La seguridad de nuestra salvación.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

La seguridad de nuestra salvación.

Romanos 8:31-34.

Entre todas las promesas que Dios nos ha entregado, destaca con especial significado aquella que asegura la certeza de la salvación para aquellos que han recibido su misericordia. En medio de las incertidumbres de la vida, los redimidos jamás encontrarán razón alguna para tener dudas acerca de la firmeza de esa promesa divina. Es esencial recordar que, desde la perspectiva divina, la salvación de los santos es una realidad segura e inquebrantable. Dios, fiel a su palabra, cumplirá sus promesas para aquellos que perseveren en su camino.

En el pasaje que nos ocupa hoy, el apóstol Pablo aborda precisamente este tema crucial: la confianza inquebrantable en la seguridad de nuestra salvación. En este contexto, es fundamental reflexionar sobre la enseñanza de Pablo para hacerla parte de nuestra vida diaria. Nos insta a mantener la certeza de nuestra salvación en el centro de nuestra atención, recordándonos que Dios no solo nos ha redimido, sino que también vela por la seguridad y el manteamiento de esa redención.

Así, mientras exploramos las palabras de Pablo, es imperativo sopesar la importancia de aferrarnos a la seguridad de nuestra salvación. Este recordatorio no solo nos brinda consuelo en los momentos de incertidumbre, sino que también nos impulsa a perseverar en el camino trazado por Dios. Al confiar en su fidelidad, nos encontramos equipados para enfrentar las adversidades de la vida con la certeza de que aquel que nos ha llamado a la salvación es fiel para cumplir su palabra. Consideremos, pues, las enseñanzas de Pablo, mientras mantenemos en mente nuestro tema, “la seguridad de nuestra salvación”. ¿Qué nos dice Pablo sobre la seguridad de nuestra salvación?

DESCANSA EN LA OBRA DE DIOS (v. 31-33).

Su obra expresa su interés por nosotros (v. 31). Pablo dice en el versículo 31, ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?. Según lo que ya hemos aprendido en este capítulo, Pablo nos ha dicho que los redimidos, hemos participado en una maravillosa experiencia de salvación, las cual no solamente cambia nuestro destino eterno, sino que nos proporciona la bendición de ser parte de la familia de Dios. Bueno, la pregunta de Pablo nos recuerda precisamente eso, y al mismo tiempo, nos enseña que Dios está infinitamente interesado en cada uno de nosotros: “Dios es por nosotros”. Allí está su inmenso interés en nosotros.

La frase, “Dios es por nosotros”, nos recuerda el inmenso amor de Dios por nosotros, pues este interés no comenzó con la creación, ni cuando nacimos, sino en la eternidad, antes de la creación de este mundo. Por su eterno amor, él formuló un plan para hacer posible nuestra morada celestial y eterna con él en gloria. Por su misericordia, nos ha brindado la oportunidad y todos los medios necesarios para ser parte de quienes son aprobados por él, conocidos por él, llamados por él y glorificados por él. ¿Qué más evidencia necesitamos para entender el gran interés que tiene por nosotros?

Noten la palabra “si” en el versículo 31. Pablo dice, Si Dios es por nosotros”. Aunque comúnmente la palabra “si” se usa para introducir posibilidades, no es el caso aquí. Pablo no está cuestionando, o dudando o indicando una hipótesis, más bien, está introduciendo una consecuencia que resulta del hecho de que Dios sea por nosotros. Si Dios es por nosotros, es decir, dado que esto es un hecho, entonces algo resulta. ¿Qué resulta? Que nadie puede oponerse, ni quitar su interés por nosotros. ¿Quién contra nosotros? La respuesta obligada es, nadie. Nadie puede oponerse a Dios, y nadie puede ponerse a que él nos salve. Con respecto a la parte de Dios en el plan de salvación, nadie puede estar contra nosotros. Así que, sin importar en dónde usted se encuentre ahora, usted debe saber que Dios está interesado en usted, él se preocupa por usted, y quieres que usted sea salvo eternamente.

  • 1 Corintios 15:57 – Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
  • 2 Corintios 4:17 – Porque esta leve tribulación[1] momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.

Su interés por nosotros, es el fundamento de la seguridad de nuestra salvación. La seguridad de nuestra salvación descansa en su obra.

Su obra representa su inversión en nosotros (v. 32a). Dios amó tanto a los pecadores, que entregó a su propio Hijo para morir en la cruz. Cuando Jesús fue llevado a la cruz, lo hizo para ser nuestra ofrenda por el pecado (2 Corintios 5:21). Él hizo la más grande inversión en nosotros. Él murió y entregó su vida por amor a nosotros (cf. Juan 15:13; Romanos 5:8).

La provisión de su vida para mi salvación fue una gran inversión. Cuando recibí los beneficios de su obra al haber pagado por mi redención, recibí todos los dividendos de ese sacrificio. En ese momento fui librado de la esclavitud en la que vivía.

  • Colosenses 2:13-14 – Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.

Su inversión fue sumamente valiosa, y al mismo tiempo, me concede mucha tranquilidad, al saber que el costo de mi salvación descansa en su obra hecha en la cruz.

Su obra manifiesta sus intenciones para con nosotros (v. 32b). Pablo hace otra pregunta: ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Pablo está diciendo que, si Dios hizo un gran sacrificio para salvación, ¿lo hizo sin propósito alguno? Más bien, tal sacrificio indica que él quiere hacer algo a, con y a través de nosotros. Por la salvación llegamos a ser útiles al Señor. Él tiene un plan para y en favor de nosotros. El punto final de ese plan, es llevarnos con él a la eternidad. Jesús dijo, Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo (Juan 17:24).

No debemos dudar de la seguridad de la salvación, porque descansa en su obra, la cual es intencional. ¿Acaso Dios diseñó el plan de salvación, para luego perdernos en el camino? Sobre esto, la Biblia dice que somos guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero (1 Pedro 1:5). La intención de Dios para nosotros es la salvación, y nada le puede impedir de cumplir su propósito.

Su obra muestra su persistencia respecto a nosotros (v. 33). Aquí tenemos otra pregunta de Pablo, en la que se invita a presentar a quien tenga derecho de acusarnos y decidir que somos culpables delante de Dios. ¿Quién tiene ese derecho? Bueno, puedo decir que no faltan personas que se crean con ese derecho. Ven nuestras vidas, toman nuestras equivocaciones, y se preguntan cómo es que, cayendo tan bajo, pretendemos ser salvos. Ahora, es cierto que todo hijo de Dios debe vivir de manera diferente a como vive el mundo. Eso no se niega. Debemos ser santos. Pero, el punto de Pablo es que nadie tiene el derecho, ni la facultad, para levantar un caso contra nosotros delante del Señor. ¡Ni siquiera el diablo tiene ese derecho! ¿Por qué? Porque Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9). Sí, nuestros errores son asquerosos y sumamente vergonzosos; pero desde el momento en que Dios decide perdonarnos y limpiarnos de toda maldad, nadie tiene la razón, ni el derecho, ni la facultad de levantar un caso contra nosotros delante de Dios. ¡Dios nos justifica! Él no solo quita nuestros pecados, sino que nos declara justos. La Biblia dice que somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Romanos 3:24). Él ha tomado todo nuestro pecado y lo ha arrojado lejos, para no acordarse más de él. Él dijo, no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:34).

Hay momentos en la vida en que usted y yo no vivimos como gente salva, y cualquiera que nos vea así, fácilmente concluirá que somos tan malvados y pecadores como ellos. Pero, lo que ellos evitan observar, es que, desde el cielo, un plan divino ha sido ejecutado, por medio del cual todo cristianos ha sido justificado para ser finalmente glorificado. Ellos no consideran las promesas de Dios, no consideran que tenemos un abogado, no consideran que su sangre nos limpia, y nos sigue limpiando de todo pecado. Tarde o temprano esta carne será transformada para la gloria, pero hasta ese día, dependeremos total y absolutamente de la obra de Dios sobre nosotros. Esto es glorioso. Pues cuando caemos en pecado, la obra de Dios sigue obrando a nuestro favor. Estamos seguros por la obra de Dios.

DESCANSA EN LA OBRA DE CRISTO (v. 34).

Este versículo plantea otra pregunta relacionada con la seguridad de nuestra salvación. Cualquiera de nosotros podría concluir que no tiene esperanza de salvación, debido a los errores que ha cometido, o a causa de las diversas miserias que padece en esta vida. O tal vez alguna otra persona puede creerse con el derecho de apuntar su dedo y acusarnos con verdad, indicando que somos dignos del juicio de Dios. Otros irán más lejos, para decirnos que no tenemos otro destino, sino el de terminar en el infierno junto con ellos. Pero, ¿qué dice Pablo al respecto?

La facultad es del que paga (v. 34a). ¿Quién tiene el derecho de condenarnos, si fue Jesús quien murió por nosotros? El costo por la salvación de un miserable pecador como yo, no le costó a nadie, ni nadie querría o podría pagarla. Por tanto, si es Jesús quien pagó el costo de mi salvación, entonces nadie tiene el derecho de condenarme. Su muerte en la cruz se hizo cargo del costo para redimir a cada pecador que pone su fe en Cristo como su salvador. Desde que él murió y pagó ese costo, nadie tiene el derecho, el poder o la facultad para juzgarnos.

La facultad es del poderoso (v. 34b). Pablo dice, más aun, el que también resucitó. Jesús murió, pero al tercer día resucitó de entre los muertos, y así, él goza de todo el poder en el cielo y en la tierra; por tanto, dado que él resucitó de los muertos para nunca más morir, es el único que tiene la facultad de condenar, pero también de salvar. Él vive, y su resurrección no fue en vano, pues gracias a eso tenemos esperanza para nuestro destino. Por ese poder que mostró sobre la tumba es que estamos seguros de nuestro perdón, y así, de nuestra salvación. Pablo dijo, y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados (1 Corintios 15:17); pero, dado que resucitó de entre los muertos, nuestra redención no solamente es una realidad, sino que en él está garantizada. Pablo dijo, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). Pablo también dijo que fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo y estando reconciliados, seremos salvos por su vida (Romanos 5:10); por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos (Hebreos 7:25). Por lo tanto, nadie tiene el derecho de juzgar al santo redimido de Dios.

La facultad es de quien está en el trono (v. 34c). Pablo dice que la facultad de condenar, y así, de salvar, es quien murió, resucitó, y “está a la diestra de Dios”. Esto es una referencia a su autoridad, a su majestad. En Hebreos 1:3, dice que Jesús, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Esto no es otra cosa que una referencia a su autoridad, y entre otras cosas, esa posición es para nuestra defensa. Esa es una de sus obras al estar a la diestra de Dios. Juan dijo, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (1 Juan 2:1). ¿Qué es lo que hace un abogado? Defiende al acusado ante un tribunal de justicia. Jesús es nuestro abogado, y para eso está sentado a la diestra de Dios. Las marcas de la cruz demuestran el precio pagado para nuestra redención, y su vida, después de la muerte, es la garantía de nuestra justificación.

Entonces, quien está sentado a la diestra de Dios, es quien tiene derecho de condenar, pero también de defender, luego, nadie tiene el derecho de juzgar a un pecador redimido. Nuestra salvación está segura en él.

DESCANSA EN EL AMOR DE CRISTO (v. 35-39).

Ahora Pablo pasa a las circunstancias de la vida que nos causan problemas y molestias. Él nos dice que lo que el diablo y el pecado no pudieron hacer, tampoco las terribles circunstancias de la vida pueden quitarnos la seguridad de nuestra salvación.

En este contexto, la frase, “amor de Cristo”, se refiere a nuestra salvación. Habla de nuestra especial relación con nuestro Dios.

Su amor es superior (v. 35-36). Independientemente de las diversas adversidades que suframos en la vida, nada es capaz de apagar el amor de Cristo por nosotros. Su amor trasciende a través de cualquier circunstancia, por muy adversas que sea. Sí, yo entiendo que las adversidades de la vida son sumamente dolorosas y agotadoras; pero, nunca debemos dudar del amor del Señor mientras estamos en medio de ellas. Nuestros amigos y familiares podrán dudar del amor que Cristo tiene por nosotros. Incluso, nuestros sentimientos podrán agobiarnos tanto al punto que sintamos que Cristo no nos ama más. Sin embargo, eso no es así. Recordemos que él dijo, No te desampararé, ni te dejaré (Hebreos 13:5); por tanto, ninguna adversidad puede entrometerse entre nosotros y el amor de Cristo.

La palabra “separar” en Romanos 8:35, es un término muy fuerte, representando una idea definitiva; pero, sin importar de lo que pase durante nuestra vida, nada de eso puede el más mínimo espacio entre nosotros y el amor de Cristo. Ninguna adversidad tiene el poder de alejar su amor de nosotros. Su amor es superior a toda dificultad que suframos en este mundo.

Su amor es capacitador (v. 37). Pablo pasa a decirnos que, ante todas esas circunstancias adversas, en Cristo somos “más que vencedores”. Pablo nos describe como “conquistadores”; como superconquistadores. Pero, ¿por qué? Porque él vive por y en nosotros. Una de las cosas que exhibe nuestra fe como genuina, es por la forma en que reaccionamos ante las adversidades de la vida. Si creemos que alguna cosa en este mundo puede interponerse entre el amor de Cristo y nosotros, entonces nuestra fe, o no es genuina o está fundada en falsas expectativas. Si usted es de los que cree que, por gozar del amor de Cristo, no sufrirá en este mundo, entonces usted tiene falsas expectativas. Todo cristiano está expuesto a padecer sufrimiento, angustia, persecución, hambre, pobreza, peligro, y hasta amenazas de muerte; pero, eso no significa que Cristo lo ha dejado de amar. Por el contrario, aunque parezca vencido, en realidad es victorioso si no pierde su fe en el proceso. Usted debe estar consciente que en este mundo usted puede sufrir todas esas cosas; pero mientras no pierda la fe, ni piensa que el amor de Cristo le evitará todas esas cosas, usted será más que vencedor.

Su amor es eterno (v. 38-39). Pablo cierra este capítulo hablando de la naturaleza del amor del Señor, y así, dándonos confianza de la seguridad de nuestra salvación. No hay nada desde el principio y hasta el final de nuestra salvación que pueda interponerse entre el amor de Dios y nosotros.

Mis hermanos, ninguna fuerza externa es suficiente para separarnos del amor divino, el cual se manifiesta en el regalo de su propio Hijo para rescatarnos de la perdición; un amor que jamás nos abandonará en ninguna circunstancia. Es cierto que uno puede decidir apartarse voluntariamente del amor de Dios, lo que daría como resultado la perdición eterna (cf. Mateo 24:11-12; Apocalipsis 2:4; Hebreos 10:39). Sin embargo, en este contexto, el apóstol Pablo no aborda ese tema. Su enfoque se centra en factores o fuerzas externas al cristiano. No se trata de lo que el creyente puede hacer, sino más bien de lo que el enemigo no puede lograr.

CONCLUSIÓN.

Mis hermanos, ninguna fuerza externa es suficiente para separarnos del amor divino, el cual se manifiesta en el regalo de su propio Hijo para rescatarnos de la perdición; un amor que jamás nos abandonará en ninguna circunstancia. Es cierto que uno puede decidir apartarse voluntariamente del amor de Dios, lo que daría como resultado la perdición eterna (cf. Mateo 24:11-12; Apocalipsis 2:4; Hebreos 10:39). Sin embargo, en este contexto, el apóstol Pablo no aborda ese tema. Su enfoque se centra en factores o fuerzas externas al cristiano. No se trata de lo que el creyente puede hacer, sino más bien de lo que el enemigo no puede lograr.

Así que, perseveramos fieles en Cristo, sabiendo que, de parte de él, hay seguridad en nuestra salvación.

[1] Cf. 11:23-33.

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