Justificados, no por ley, sino por fe.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

Justificados, no por ley, sino por fe.

Romanos 4:13-16.

A medida que avanzamos en este cuarto capítulo de Romanos, hemos sido desafiados por la vida de Abraham. Era un hombre muy reverenciado por los judíos de la época de Pablo, y Pablo apeló a la vida de Abraham para enseñar a sus lectores que la salvación era por fe. Él ya nos ha enseñado que nuestras buenas obras no pueden salvarnos (v. 1-8); luego nos mostró que la circuncisión tampoco tiene el poder de salvar el alma (v. 9-12). Ahora, en estos versículos, Pablo nos va a revelar la verdad de que guardar la ley tampoco puede salvar el alma.

Tristemente, muchos en nuestros días parecen pensar que la salvación funciona de acuerdo con ese principio. Muchos creen que si guardan la ley, entonces serán salvos. Pero, la verdad es que, si alguien cree tal cosa, ¡son culpables de creer una doctrina falsa! La verdad del asunto es esta: ¡nada de lo que hagamos puede salvar nuestras almas!

Esta es la lección que Pablo quiere enseñarnos esta mañana. ¡Él quiere que aprendamos la verdad de que la ley es un sistema imperfecto, mientras que la fe es un sistema que cien por ciento funcional! Miremos esto un poco más profundamente mientras pensamos en el tema: “Justificados, no por ley, sino por fe”.

EL PROBLEMA DE LA JUSTIFICACIÓN POR LEY (v. 13-15).

La llave que abre la puerta del entendimiento con respecto a estos versículos, es el hecho de que Pablo se está refiriendo a una promesa que el Señor le hizo a Abraham. Esta promesa se encuentra en Génesis 12:1-3, Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.

Esta es básicamente una promesa triple. Dios prometió hacerlo padre de una multitud, prometió dar a su descendencia la tierra y prometió bendecir a todas las naciones del mundo a través de su simiente. Esta promesa se reduce a una promesa de salvación y nos dirige a la primera venida del señor Jesucristo años después. Jesús es “la simiente” por la cual el mundo sería bendecido (Gálatas 3:16).

La idea que Pablo está tratando de transmitir en este versículo, es que esta promesa no tiene nada que ver con “la ley”. De hecho, esta promesa fue dada 500 años antes de que se diera la ley en el Monte Sinaí. El punto de Pablo es que la promesa y la ley son dos eventos separados y no deben confundirse.

La promesa que recibió Abraham no se basó en su bondad, ni en el cumplimiento de una serie de leyes. La promesa estaba basada enteramente en su fe en Dios. Dios no miró a Abraham y le dijo: “Has sido una buena persona y has hecho todo lo que te pedí. Por eso te voy a bendecir”. La verdad histórica es que Abraham también le falló a Dios. Él era simplemente un humano frágil como el resto de nosotros. Sin embargo, recibió la promesa del Señor. Luego, esa promesa no estaba fundamentada en su bondad, sino que se basaba enteramente en la bondad del Señor, y dependía enteramente de su fe.

Ahora, si las promesas de Dios requieren que las personas guarden la Ley, y de hecho, cualquier ley humana para obtener la bendición de Dios, ¿qué dice eso acerca de la ley y de la fe? Pablo responde eso en tres declaraciones cortas que necesitan ser entendidas.

Tal idea paraliza la fe (v. 14a). Según Pablo, la fe y la Ley son mutuamente excluyentes. Si las promesas de Dios se dan con base en guardar la ley, ¡entonces la fe no tiene cabida en nuestras vidas! No se pueden tener los dos al mismo tiempo. En otras palabras, si podemos llegar al Cielo guardando la ley, entonces no necesitamos fe. Sin embargo, si la salvación es por fe, ¡entonces no importa si guardamos la ley o no!

Toca al hombre decidir qué camino seguir para su salvación. El camino de la fe o el camino de la ley, pero no puede andar por ambos caminos. Si creemos que debo hacer una variedad de cosas por las cuales seré salvo, entonces estoy confiando en una ley meramente humana. Si estoy confiando en cosas, obras o reglas para llegar al cielo, entonces anulo la necesidad de la fe.

Sin embargo, si estoy confiando en la fe para salvarme, sé que no es lo que hago, sino a quién conozco lo que hace la diferencia en mi salvación. Con eso en mente, quiero decir que podemos tratar de llegar al cielo de la manera que queramos, tratando de ser buenos y llegar allí, o podemos intentar llegar allí confiando total y absolutamente en Jesús. Pero, no podemos tener ambas cosas. O es por ley o es por fe. ¿Cuál camino seguirá usted?

Si es por ley, entonces se cancelan las promesas (v. 14b). Si la viene por guardar la ley, ¡entonces no necesitamos las promesas de Dios! En tal caso no tiene sentido tener fe. Si puedo agradar a Dios comportándome bien, entonces no lo necesito para ir al cielo, puedo llegar solo haciendo lo correcto. ¡Lamentablemente, sus esfuerzos nunca funcionarán para salvar su alma! No importa cuán buenos intentemos ser, no podemos guardar la Ley a la perfección. ¡Simplemente no funcionará!

Suponga que le ofrezco $100 pesos por subir a la azotea, extender sus manos y volar. ¿Quién será el primero en intentarlo? Bueno, si veo que no hay nadie, entonces subiré la oferta. Ofrezco 1000 pesos a quien lo haga. Bueno, ofrezco 10,000 pesos a quien suba a la azotea, extienda sus manos y vuele por el cielo. Es más, ofrezco un millón de pesos, ¿quién está dispuesto a hacerlo? Sé que nadie lo hará, porque todos saben que es IMPOSIBLE. Puedo ofrecer grandes cantidades de dinero, y nadie lo intentará porque saben que no pueden volar como lo hacen los pájaros. Es imposible.

Lo mismo ocurre con tratar de obtener la salvación guardando la ley. ¡Ninguna persona puede guardar la ley! No importa cuánto lo intenten, no pueden hacerlo. La ley promete vida para aquellos que pueden guardarla, pero nadie puede, ¡así que la promesa queda sin efecto! No importa la recompensa que se ofrezca, nadie puede guardar la ley, Pues la ley produce ira (v. 15). La ley condena a los pecadores, no los salva.

La ley es la base de la condenación del hombre (v. 15a). Dicho sencillamente, ¡las demandas de la ley son imposibles de cumplir para nosotros! Por lo tanto, cuanto más exige Dios de nosotros, más fallamos. Cuanto más fallamos, mayor es nuestra culpa. Cuanto mayor sea nuestra culpa, mayor será la ira de Dios contra nosotros. En otras palabras, estamos en serios problemas porque no podemos guardar la ley. Si estamos pensando en que podremos guardar la ley para llegar al cielo, estamos en una situación desesperada y miserable.

Leamos en la palabra de Dios cuál es el problema de pretender guardar la ley y así llegar al cielo: Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos (Santiago 2:10). En pocas palabras, si solo quebrantamos un área de la ley, ¡entonces somos culpables de quebrantar toda la ley! Supongamos por un instante que robamos algo. Podríamos pensar que solo hemos quebrantado el octavo mandamiento en Éxodo 20:15, que dice, “no robarás”. Sin embargo, una mirada más cercana a la Biblia, revela que, de hecho, si hemos hurtado, hemos violado toda la Palabra de Dios.

Recuerdo una vez en que rompí una ventana con una piedra. Todo lo que hice fue abrir un pequeño agujero en una esquina de la ventana. Solo rompí una parte, pero se tuvo que reemplazar toda la ventana. Hermanos, no existe tal cosa como un “pequeño pecador”. No existe tal cosa como un “pecador moderado”. ¡Eso es como decir que una mujer está “un poco” embarazada! En el juicio final, necesitamos entender que, si hemos quebrantado la ley de Dios en un solo punto, entonces somos culpables de quebrantar toda la ley. ¡La ley exige nada menos que la perfección absoluta del hombre! Por lo tanto, debemos alabar al Señor porque la salvación no llega guardando la ley, ¡sino simplemente por la fe!

EL PODER DE LA FE (v. 16-17).

Ahora, Pablo revela el otro lado de la moneda. Él nos dice en estos dos versículos, que la fe es muy superior a la ley, porque la fe hace lo que la ley nunca podría hacer. Note estas verdades conmigo ahora.

La fe es admitida por la gracia de Dios (v. 16a). La fe es un reconocimiento de la incapacidad humana para guardar la ley. Es el reconocimiento de que la salvación depende de la gracia de Dios. ¿Qué es la gracia? Es el amor y el favor inmerecido de Dios hacia los pecadores. Dado que la salvación es inmerecida, pues todos hemos pecado, entonces la salvación es posible por gracia. Pablo lo dijo así en Efesios 2:8-9, Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Como vemos, no podemos trabajar para ser salvos, no podemos actuar de alguna manera para ser salvos. La salvación existe por la gracia de Dios.

La fe asegura la salvación del alma (v. 16b). El problema abordado aquí es uno de seguridad. Si la salvación se produce al guardar la ley, ¡entonces nadie puede estar seguro de que realmente es salvo! ¿Es posible estar seguro de la salvación? ¡Absolutamente! Noten lo que dice 1 Juan 5:13, Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. ¡Este versículo es claro! Es posible estar seguro de que somos salvos. Sin embargo, si debo guardar la ley para ser salvo, nunca podré saberlo con seguridad, o puedo concluir que no seré salvo. ¡La única forma real en la que puedo estar seguro del cielo y de mi salvación es por la fe en Jesucristo!

Pensemos en esto. La Biblia nos dice que ningún mentiroso será permitido en el cielo (cf. Apocalipsis 21:27). Ahora. Déjame hacer una pregunta. ¿Alguna vez hemos dicho una mentira? ¿Qué significa eso para nosotros? ¿O todo depende de cuántas mentiras hayamos dicho? ¿Es 1 mentira, 2 mentiras, 100 mentiras las que nos mantendrán fuera del cielo? ¿Están bien las pequeñas “mentiras piadosas”? ¿Qué hay de robar? ¿Alguna vez hemos robado algo? ¿Alguna vez engañamos a alguien? ¿Siempre le hemos dado a Dios lo que él nos pide? ¡La Biblia nos dice que robar quebranta la Ley, Éxodo 20:15! Bueno, si ese es el caso, ¿cuánto robar es suficiente para mantenernos fuera del cielo? ¿10? ¿100? ¿1,000?

Veámoslo desde el otro lado. ¿Cuánto bien necesitamos hacer para estar seguros de que seremos salvos? ¿Cuántas buenas obras deben realizarse para que estemos seguro de que somos salvos?

¿Ven el punto? Si la salvación viene por la ley, ¡entonces nunca podemos saber con seguridad dónde estamos parados!

¡Alabado sea el Señor! Pablo nos dice que la gracia de Dios hace que la promesa de Dios de salvación a través de la fe sea “segura”, firme. ¡Usted y yo podemos saberlo! ¡La salvación es una realidad!

La fe permite que todos puedan aspirar a la salvación (v. 17a). Pablo se basa en Génesis 17:5 para señalar este punto y nos recuerda que Dios prometió hacer de Abraham el padre de “muchas naciones”, no solo de los que sean judíos. Dado que es por fe, la salvación está disponible para todas las personas en el mundo. No hay requisitos carnales que nos lo impidan. Dios ha abierto las puertas de la salvación e invita a cualquiera que quiera venir y ser salvo (cf. Apocalipsis 22:17; Romanos 10:13).

Si hubiera restricciones a la salvación, ciertas personas o grupos de personas quedarían fuera. Si fuera solo para los ricos, los pobres irían al infierno. Si requiriera una educación avanzada, entonces los que carecen de educación irían al infierno. El punto es que la salvación es para todas las personas, de todos los ámbitos de la vida, en cualquier situación y circunstancia. Cuando Jesús murió en esa cruz, murió por los pecados del mundo, ¡y cualquiera que venga a Él puede ser salvo!

La fe reconoce el poder de Dios para salvar (v. 17b). ¡La fe funciona porque descansa en el poder de Dios! Pablo describe al Señor de 2 maneras.

  1. Él hace que los muertos vivan.
  2. Él habla y las cosas que no han existido se hacen realidad. 

Cuando Abraham puso su fe en Dios, fue vivificado en Dios y recibió cosas de Dios que eran imposibles desde el punto de vista humano. Vio nacer a un hijo cuando él tenía 100 años y su esposa estéril tenía 90 años.

Esto ilustra el problema básico con la Ley: la Ley no puede cambiar al pecador y no puede darle vida. Todo lo que la Ley puede hacer es señalar nuestra debilidad y recordarnos el juicio inminente. Esto también ilustra el poder de la fe. La fe salva porque la fe mira más allá de la debilidad y la pecaminosidad del hombre, y mira a un Dios que tiene el poder de dar vida al pecador muerto y que tiene el poder de llevar a esa persona al Cielo, no por la bondad humana, sino por el poder de El Señor.

CONCLUSIÓN.

¿Qué significa todo esto para nosotros? Simplemente esto, si alguna vez esperamos residir en el cielo, entonces debemos aprender la valiosa lección de que solo sucederá si confiamos en Jesucristo. Nuestras buenas obras y nuestras buenas intenciones no nos salvarán. Sin embargo, cuando nuestra fe está puesta en Jesús para la salvación, somos declarados justos por Dios, somos aceptados por Dios. Experimentamos algo que la ley nunca podría producir. La ley exige un cambio exterior, pero nunca puede cambiar el corazón. La salvación, por el contrario, cambia el corazón, lo que produce un cambio exterior. ¿Dónde está nuestra fe? ¿Reposa en la vanidad de la ley y en hacer el bien? ¿O descansa en Jesucristo y su sangre? ¡Nuestra eternidad depende de nuestra respuesta!

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