Romanos 8:14-17.
Imagínese, por un momento, nacer en una familia afectada por la pobreza extrema. En esa condición, usted vive en una familia disfuncional y condenada al fracaso. Una familia sin esperanza, y sin ninguna expectativa positiva para el futuro. Es una familia que está sufriendo, por no poder sustentar las necesidades más básicas para la vida. Y lo peor de todo, es que a nadie en este mundo le importa en absoluto.
Pero, ahora, imagine que llega un hombre amable, gentil y misericordioso, el cual, además de tener todas estas buenas cualidades, es sumamente rico y poderoso. Este hombre le ofrece, no solamente, ayudarlo, sino recibirlo en su gran mansión, para convertirlo en su propio hijo. Este hombre le ofrece todo lo que su propia familia natural jamás podría darle, y, además, se lo ofrece gratuitamente. Todo lo que tiene que hacer usted, es aceptar ser su propio hijo. Ahora, ¿Le parece una historia descabellada? Pues, eso es exactamente lo que le sucede a cada persona que pone su fe en Jesucristo.
A medida que Pablo profundiza en este octavo capítulo de Romanos, continúa ilustrando la superioridad de la vida espiritual. Ya nos ha hablado de la liberación y los cambios que hay en esa vida. Ahora, en estos versículos, él nos habla de las bendiciones de la vida espiritual.
Pablo nos dice que cada persona que ha obedecido el evangelio, ha sido traída a la familia de Dios, y disfruta de todos los derechos, privilegios y promesas que todo hijo de Dios tiene, por su bendita bondad y misericordia. No, ningún hombre sobre la tierra merece tantas bendiciones, pero por la gracia de Dios, puede acceder a ellas a pesar de la vida miserable y oscura que haya tenido.
Miremos, pues, estos versículos, para recordar o para conocer las bendiciones de la vida espiritual.
SOMOS BENDECIDOS AL SER ADOPTADOS (v. 14-15).
Tenemos una nueva familia (v. 14). Según Pablo, cuando creímos, nos convertimos en “hijos de Dios”. Es decir, fuimos separados de la familia de Adán, y fuimos trasplantados a la familia de Dios. Ahora somos literal y realmente hijos de Dios.
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3). Las palabras del apóstol Juan nos dicen que ahora somos hijos de Dios, y que algún día seremos como él.
Ahora, volviendo a Romanos 8:14, allí leemos que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”. Esto debe tener un efecto sobre nuestras vidas. ¿Por qué? Porque todos los que son parte de una familia, actúan como actúan los miembros de la familia, sobre todo como los más influyentes. Por ejemplo, cuando yo hablo con algunos de ustedes, puedo ver rasgos distintivos de su propia familia. Vemos palabras, actitudes y gestos que son propios de su familia. Todos desarrollamos rasgos que son similares a la familia a la que pertenecemos.
Lo mismo es válido en la vida del cristiano. Si una persona es salva, es natural que desarrolle rasgos que son como los de la familia del Padre. ¡El rasgo principal es que serán guiados por el Espíritu de Dios! Y al ser guiados por el Espíritu Santo, entonces habrá actitudes, palabras y acciones propias del Espíritu Santo en nosotros. Esto nos dice que, todo aquel que es guiado por el Espíritu Santo, gradualmente irá cambiando su vida. Estaba habituado a un estilo de vida carnal; pero ahora, estará habituado a la vida espiritual.
El desafío para nosotros, tiene que ver con la manera que respondemos a esa guía. ¿Confiamos en esa guía? La medida en que permitimos la dirección de Dios sobre nosotros, será la medida de confianza que tenemos en él. Desgraciadamente, muchos cristianos no permiten, ni confían, en la guía total y absoluta del Espíritu Santo de Dios. De ahí que, sus ideas, palabras, creencias, actitudes y decisiones, no están fundamentadas, ni son producto de la guía del Espíritu Santo, sino del diablo, del mundo o la carne. Si usted es uno de ellos, entonces usted no está viviendo como “hijo de Dios”. Recapacite, y viva como hijo de Dios, siendo guiado total y absolutamente por el Espíritu Santo.
Entonces, al ser bendecidos con la adopción, tenemos una nueva familia. ¿Qué otra cosa tenemos al ser bendecidos con la adopción?
Tenemos un nuevo padre (v. 15). Pablo nos dice que hemos sido liberados de la esclavitud y todos sus temores, para ser parte ahora de la familia de Dios. En nuestra sociedad, los niños adoptados a menudo se sienten y son percibidos como personas de “segunda clase”. Se perciben como individuos que no tienen el mismo valor que los niños nacidos naturalmente en su familia. Esto es triste; pero es algo muy cierto para muchos. Y cada vez que ciertas circunstancias se hacen presentes, se les recuerda que ellos no son naturalmente parte de la familia. No son hijos naturales. Viven en una familia adoptiva.
Sin embargo, en la antigua Roma las cosas eran muy diferentes. Ser adoptado se consideraba un gran privilegio. Y es que el hijo natural se recibe, no se escoge. Mientras que, el hijo adoptado, no se recibe, sino que se escoge. Si usted es adoptado, entonces usted es escogido. ¡Algo especial vieron en usted para adoptarlo! Luego, usted es una persona especial.
La palabra “adopción”, del griego “huiothesía”, significa “colocar como hijo”. La imagen de la adopción es una hermosa representación de lo que Dios ha hecho por el cristiano. En el mundo antiguo, la familia se basaba en una ley romana llamada, en latín, “patria potestas”, que significa, “el poder del padre”. Esto significa que la ley daba al padre la autoridad absoluta sobre sus hijos, mientras él estuviese vivo. Este poder le concedía la libertad para poner a trabajar, esclavizar, vender, y si lo deseaba, pronunciar la pena de muerte sobre ellos. Independientemente de la edad del niño, el padre tenía todo el poder sobre los derechos personales y patrimoniales de su hijo. Por tanto, la adopción era un asunto serio; pero, ¿por qué adoptar? Porque la adopción evitaba la extinción de la familia que no había tenido hijos varones. En consecuencia, era común que muchas familias adoptasen niños, y, sobre todo, niños varones. Cuando eso sucedía, la vida del niño adoptado cambiaba, no solo en un sentido social y emocional, sino también legal:
- El hijo adoptivo, era adoptado definitivamente. No podía ser adoptado hoy, y desechado mañana. Él llegaba a ser hijo del padre para siempre, y así, estaba eternamente asegurado como hijo.
- El hijo adoptivo tenía inmediatamente todos los derechos de un hijo legítimo en la nueva familia.
- El hijo adoptivo perdía por completo todos los derechos en su antigua familia. El hijo adoptivo era visto como una nueva persona, como un ciudadano nuevo. Tan nuevo que las viejas deudas y obligaciones relacionadas con su antigua familia eran canceladas, eran abolidas como si nunca hubiesen existido.
Mis hermanos, cuando nos entregamos a Jesús, somos sacados de la familia de Adán, para ser adoptados en la familia de Dios. Ahora tenemos un nuevo padre, y así, nuevas obligaciones, derechos y promesas. Esa es una grande bendición al ser adoptados. ¿Qué otra cosa tenemos al ser adoptados?
Tenemos una nueva guía (v. 14-15). Estos versículos nos dicen que, como hijos de Dios, hemos sido liberados del poder y la influencia de la carne. Ya no debemos permitir que nos guías las ideologías o los caprichos del diablo, el mundo y la carne. Ahora somos guiados por el Espíritu de Dios. No solo somos liberados de la miserable y temible vida que solíamos vivir mientras estábamos en nuestra antigua familia. Ahora, en Jesús, somos llevados a una nueva relación cercana con nuestro nuevo Padre Celestial. Es una relación tan estrecha que se nos permite dirigirnos a Él como “Abba, Padre”. (“Abba” es palabra aramea, que quiere decir “padre”). Se usa la palabra aramea, y la griega, para dar énfasis.
La idea es que entramos en una relación tan íntima con Dios que asumimos el lugar de niños pequeños que elevan sus voces a Dios, como lo haría un niño herido e indefenso que clama a su padre. Existe la idea de intimidad y dependencia, pero de una total falta de miedo. Por supuesto, hay respeto y reverencia, pero existe la sensación de que nuestro Padre no nos hará daño; si nos amó lo suficiente como para morir por nosotros, ciertamente se preocupará por nosotros mientras caminamos con Él.
Entonces, hemos sido bendecidos con la adopción; pero no es la única bendición que tenemos de la vida espiritual.
LA GARANTÍA DE NUESTRO TESTIMONIO (v. 16).
Pablo nos dice que no solo hemos sido adoptados en la familia de Dios, sino que día con día, damos un testimonio que representa nuestra garantía de que somos parte de esa familia.
Consiste en la concordancia. Pablo dice que “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu”. Ahora, cuando leemos otras versiones bíblicas, encontramos una variante interesante. El Nuevo Testamento, Pablo Besson, por ejemplo, dice, “El Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu”. ¿Cómo debemos entender las palabras de Pablo? ¿Debe ser “a” o debe ser “con”?
El texto griego de Scrivener, dice, “αυτο το πνευμα συμμαρτυρει”. La palabra que nos ocupa aquí es, “συμμαρτυρει”, la cual, es una palabra compuesta. Se compone de “sum”, palabra que indica una “confirmación”. Entonces, la traducción adecuada es que el Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu, lo cual implica concordancia, armonía.
Mis hermanos, ¿qué clase de testimonio estamos dando? ¿Es ese testimonio congruente con la voluntad de Dios? El “testimonio del Espíritu” es conocido en las Sagradas Escrituras; por tanto, nuestro testimonio debe concordar con lo que las Escrituras dicen sobre la vida de un cristiano. Si nuestra vida es diferente a ese testimonio, entonces no hay concordancia. Si nuestras ideas son diferentes a las ideas de Dios, entonces no hay concordancia. Si nuestros pensamientos son diferentes a los pensamientos de Dios, entonces no hay concordancia. ¿Cómo se logra esa concordancia? Solamente es posible cuando permitimos ser guiados total y absolutamente por el Espíritu Santo. Si en la Biblia, el Espíritu Santo dice, “no” a algo, cuando obedecemos a ese “no”, entonces somos guiados por el Espíritu Santo, y así, nuestro estilo de vida tiene concordancia con su testimonio. ¿Qué pasa cuando hay concordancia entre el testimonio del Espíritu Santo y el testimonio nuestro?
Consiste en la confirmación. Pablo dice, “El Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu que somos hijos de Dios”. Al haber concordancia entre el testimonio del Espíritu Santo y nuestra disposición como hijos de Dios, entonces hay una confirmación visible de que, efectivamente, somos hijos de Dios. ¿Es usted un hijo de Dios? ¿Concuerda su testimonio con el testimonio de Dios? Si no, entonces debe hacerlo. La voluntad de Dios está a nuestro alcance para ser conocida y entendida; resta que conformemos nuestras vidas a su voluntad, y así, tener un testimonio garantizado de que somos hijos de Dios.
EL DERECHO A LA ABUNDANCIA (v. 17).
No solo somos adoptados en la familia y estamos seguros de ese hecho todos los días de nuestras vidas, sino que también somos ricos sin medida. Note lo que este versículo nos enseña acerca de nuestra nueva posición.
Considere nuestro privilegio. Este versículo nos enseña que somos “herederos de Dios”. Mis hermanos, ¿es necesario que les recuerde que nuestro Padre celestial es rico sin medida? Conozcan su riqueza: “Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud” (Salmo 50:10-12).
Pues nosotros, como hijos, tenemos el privilegio de gozar de la vasta riqueza de nuestro Padre celestial. Por eso, Filipenses 4:19 significa mucho para nosotros. Pablo dice, “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Él es capaz de satisfacer nuestras necesidades sin importar cuán grande parezcan. Lo que él tiene nos pertenece también a nosotros. Jesús dijo, “Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas”. ¿Por qué, entonces, hay cristianos que padecen pobreza y necesidad? Bueno, porque Dios quiere trabajar algo en nuestras vidas. A veces puede ser por disciplina, por castigo. A veces quiere madurar nuestra fe. Pero, eso no significa que Dios no tenga la capacidad de bendecirnos materialmente.
Considere nuestra porción. No solo somos herederos de Dios, sino que hemos sido hechos “coherederos” con Cristo. Literalmente, se nos da una parte igual de la riqueza de nuestro Padre. Según la ley judía, el hijo mayor recibiría una porción doble de la riqueza del padre. Sin embargo, según el derecho romano, todos los hijos eran tratados por igual.
Cuando pienso en esto, no es la idea de conseguir cosas lo que me asombra. Me asombro cuando llego a comprender que he sido puesto en igualdad con Jesús. Por favor, no me malinterpreten, pero la verdad bíblica es que hemos sido declarados hijos de Dios, y así, se nos ha dado la misma posición que Jesús tiene en su presencia. No, nunca seremos él, sino que hemos sido bendecidos con la misma posición y relación que entre ellos existe. Él dijo, cuando estaba en el Getsemaní, “Abba, Padre” (Marcos 14:36), y ahora también nosotros “clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). ¿Pueden ver esa bendición?
Considere nuestra promesa. Al pasar por esta vida, pasaremos por momentos difíciles y afrontaremos muchas pruebas. Habrá muchas ocasiones en las que sentiremos que Dios nos ha abandonado y no satisface nuestras necesidades como creemos que debería hacerlo. Sin embargo, debemos recordar que somos “peregrinos y extraños” en este mundo actual. La plenitud de nuestra herencia no se realizará hasta que lleguemos a la Casa de nuestro Padre. Cuando lleguemos al Cielo, veremos cuán ricos somos y fuimos. Una mirada a nuestro alrededor contará la historia para siempre (cf. Apocalipsis 22:1-22:5).
CONCLUSIÓN.
No hay comparación entre lo que tenemos ahora en el Espíritu y lo que soportamos en la carne. Dios me ha animado nuevamente como su hijo a través de este pasaje.
Puede que haya quienes aquí estén luchando con esta cuestión de la seguridad. Si es así, el Espíritu Santo puede ayudarle a establecer su filiación. Otros pueden estar lidiando con una necesidad en sus vidas. ¿Por qué no llevar esa necesidad a Aquel que es dueño de todo y dejar que Él la satisfaga por usted? Es posible que algunos simplemente quieran presentarse ante el Señor y agradecerle por haberlos adoptado en su familia. Somos un pueblo bendecido y debemos estar agradecidos. Cualquiera que sea la necesidad de su corazón esta mañana, hay ayuda en la presencia de Dios.