Romanos 8:18-27.
El versículo 18 de nuestro texto nos recuerda una de las verdades más fundamentales en la vida de un cristiano. Esa verdad es esta: ¡Aún no hemos llegado a casa! Mientras esperamos ser liberados de este mundo, debemos recordar que vivimos en un mundo que está bajo maldición. Como resultado de esa maldición, se están produciendo muchos gemidos y confusión. En medio de todo eso, es fácil desanimarse y es fácil querer darse por vencido.
Sin embargo, si hay algo que nos enseña este pasaje es que la vida espiritual es una vida de esperanza, lo cual produce diligencia. La palabra diligencia indica una actividad constante, serie y enérgica. ¡Es lo opuesto de darse por vencido! De hecho, el Espíritu de Dios es capaz de darnos esperanza durante los momentos difíciles de nuestras vidas.
Este pasaje se refiere a la lucha que se libra dentro y alrededor de todos nosotros ahora mismo. Pablo comparte con nosotros tres ámbitos de la vida donde, gracias a la esperanza, hay diligencia en medio de un mundo devastado. Miremos esto juntos. La esperanza del tiempo presente.
ES EXPRESADA POR LOS GEMIDOS DE LA CREACIÓN (v. 19-22).
La palabra “gime” en el versículo 22, significa “suspirar”, “gemir”, aunque, por el sentido de la frase, vemos que se trata de un llanto producido por el dolor. La creación llora o gime como la mujer que está a punto de dar a luz.
Pero, la palabra “creación”, ¿a qué se refiere? Hay varias interpretaciones sobre el uso de dicho término. Personalmente, y por el contexto, entiendo que esta palabra se refiere a los cuerpos físicos de cada cristiano, descritos en conjunto como la “creación”. Pero, ¿por qué lo entiendo así?
- Porque nuestros cuerpos están estrechamente relacionados con la creación: “pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios” (Marcos 10:6).
- Porque la palabra se usa en referencia a las personas, a las que han de creer y ser bautizadas físicamente (Marcos 16:15-16).
La idea es que, nuestros cuerpos, vistos aquí como la creación, gime bajo la presente degradación, esperando y anhelando la gloria que será revelada en nosotros, la cual es el fin y la consumación de su existencia.
El cuerpo del cristiano, es representado como esperando su redención, la cual será gozada cuando acontezca el día de la resurrección de los muertos, cuando, junto con los que estén vivos, serán transformados, siendo ahora cuerpos incorruptibles, y así, libres de las aflicciones del tiempo presente. Sobre esto, Jesús dijo, “no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección” (Lucas 20:36). En Apocalipsis 21:4, hablando de las condiciones que se gozan nuestros cuerpos por la transformación, dice: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.
No es extraño, entonces, que nuestros cuerpos, con “el anhelo ardiente”, estén esperando la manifestación de esa “gloria venidera” mencionada en el versículo 18.
Las condiciones como creación natural (v. 20). Cada uno de nosotros puede dar testimonio hoy de los sufrimientos y aflicciones que sufren nuestros cuerpos, por esa “vanidad” a la que fueron sujetados. Esa vanidad no llegó a nosotros por nuestra “voluntad”, sino que nos fue heredada de nuestros padres Adán y Eva. Debido a que ellos decidieron caminar en rebelión a la voluntad de Dios, toda la creación, incluyendo nuestros cuerpos, quedaron bajo maldición. De hecho, si ustedes recuerdan, después que Dios maldijo a la serpiente, lo que en seguida fue maldecido, fue el cuerpo del ser humano: “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos, y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:16-19).
Estas maldiciones las hemos recibido y sufrido nosotros, no por voluntad, sino que fuimos sujetados a ellas por ser descendentes de hombre maldito.
¿Cuál es, entonces, la expresión de la creación? (v. 22). Este versículo describe a la creación suspirando y retorciéndose como una mujer en medio del parto. ¡Los resultados de esa maldición son fáciles de comprender con tan dramática ilustración!
¿Cuál es la expectativa de la creación? (v. 19, 21). La creación misma espera ser liberada de la maldición que ha sido puesta sobre ella. La frase “anhelo ardiente” (v. 19) describe dicha expectativa. La creación está anhelando el momento en que “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (v. 21). Espiritualmente, ya hemos sido liberados; pero, llegará el día cuando esa liberación sea también gozada por nuestros cuerpos, siendo librados de la vanidad a la que han sido sujetados.
Así que, mis amados hermanos, si estamos siendo afligidos por la vanidad o corrupción de nuestros cuerpos, sepan que llegará el día en que seremos libres de tales sufrimientos. Ya no habrá más dolores, ya no habrá más muerte. ¡Esa es nuestra esperanza en el tiempo presente! La esperanza del tiempo presente.
ES EXPRESADA POR EL GEMIDO DE NUESTRAS ALMAS (v. 23-25).
El cristiano no está libre de agonía (v. 23). Junto con la creación, el hijo de Dios también gime. Gemimos porque queremos ser libres de estos cuerpos mortales, y de todas las tentaciones y pecados que nos asedian día con día. Nuestras almas sufren también por eso. Es verdad que gozamos de “las primicias del Espíritu”, pero mientras esperamos la gloria venidera, siempre estaremos en constante conflicto con las cosas pecaminosas de este mundo.
Esta aflicción se ve claramente ilustrada con la vida de Lot, mientras moraba en Sodoma y Gomorra, pues vivía “abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos)” (2 Pedro 2:7, 8). Nuestras almas, siendo negativamente sensibles al pecado, gimen también por la gloria venida.
Esta sensibilidad provoca aflicción por los pecados que cometemos, y por el pecado que otros cometen. Pero, si el pecado no le molesta, no le aflige, entonces usted tiene un serio problema espiritual. Si usted puede presenciar el pecado y no verse afectado, ¡algo anda mal en el corazón!
Pero, ¿por qué somos afligidos con la presencia del pecado? Precisamente para producir un anhelo por ser librados de la presente condición, la cual está rodeada de maldad. Mis hermanos, vivimos en un mundo sumamente hostil para la vida del alma. Tal vez usted se sienta cómodo en este mundo; pero si su alma fue redimida de la esclavitud del pecado, entonces no hay razón para sentirse contento en este mundo, ni con la gente de este mundo. ¿Ve usted a Lot bien feliz allí en Sodoma?
La esperanza es nuestro anticipo (v. 24-25). Pablo nos dice que somos salvos “en esperanza”. ¿Qué quiere decir esto? Bueno, no debemos leer la palabra “esperanza” con el léxico de este mundo. La idea que el mundo tiene con respecto a la palabra “esperanza”, no es la misma idea que la Biblia nos proporciona. En el mundo, la palabra “esperanza” significa “deseo” o “anhelo”. Pero, cuando la Biblia habla de “esperanza”, implica una “seguridad basada en la convicción”. La esperanza bíblica no es un mero deseo o anhelo. La esperanza bíblica es un conocimiento fundamentado en las promesas de Dios. Nuestra salvación descansa y es sostenida por la fe que tenemos en las promesas de Dios. Nuestra salvación está fundamentada en los efectos espirituales de la sangre de Cristo derramada en la cruz. Nuestra salvación está garantizada por la resurrección de nuestro salvador.
Nuestra salvación, “en esperanza”, es el conocimiento seguro de que un día nuestro Señor vendrá por nosotros y nos llevará a la gloria. Es la convicción de que seremos transformados de viles criaturas para ser hechos como él (cf. 1 Corintios 15:49-55; 1 Juan 3:1-3).
Nosotros, los que somos salvos, gemimos para ser libres de estos cuerpos. Anhelamos ser hechos a la imagen del Señor Jesús, y me alegró de informarles esto. Así como llegó esta mañana en la que estamos hoy, así llegará ese día. Llegará ese día en que, por la muerte, por el arrebatamiento, esta carne pecaminosa exhalará su último suspiro y yo seré transformado a la imagen del Señor. Como dijo el Rey David, “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Salmo 17:15). En el presente, esa debe ser la esperanza de todo hijo de Dios. La esperanza del tiempo presente.
ES ACOMPAÑADA POR LOS GEMIDOS DEL CONSOLADOR (v. 26-27).
Estos versículos continúan diciéndonos que no son solo la creación y nuestras almas gimen en el tiempo presente. Nuestro Consolador celestial, el bendito Espíritu Santo, también gime con nosotros. Me alegro esta mañana de que tengamos con nosotros a uno que pueda experimentar nuestra necesidad (Hebreos 4:15).
El consolador nos ayuda en nuestra debilidad (v. 26a). El Espíritu Santo es representado como uno que viene a nuestro lado mientras viajamos por este mundo duro, y se apodera de nuestra carga (cf. Lucas 10:40, la palabra “ayuda” es la misma que aquí).
Como vemos, el cristiano tiene una debilidad, y necesita ayuda. Esto implica a todo cristiano. Nadie debe creerse suficiente. Nadie debe pensarse independiente. Siempre y mientras esté en este mundo, siempre necesita la ayuda de Dios.
¿En qué necesitamos ayuda? Pablo lo explica, diciendo, “pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”. Como vemos, esa es nuestra “debilidad”; pero, siempre se trata de “qué pedir”, de “pedir como conviene”. ¿Y qué es lo que necesitamos pedir? Bueno, el problema es que bien podemos tener muchas cosas para pedir, pero no sabemos pedir “como conviene”. Podemos estar pidiendo muchas cosas, pero, ¿es lo que nos conviene? ¿Es realmente lo que necesitamos?
Lamentablemente, cuando somos carnales, y solo pensamos en lo terrenal, pues todas nuestras peticiones tratan con cosas terrenales: comida, bebida, casa, etc. Pero, ¿por qué están rogando por esas cosas, si el Señor ya ha dicho cómo nos serán añadidas? (cf. Mateo 6:31, 33).
Entonces, ¿qué es aquello que nos conviene? ¿Lo ven? Tenemos esa “debilidad”, no sabemos qué pedir como conviene. El hecho es que, el cristiano, tiene anhelos y hondas necesidades que no sabe expresar en su lucha contra el pecado y en su esfuerzo por alcanzar la vida eterna. Fácilmente, somos distraídos con las cosas de este mundo. Fácilmente, somos arrastrados a anhelar, a desear lo que en el mundo se anhela o sea desea; pero muy pocas veces expresamos lo que realmente necesitamos y lo que realmente nos conviene. No estoy diciendo que lo queramos, simplemente estoy diciendo que tenemos esa debilidad de no pedir las cosas que realmente nos convienen.
¿Cómo nos ayuda el Espíritu Santo? (v. 26b-27). El consolador habla por nosotros. Para ilustrar su punto, Pablo apela al ámbito de la oración. Debido a nuestra debilidad, no podemos orar de una manera que sea absolutamente consistente con la perfecta voluntad de Dios. Sin embargo, el Espíritu Santo, que es Dios, conoce la voluntad de Dios y sabe lo que hay en nuestro espíritu redimido. Él toma nuestras oraciones, que a menudo son defectuosas y equivocadas, las corrige y le dice al Padre lo que realmente hay en nuestros corazones.
Mis hermanos, esa bendición es mucho más grande de lo que podamos imaginar. Esa una bendición sumamente valiosa. Nuestra debilidad allí está, es una realidad; pero, somos afortunados y sumamente bendecidos cuando el Espíritu Santo “intercede por nosotros con gemidos indecibles”.
Mientras nuestros cuerpos gimen por ser libres de la vanidad a la que han sido sujetados, y mientras almas gimen por ser libres de estos cuerpos corruptos y propensos al pecado, el Espíritu Santo gime al Padre para interceder por nosotros, y ayudarnos así en nuestra debilidad.
Por tanto, no nos cansemos de la voluntad de Dios mientras caminamos por este mundo. Habrá momentos en los que será difícil adorar, orar y hacer la obra de Dios, pero tenemos un ayudante. ¡Dios no nos ha dejado solos en nuestra peregrinación! Jesús está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. El Espíritu Santo obra con su espada en nuestras vidas y nos ayuda en nuestras oraciones. Y el Padre celestial nos ha provisto de una integral armadura para resistir en el día malo. En otras palabras, aunque todo parezca perdido, en realidad tenemos la victoria en nuestras manos, por la gracia, el poder y la misericordia del Señor.
CONCLUSIÓN.
Quien haya dicho que el camino de la fe era sencillo, mintió. Sin embargo, les puedo decir que, aunque no siempre será fácil, y a veces será sumamente agonizante, nunca será imposible. ¿Vamos a sufrir? ¿Vamos a ser afligidos? Sin duda que sí. Vamos a gemir mientras estemos en este mundo caído. De hecho, habrá momentos en que fracasaremos y sentiremos ganas de rendirnos. Pero, en medio de esos momentos, debemos recordar que Dios no nos ha abandonado. Cada persona de la deidad está obrando a nuestro favor. Entonces, si el día de hoy estamos siendo afligidos, tengamos presente que Dios nos acompaña, y que todo dará como resultado victoria para nosotros, para su honra y su gloria.