La fe de Abraham.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

La fe de Abraham.

Romanos 4:1-8.

Pablo acaba de terminar de clavar la tapa del ataúd de la Ley. Él nos ha dicho en términos muy claros que la Ley no puede salvar, y que la salvación viene solo a través de la fe en la sangre derramada del Señor Jesucristo. Ustedes y yo creemos en esta verdad y nos regocijamos en ella. De hecho, todavía tengo bien presente el mensaje del domingo pasado. Qué bendición es poder tratar y entender bíblicamente los conceptos como la justificación, la redención, la propiciación, la remisión de los pecados, el perdón de los pecados y la gracia de Dios. Grandes bendiciones de Dios.

Desafortunadamente, no todos creen en estas importantes doctrinas de la fe, o bien, si creen en ellas, no las entienden correctamente. Incluso, habrá quienes leen la carta de Pablo a los romanos y no aceptar estas cosas como un hecho. Por lo tanto, Pablo llama a un testigo al estrado mientras continúa defendiendo su mensaje de salvación por gracia a través de la fe en Jesucristo.

El testigo de Pablo no es otro que Abraham (v. 1). Este hombre es reverenciado por más de la mitad de la población mundial. En nuestros días, Abraham es muy apreciado por judíos, musulmanes y cristianos. En los días de Pablo, muchas personas, pero especialmente los judíos, consideraban a Abraham digno de veneración. Entonces, si Pablo fuera a apelar a alguien para que apoyara su caso, lo correcto sería apelar a la fe de Abraham.

Ya que Pablo se sintió guiado a usar a Abraham como un ejemplo de alguien que vivió por fe, es apropiado que nos tomemos el tiempo para considerar este hecho también nosotros. Por lo tanto, mientras tengamos la oportunidad, analicemos estos ocho versículos y seamos testigos de primera mano de La fe de Abraham. Mientras lo hacemos, ¡controle su propia fe! Estad seguros de que la vuestra es una salvación que se basa enteramente en la fe, porque cualquier cosa menos, no es salvación en absoluto, sino que es, en el mejor de los casos, engaño y, en el peor, condenación. Notemos la Fe de Abraham.

NO ERA UN FALSO RUMOR (v. 2)

Los judíos tenían a Abraham como el principal ejemplo de un hombre que había sido salvado por sus obras. Creían que él era el epítome de una vida bien vivida. Ellos creían que Dios aceptó y justificó a Abraham porque se lo había ganado.

Entonces, Pablo nos dice aquí que, si eso es cierto, es decir, si hay una nota de verdad en el rumor de que Abraham había sido enmendado por sus obras, entonces Abraham tiene todo el derecho a alardear, a gloriarse. Abraham puede sacar un poco el pecho y decir: “Mírenme, miren todo lo que he logrado”. Y, si esto fuera cierto, entonces tendríamos que respetar eso y presentar a Abraham como el ejemplo perfecto de justicia propia. En otras palabras, merecería toda la aclamación que pudiéramos darle.

Lo mismo es cierto en nuestros días. Hay denominaciones a nuestro alrededor que, de una forma u otra, afirman ser salvadas por sus obras. Ya sea el católico que piensa que tiene que ir a Misa, o el Adventista del Séptimo Día que piensa que tiene que abstenerse de comer ciertos alimentos, o la persona en la iglesia de Cristo que piensa que su salvación fue posible por su inteligencia, o por su fidelidad, o por ser buenas personas, o por ser bien cumplidas y disciplinadas. Creen que llegan a ser salvos por sus buenas obras. Todas estas personas tienen el derecho de jactarse de su justicia si se la han ganado por sí mismos. ¡Tristemente, todas estas personas están equivocadas! Cuando llegamos a la fe en el camino de Dios, allí no hay jactancia en la carne o en lo que hemos hecho, solo habrá gloria en Jesús y en lo que hizo por nosotros (cf. Efesios 2:8-9).

Note la última frase de este versículo, pero no para con Dios. Lo que Pablo está diciendo, es que incluso si esto fuera cierto y Abraham fue justificado de alguna manera por sus obras, ¡Dios no está impresionado en ninguna manera!

Mis hermanos, desde que somos niños, estamos condicionados para actuar de ciertas maneras, sean unas incorrectas y otras correctas. En ese proceso aprendemos que las buenas acciones y el buen desempeño brindan recompensas, y nos dan una sensación de logro y seguridad en nosotros mismos. Ahora, aunque es cierto que las cosas buenas que hacemos pueden prosperarnos en los asuntos de esta vida y hacernos ver bien ante los ojos de los hombres, eso no tiene ningún mérito delante del Señor. ¿Por qué? Porque Dios no mira lo que mira el hombre, Dios mira el corazón (cf. 1 Sam. 16:7).

El hecho es que, las muchas cosas buenas que hicimos o que hacemos en el mundo, no importan, porque siempre se nos juzga por lo malo que hicimos la última vez. Vean ustedes que, cuando una persona escribe las tablas de multiplicar, nadie dice nada en cada acierto que tiene. Pero, ¿qué sucede cuando se equivoca en una ecuación? ¡Todos señalan el error, pero no los aciertos! Es por eso que las obras no sirven para nuestra salvación. ¡Las buenas obras no funcionan porque no duran y pronto se ven manchadas por el pecado! ¿Cuántas buenas obras qué usted que pudiera hacer sin que peque en el proceso? Otro problema es que, cuando ya no pueda hacer más buenas obras, habiendo hecho un centenar de ellas, ¿sabe lo que sucederá? Las verá derrumbarse por causa del pecado. Sin embargo, gracias al Señor Jesucristo, esa es una presión y una desilusión que ningún ser humano debe vivir.

Piense por un momento en Mohamed Ali. Muchos lo consideran el boxeador más grande que haya subido al ring. Siempre será recordado por sus grandes victorias. Sin embargo, llegó un tiempo en que ya no pudo hacer todas esas maravillas que antes hacía. Vivió en un cuerpo que estaba devastado por los efectos de la enfermedad de Parkinson y simplemente no pudo hacer más las cosas que solía hacer antes. ¿Cambia eso el hecho de que era un gran boxeador? ¡No! La realidad de quién es Ali no depende de lo que fue al final de su vida. Su valor no tiene nada que ver con el hecho de que él “podía flotar como una mariposa y picar como una abeja”; pero, nada eso cambia la realidad de que temblaba como una hoja en un árbol e incluso terminó su vida con grandes problemas para decir una oración coherente. La gente siempre lo recordará como un gran boxeador. Sin embargo, si se arrastrara de regreso al ring en los últimos años de su vida, fácilmente sería derrotado, y el mundo lo recordaría como un viejo y triste fracasado. El retiro fue lo mejor que pudo hacer. Ali no tuvo nada que demostrarle a la humanidad luego de su retiro. Su fama no depende de lo que pueda hacer, sino de quién es él. Esa es una lección que necesitamos aprender.

El punto es este: Dios no está impresionado con sus obras o con las mías. Más bien, él nos recibe por nuestra fe en la sangre de su amado Hijo, quien vino a salvar al mundo, y no para que el mundo se salvara por sí mismo.

DEBE SER VISTA A LA LUZ DE LA REALIDAD (v. 3-5).

Pablo nos dice la verdadera base de la salvación de Abraham. En pocas palabras, Abraham creyó en Dios y Dios salvó a Abraham. Cuando Abraham era un hombre de 85 años, un hombre sin hijos; el Señor vino a él y le dijo que tendría hijos. De hecho, Dios le dijo que sus descendientes eventualmente superarían en número a las estrellas que Abraham podía ver sobre su cabeza (cf. Génesis 15:1-6). Si eso nos parece una locura, aquí hay algo aún más loco: ¡Abraham le creyó a Dios! La Biblia nos dice que esta fe en la palabra de Dios fue considerada la base de la justicia de Abraham. En otras palabras, porque Abraham le creyó a Dios, ¡Dios salvó su alma!

Nótese la palabra “contado”. Esta palabra significa “acreditar la cuenta de uno y tratarlo en consecuencia”. Permítanme ilustrar. Si usted fuera al banco e intentara escribir un cheque en una cuenta sobre girada, lo tratarían en consecuencia. Sin embargo, si fuera al banco y depositara un millón de dólares en su cuenta y ellos escribieran un cheque, acreditarían su cuenta y lo tratarían como a un millonario. ¿Ve el lado espiritual de esta verdad? Cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo para salvación, Dios acredita nuestra cuenta en el banco del cielo, declarándonos justos. Sin embargo, si no abrimos nuestra cuenta en el Cielo con el depósito de la fe, y tratamos de asegurar el favor de Dios sustituyendo nuestra propia justicia, entonces seremos tratados como merecemos ser tratados. Seremos enviados al infierno.

La cuestión que Pablo está tratando, se resume en los versículos 4 al 5. Él nos dice que, si somos salvos por nuestras buenas obras, entonces, al ser salvos, Dios nada más nos está pagando lo que nos debe. Por ejemplo, si usted trabaja durante toda la semana, y luego llega el patrón el día de pago, le entrega un cheque y le dice, “Aquí está tu regalo”. ¿Qué le parece? La verdad es que el patrón, cuando nos paga por el trabajo realizado, no nos está regalando el pago debido a nuestro trabajo. La verdad es que nos hemos ganado ese cheque. Esto mismo sucedería con la salvación, si es que puedo obtenerla por medio de mis buenas obras. Y si me he ganado mi salvación, entonces tengo todo el derecho de jactarme por ello. Tengo derecho a sentir gran orgullo por mi esfuerzo; por mi dedicación, por mi disciplina, por mi bondad, por todas y cada una de las cosas que tuve que hacer para ser salvo. Tengo todo el derecho de levantar mi cara y sentirme mejor que otros que no serán salvos, o que están perdidos. Ellos no trabajaron lo suficiente, no son tan buenos como lo soy yo.

Si todo esto es así, entonces no somos salvos por gracia, sino porque Dios nos debe por todo lo que hemos hecho. Él tiene una deuda qué pagar. Mis hermanos, esa una visión falsa de la salvación. Dios jamás estará en deuda con nosotros. Más bien, somos nosotros los que estamos en deuda con él.

El versículo 5 continúa diciéndonos que, incluso el hombre impío, que no tiene las buenas obras y la vida decente que nosotros tenemos, incluso él será salvo si cree en Jesucristo. Esto nos dice que la salvación no puede ser ganada por obras. Todo se trata de creer en Cristo. Si hay algo aparte de Jesucristo que pudiera hacernos creer que somos salvos por eso, terminará defraudado porque la salvación no depende sino solamente de nuestro Salvador.

Lo que me llena de bendición mientras leo esto, es el hecho de que no tengo que ser bueno antes de poder venir a Dios. Note la palabra “impío”. Dios no está sentado en el cielo diciendo, “Espero que esa persona encarrile su vida y comience a vivir bien, pues me encantaría salvarlo”. ¡No! Si ese fuera el caso, entonces todos iríamos al infierno. Me alegro de que Jesús nos haya dicho cómo llegar a Él cuando Él nos llamó a venir tal como somos (cf. Mateo 11:28; Mateo 9:13).

Y SUS RESULTADOS (v. 6-8).

Debido a que Abraham reaccionó con fe a las promesas de Dios, hubo ciertos resultados en su vida que son dignos de nuestra atención. Pablo va a ilustrar los principios que acaba de mencionar con respecto a la fe de Abraham, pero va a usar a David para ilustrar su punto. Cita a David en su oración del Salmo 32:2.

En estos versículos, Pablo revela tres grandes resultados que se vuelven nuestros cuando confiamos en Jesús para salvación. Definitivamente, vale la pena notarlos.

  1. Los pecados son perdonados (v. 7a). Esta palabra significa “enviar lejos”. En un sentido muy real, cuando confiamos en Jesucristo para nuestra salvación, nuestros pecados arrojados lejos de nuestras vidas. ¡Ya no hay nada que nos incrimine delante de Dios! (cf. Salmo 103:12; Isaías 38:17; 43:25; Jeremías 50:20; Miqueas 7:19; Colosenses 2:13-14; 1 Juan 1:7).
  2. Los pecados están cubiertos (v. 7b). La palabra “cubiertos” habla de algo que no puede ser descubierto o encontrado jamás. ¡La sangre de Jesús es tan poderosa que cubre TODOS los pecados! Ya no pueden ser traídos en mi contra, porque no pueden ser hallados.
  3. Los pecados ya no son contados en nuestra contra (v. 8). En otras palabras, los pecados ya no tienen ninguna función que puedan ejercer en nuestra cuenta. Han sido borrados del libro de cuentas. No están más allí. (El cartoncito con la deuda).

Hermanos, hemos sido perdonados, hemos sido cubiertos y nuestros pecados ya no se cargan a nuestra cuenta. Esa es una tremenda bendición. Eso es suficiente motivo o razón para proclamarlo a los cuatro vientos.

Conclusión. Imagine que le debe a un banco 1 millón de dólares y que ha acordado pagar esa deuda con de 10 dólares por semana. Pero un día, cuando fue al banco y a entregar sus 10 dólares correspondientes, el cajero revisa su cuenta y le informa que un millonario había estado allí y había pagado su cuenta en su totalidad, y no contento con eso, también le depositó 1 millón de dólares más. ¿Se imagina? Ya no está endeudado, sino que ahora también goza de una buena riqueza.

Sé que esta es una ilustración exagerada. Sin embargo, eso es exactamente lo que Jesús hizo en la salvación. Él pagó nuestra deuda y por nuestra fe, acreditó nuestra cuenta, y no solamente eso, sino que también nos ha dado grandes y preciosas bendiciones. ¡Qué posición la nuestra! Esto representan cientos o miles de razones para glorificar y servir al Padre celestial.

Ahora, permítanme hacer una declaración final antes de cerrar. El énfasis de estos versículos es este: La fe y nuestras buenas obras son mutuamente excluyentes. Nuestras buenas obras están bien, pero nunca salvarán nuestras almas. Es la fe y solo la fe lo que nos hace justos con Dios. Cada vez que tratamos de mezclarlas, creamos una abominación, en la que nuestras obras niegan la fe. Entonces, al llegar al final de estos pensamientos, ¿es usted salvo por la fe o por sus obras? Permítanme recordarles nuevamente las palabras de Pablo en Efesios 2:8-9. Somos salvos por la fe, y no por nuestras buenas obras.

Deja una respueta