfección y poder. Dios habla para que el mundo sepa que el Hijo y Su ministerio tienen Su sello de aprobación.

Lo que el padre dijo, fue una aprobación personal: cuando Dios habló ese día, también estaba hablando para el beneficio del Hijo. Durante treinta años, el Padre había estado observando a Jesús mientras crecía y maduraba. Lo vio interactuar con María y José. Observó a Jesús mientras interactuaba con sus medios hermanos y medias hermanas. Lo miró en casa, en la sinagoga, en la ciudad y en el campo. El Padre había observado a Jesús todos los días de Su vida. Lo había observado en el lugar secreto mientras oraba. Escuchó cada conversación. Conoció cada pensamiento. Escuchó cada palabra. Ahora, después de treinta años de observación, Dios da su veredicto sobre la vida terrenal de Jesús. Dios lo mira y dice: “¡Estoy muy complacido!

Mis hermanos, Jesús era Dios en la carne. Pero, Él también era humano. Como cualquier niño, necesitaba la aprobación de su Padre. Cuando Él escuchó estas palabras del Cielo, la resolución en Su alma de llevar a cabo la voluntad del Padre debe haber sido mayor que nunca.

Personalmente, me siento muy bien cuando el Padre celestial me da un voto de confianza. Él lo hace de vez en cuando con cada uno, y me regocijo cada vez que viene y dice sobre lo que hago, “Estoy complacido”. Es una bendición saber que estamos agradando al Señor, y saber que él sí se da cuenta de eso: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:58).

Lo que el Padre dijo, fue una aprobación profunda: cuando Dios pronunció su aprobación del Hijo, también expresó su aprobación de todos los que están en el Hijo. Cuando una persona es salva, es añadida al cuerpo de Cristo, y nuestra vida está “vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). Nuestra vida le pertenece. Por eso, si estamos en Cristo, y su permanecemos en Cristo, el Padre nos aprueba también a nosotros. “En ti tengo complacencia”, eso es también para usted, si usted está y permanece en Cristo.

CONCLUSIÓN.

Muchas cosas sucedieron el día que Jesucristo fue bautizado por Juan en el Jordán. Lo más grande fue el comienzo de un ministerio que terminaría con Jesús en la cruz muriendo por nuestros pecados. Gracias a Dios por la vida que vive, el ministerio que cumplió y el don que nos dio.

Pero usted, ¿Ha confiado en Jesús como su Salvador? Si no, Él murió por usted y puede ser salvo si vienes a Él precisamente hoy.

¿Está usted viviendo su vida bajo el control del Espíritu Santo? ¿O necesita pedirle a Dios que limpie su vasija para que pueda llenarla hoy? Hágalo, él le ha estado esperando.

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[1] http://www.earlychristianwritings.com/text/patriarchs.html

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