Nehemías 6:5-9.
Hay heridas que no dejan marca en la piel, pero se instalan profundamente en el alma. Las palabras falsas son de ese tipo. No golpean el cuerpo, pero golpean la reputación, la conciencia y, en ocasiones, la fe. Pocos dolores son tan persistentes como el de ser acusado injustamente, especialmente cuando uno solo intenta obedecer a Dios.
La mayoría de nosotros conoce esa experiencia. En algún momento hemos hecho lo correcto, hemos buscado agradar al Señor, y aun así nos hemos encontrado con oposición, sospechas, insinuaciones maliciosas o acusaciones abiertas. Y lo más desconcertante es que esas acusaciones suelen venir precisamente cuando la obra de Dios avanza.
Vivimos en una época que tolera muchas cosas, excepto la fidelidad cristiana. El creyente que se mantiene firme es etiquetado como intolerante, retrógrado o peligroso. No es raro que hoy se presenten caricaturas del cristiano fiel como si fuera un enemigo social. El mensaje es claro: cede, calla, adáptate… o prepárate para ser señalado.
Nada de esto es nuevo.
Nehemías se enfrentó a ese mismo espíritu. No era un agitador político, ni un ambicioso disfrazado de líder espiritual. Era un hombre llamado por Dios para restaurar lo que había sido destruido. Sin embargo, el progreso despertó odio. Y cuando la burla no funcionó, cuando la distracción falló, el enemigo recurrió a su arma favorita: la calumnia.
Este pasaje nos muestra no solo las falsas acusaciones, sino también cómo responder a ellas sin perder la fe, el rumbo ni el carácter.
LA CALUMNIA DE SANBALAT (Nehemías 6:5–7)
Cuando el enemigo no puede detener la obra con burlas ni distracciones, intenta destruir al obrero. Eso es exactamente lo que hace Sanbalat.
Es sostenido por una determinación persistente.
Este es el quinto intento. Cinco veces. Sanbalat no se cansa. No improvisa. No actúa por impulso. Tiene un objetivo fijo: detener la obra y derrotar a Nehemías. Aquí aprendemos una lección incómoda pero necesaria.
El enemigo no se rinde fácilmente.
Hay una ingenuidad peligrosa en pensar que, si resistimos una vez, el conflicto terminó. El enemigo no se desalienta por un “no”. Insiste. Regresa. Cambia de estrategia, pero no de propósito.
La Escritura no nos engaña que “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.” (2 Timoteo 3:12) No algunos, sino “todos”, y esto, no ocasionalmente. Es un hecho.
Ahora, la oposición no es señal de fracaso espiritual; muchas veces es evidencia de que la obra va por buen camino.
Exhibe su intención maliciosa.
Sanbalat envía una carta abierta. En el mundo antiguo, eso no era un detalle menor. Las cartas oficiales se sellaban. Esta no. ¿Por qué? Porque Sanbalat quería que todos la leyeran. Quería que la acusación circulara antes de que la verdad pudiera alcanzarla. Quería sembrar sospecha, no buscar justicia.
Así funciona la calumnia. No necesita pruebas, solo repetición. No necesita argumentos, solo difusión. Aquí conviene detenernos un momento y mirarnos al espejo.
Cada vez que repetimos un rumor, cada vez que compartimos una acusación no verificada, cada vez que “solo comentamos lo que se dice”, nos convertimos en mensajeros del enemigo, aunque nuestra intención no sea mala.
La iglesia no sufre solo por ataques externos, sino también por lenguas internas que no saben callar.
Sus acusaciones graves.
Sanbalat acusa a Nehemías de rebelión y traición. Primero, dice que Nehemías conspira contra el rey. Luego, afirma que busca proclamarse rey de Judá, incluso usando profetas como propagandistas. No son errores menores. Son acusaciones capitales. De ser creídas, Nehemías podría morir. Aquí aprendemos algo crucial.
El enemigo no acusa con cosas pequeñas cuando puede acusar en grande. Cuando el enemigo ataca, apunta a destruir por completo. No busca incomodar; busca eliminar.
Y no debe sorprendernos cuando los ataques contra el pueblo de Dios se vuelven desproporcionados, exagerados o absurdos. La lógica del que calumnia no es su herramienta; pues su instrumento es la intimidación.
Su intimidación es calculada.
“Esto será informado al rey.” No es una promesa; es una amenaza. Sanbalat quiere provocar miedo, parálisis, autocensura. La intimidación siempre busca lo mismo, que el creyente deje de hacer lo que Dios le mandó.
Hoy no siempre se amenaza con cárceles o muerte, pero sí con aislamiento, desprestigio, cancelación, pérdida de oportunidades. El mensaje sigue siendo: “Si sigues, pagarás un precio”.
Pero la verdad sigue siendo la misma, la intimidación nunca produce justicia, solo silencio.
Su falsa invitación al diálogo.
Después de acusar, Sanbalat propone, diciendo, “Ven, por tanto, y consultemos juntos” (v. 7) Es la táctica más refinada del enemigo, donde primero te desacredita, luego te invita a negociar.
No busca entendimiento. Busca concesión. No busca verdad. Busca rendición. La iglesia debe aprender esta lección, no todo llamado al diálogo es noble, y no toda negociación es fidelidad.
La verdad no se negocia. La obediencia no se diluye. La fidelidad no se ajusta para quedar bien.
LA FIRMEZA DE NEHEMÍAS (Nehemías 6:8–9)
Aquí el texto se vuelve luminoso. Frente a la calumnia, Nehemías no reacciona con pánico ni con orgullo. Responde con verdad, discernimiento y oración.
Su respuesta clara.
Nehemías no escribe un tratado. No se defiende con retórica. Dice, simplemente, “No hay tal cosa como dices.” (v. 8a) A veces la respuesta más poderosa es la más sencilla. La verdad no necesita adornos.
Luego añade, “sino que de tu corazón tú lo inventas.” (v. 8b) Nehemías identifica la fuente del mal. No se esconde. No titubea. No se disculpa por algo que no hizo. Aquí hay una enseñanza crucial para nuestros días, el silencio frente a la mentira no siempre es virtud. Hay momentos en que callar es prudencia, pero hay otros en que callar es complicidad.
La iglesia necesita volver a hablar con verdad, aunque no sea popular, aunque no sea bien recibida.
Su discernimiento espiritual.
Nehemías entiende que el verdadero objetivo no es él, sino el pueblo. El versículo 9, comienza diciendo, “Porque todos ellos nos amedrentaban”. Los enemigos de Nehemías saben que el miedo debilita las manos, que el miedo paraliza corazones. Que el miedo detiene la obra. Y esto era lo que querían.
El enemigo sabe que no necesita destruir la fe; basta con asustarla. Hoy muchos creyentes ya no hablan, no enseñan, no testifican, no corrigen, no confrontan. No porque no crean, sino porque tienen miedo. Una iglesia dominada por el temor es una iglesia inofensiva para el pecado y el error.
Su refugio estaba en Dios.
Nehemías no termina el pasaje con una estrategia humana, sino con una oración breve y profunda. Él dice, “Ahora, pues, oh Dios, fortalece tú mis manos.” (v. 9b). Nehemías no pide venganza, no pide silencio para el enemigo. Pide fuerza para continuar.
Aquí está el centro del sermón. La respuesta bíblica a la calumnia no es la obsesión por la reputación, sino la dependencia de Dios. El carácter se cuida; la reputación se encomienda. Nehemías sabía quién lo había llamado. Y, el que lo llamó, es el mismo quien lo sostendrá.
CONCLUSIÓN.
Las falsas acusaciones no son una anomalía en la vida del cristiano; son parte del camino. La pregunta no es si vendrán, sino cómo responderemos cuando lleguen.
Nehemías nos muestra el camino a seguir:
- No abandonar la obra.
- No ceder a la intimidación.
- No negociar la verdad.
- No vivir gobernados por el miedo.
- No enfrentar la oposición sin oración.
La victoria no depende de limpiar nuestro nombre ante los hombres, sino de permanecer fieles delante de Dios.
La cruz ya aseguró la victoria. No luchamos para ganar; luchamos desde la victoria. Si hoy estás siendo acusado, señalado o malinterpretado, recuerda esto, cuida tu carácter, permanece en tu llamado, y deja que Dios se encargue del resto.
