Lo que se ve en el Gólgota.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

Lo que se ve en el Gólgota.

(Lucas 23:39-43). Hoy, nuestro mundo tiene su atención enfocada en muchos lugares diferentes.   Muchos ojos están puestos en los diversos conflictos políticos. Otros tienen sus ojos puestos en los conflictos internacionales entre Rusia y Ucrania, o China y Estados Unidos. Otros muchos están maravillados de las injusticias sociales que se viven en diversas partes del mundo. Se preguntan cuándo se hará justicia con tantas personas afectadas por el hambre y los crímenes que son provocados por las mismas autoridades. Aún otros están observando la economía, con la esperanza de que haya un repunte. Hay muchos lugares en los que podemos centrar nuestra atención en estos días. Y desde luego, algunos de esos lugares merecen algo de nuestro tiempo y atención; mientras que otros pueden no serlo.

Pero, hoy quiero invitarlos a poner sus ojos sobre el lugar donde todos los hombres deberían centrar su atención; Es el lugar más descuidado por el hombre moderno. Muy pocas personas vuelven sus pensamientos hacia un lugar llamado Gólgota (lugar de la calavera). Esta pequeña colina, es quizás el lugar más importante en todo nuestro mundo, porque allí se libró y se ganó la batalla más grande de todos los tiempos. Fue en ese lugar donde el pecado y Satanás fueron vencidos y la redención y la justicia fueron puestas al alcance del mundo entero. Fue allí donde el Cielo se encontró con el Infierno en la batalla más espectacular jamás librada. Fue allí que el Cielo reclamó la victoria eterna sobre el Infierno para todos los que lleguen a confiar en Jesús, el Hijo de Dios.

Por eso, quiero que dirijamos nuestros pensamientos, nuestros corazones y nuestro enfoque hacia ese lugar que muchos llaman, el monte calvario. Quiero que consideremos algunos de los eventos que ocurrieron el día que Jesús fue a la cruz para morir por usted y por mí. Cuando miramos hacia esa colina, precisamente el día que Jesús fue llevado a la muerte, sobresalen tres cruces, en las que están tres hombres allí crucificados. Ese día, en ese lugar, murieron tres personas, y creo que cada una de esas muertes, tienen mucho qué enseñarnos hoy.

Ahora quizás podrían preguntarse, ¿por qué? ¿Por qué deberíamos siquiera molestarnos en pasar nuestro tiempo considerando un evento que también tuvo lugar hace muchísimos años? La respuesta a esa pregunta es doble. Primero, mirando al Gólgota, podemos ver lo que Jesús logró allí por nosotros y para nosotros. En segundo lugar, al mirar al Gólgota, podemos ver a los hombres que murieron allí ese día, y al verlos, quizás nos veamos a nosotros mismos. Si eso sucede, estaremos en condiciones de participar de lo que Él hizo por nosotros allí; y, si ya tenemos comunión con Cristo, podemos disfrutar aún más de lo que Él hizo por nosotros. Entonces, tomemos un poco de tiempo hoy para mirar a las personas que murieron a los lados de Cristo. Quiero predicar sobre el tema, “Lo que se ve en el Gólgota”.

SE VE UN PECADOR ENDURECIDO (v. 39).

¿Cuáles eran las obras de este individuo? Se nos dice que este hombre es un “malhechor”. Esta palabra significa, “hacedor de maldad”. Era un hombre malvado que violó la ley y está pagando por sus crímenes con su propia vida.

Pero, ¿ya vieron lo que está haciendo allí en la cruz? Se está burlando. Las Escrituras nos dicen que este hombre “injurió” a Jesús. Esta palabra significa, “hablar mal de, o blasfemar”. Es interesante que la leemos en el “tiempo imperfecto”. Esto significa que sus injurias eran continuas. Mientras estuvo allí, y mientras tuvo fuerzas para proferir palabras, él estuvo injuriando o blasfemando en contra de Jesús. Allí tenemos un hombre que se está muriendo, y en todo lo que puede pensar, y todo lo que puede hacer mientras muere es burlarse, insultar y blasfemar en contra del Hijo de Dios.

Yo me pregunto, ¿Qué desencadenó este intenso odio hacia Jesús? ¿Fue la oración que Jesús hizo en el versículo 34? Tal vez escuchó eso y pensó: “¡Qué tontería! Si este hombre fuera realmente el Mesías; ¿Por qué no hace algo?” O, simplemente, se unió al resto de la multitud mientras se burlaban y ridiculizaban al Hijo de Dios (v. 35-36). Cualquiera que sea su motivación, este pobre hombre pasó las últimas y lamentables horas de su vida, burlándose del único que podría haber salvado su alma y haberlo mantenido fuera del infierno.

Pero, en las palabras de este hombre, se revela la verdadera naturaleza de su actitud hacia Jesús. Él dice, Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros”. ¿Lo ve? Cuando él usa la palabra “si”, está expresando su incredulidad. Él pone en tela de duda la identidad de Jesús como el Cristo. Él duda de que Jesús sea quien dice ser, es decir, el Mesías, el ungido de Dios. De hecho, le está diciendo que está dispuesto a creerle, siempre que “se salva a sí mismo y a ellos con él”. Si eres tan grande, si eres quien dices ser, entonces sálvate y sálvanos. Sus palabras están llenas de egoísmo. Él no habla por la salvación de todo el mundo, sino solamente la de ellos. Sus palabras revelan un corazón que no está convencido, que no tiene paz. ¡Sus palabras revelan el corazón de un hombre perdido!

Mis hermanos, mientras miramos a este hombre, bien podemos decimos: “¡Qué barbaridad! ¡Qué tragedia!” Pero, mientras nos maravillamos de sus palabras, al mismo tiempo debemos recordar que este hombre no es diferente de las multitudes perdidas que viven a nuestro alrededor hoy.

La Biblia nos dice que este hombre es un “malhechor”; pero, con esa misma franqueza bien podría decir también que era un “borracho”, una “ramera”, un “fornicario”, un “drogadicto”, un “asesino”. La Biblia correctamente nos podría haber dicho que se trataba de un hombre con un corazón lleno de odio y rencor, un corazón lleno de celos, de ira, de maldad, o de rebeldía a la voluntad de Dios.

No era un pecador porque era un ladrón. ¡Era un ladrón porque era un pecador! ¡Hizo lo que hizo porque era lo que era! En esa condición perdida, pecaminosa y condenada, este hombre no era diferente a cualquier otra persona en este mundo que no reconoce a Jesucristo como Salvador y Señor (cf. Romanos 3:10-23; Gálatas 3:22; Eclesiastés 7:20).

Este hombre pasó sus últimos momentos negando que Jesús fuera el Mesías. Pasó su tiempo blasfemando el nombre de Jesús. Una vez más, este hombre no es diferente de la gente que nos rodea hoy. Hay muchas personas que no tienen problema en tomar el precioso nombre del Señor en vano. Hay muchos que no piensan en usar el nombre del Señor como una maldición o como un refrán. Hay muchos que ridiculizan el nombre de Jesús y se burlan de Él, de Su iglesia, de Su obra o de Su voluntad. Hay muchos que no creen que haya un Dios; o que el hombre tiene necesidad de una relación con el Señor Jesucristo. De la misma manera, hay personas en este mundo, quizás algunas en este mismo lugar, que nunca usarían el nombre de Dios de esa manera; que nunca se burlarían de Él, o de Su iglesia. Sin embargo, esas mismas personas no son más que “ateos prácticos”. Admiten que hay un Dios, pero viven como si Él no existiera o no importara. ¡Estas cosas son solo un indicador de un corazón perdido!

El rasgo que marca a tantos en nuestros días y prueba que son como este pobre moribundo malhechor, es el hecho de que se niegan a creer en Jesús para la salvación de sus almas. Como este hombre, sus vidas se centran en “si”. Cuando les compartimos del evangelio, siempre hay alguna objeción, algún argumento, alguna excusa ofrecida de por qué no pueden o no quieren llegar a la fe en Jesús. ¡Puede parecer simple, pero es una prueba positiva de que están perdidos y se dirigen al infierno sin Dios!

Si usted se ha visto en la persona de este malhechor; déjame decirte algunas cosas: Primero, no vale la pena morir por nada de lo que esté viviendo fuera de Jesús (cf. Marcos 8:35-36). Segundo, hoy es su llamada de atención. Dios le está haciendo saber que necesita volverse a Él y ser salvo (cf. 2 Corintios 6:2). Tercero, solo hay una forma en que sucederá: debe creer en Jesús por fe, o se perderá para siempre (cf. Juan 8:24). Cuarto, ¡está viviendo tiempo prestado! El Señor no le llamará todo el tiempo, sino que ha fijado un día en que entrará perdido en la eternidad, sin Él (cf. Génesis 6:3; Proverbios 29:1). Si Jesús le está llamando, no se demore, venga a él y sea salvo mientras aún hay tiempo.

¿Qué se ve en el Gólgota?

SE VE UN PECADOR HONESTO Y ARREPENTIDO (v. 40-42).

Este hombre hizo una admisión. Cuando este hombre comienza a reprender al otro malhechor, hace una confesión impresionante. “¡Somos culpables y estamos recibiendo exactamente lo que merecemos!” Esta admisión revela que este hombre tenía una honesta convicción con respecto a sus hechos pecaminosos. Es un pecador honesto. Por cierto, ¡eso es refrescante para mí! Simplemente, no quedan muchos pecadores honestos en nuestro mundo. Al menos, eso es lo que pensaría, dado que no escuchamos a mucha gente admitir sus maldades, ¿verdad?

Considere la evaluación de este hombre. Su evaluación de la situación es muy diferente a la del otro malhechor. El primer hombre buscaba una salida. Pero, ¡Este hombre estaba buscando una forma de entrar! Cuando fue clavado en la cruz, alzó la voz y también se burló de Jesús (cf. Marcos 15:32). Pero, algo sucedió durante esas primeras horas en la cruz. Claro, recordó a Jesús y sus obras. Tal vez recordó algunas de sus enseñanzas, y así, reconoció que era un hombre “justo”. Dejó de burlarse. Esto nos dice que, aunque era un malhechor, también era un hombre con algo de inteligencia. Reconoció que no tenía cara para burlarse de Jesús, siendo que Jesús era justo y él era un perverso.

Podría haber sido cualquier cantidad de cosas que hablaron a su corazón. Pero, sea lo que sea lo que le dijeron, ¡Jesús no era un hombre ordinario! Mientras este hombre examinaba la situación allí en el Gólgota, ¡Ese día, llegó a ver que Jesús era el Mesías y que Jesús era su única esperanza! Llamó a Jesús “Dios” en el versículo 40. Reconoció la impecabilidad de Cristo en el versículo 41. Incluso, miró a Jesús para la salvación en el versículo 42.

Mientras este hombre le habla a Jesús, hace un pedido increíble. Le pide a otro moribundo que lo salve. Pero, eso lo hizo porque, cuando vio a Jesús, no vio a un a víctima del sistema romano. Todos los demás, en su mayor parte, no vieron nada más que otro pobre hombre colgado, maltratado y sangrando en una cruz; pero, este hombre miró a Jesús y vio a Dios (v. 40). Miró a Jesús y vio la justicia perfecta (v. 41). Miró a Jesús y vio a uno que de alguna manera iba a vencer a la muerte; resucitará; gobernará con poder y gloria; extendiendo su gracia a los que no la merecen (v. 42). Miró a Jesús, y al verle con esa cruel corona de espinas, vio a Jesús con tres coronas. Colocó a Jesús en el trono del universo llamándolo “Señor”. Puso a Jesús en el trono de su propio corazón diciendo “recuérdame”. Puso a Jesús en el trono de David diciendo: “cuando vengas en tu reino”.

En mi opinión, este hombre exhibió mayor fe que cualquier otro en toda la Biblia. Captó la esencia de quién era Jesús; de lo que Jesús estaba haciendo, y de lo que Jesús haría. No solo lo captó; ¡pero estaba totalmente convencido de ello! Lo creía a pesar de lo imposible que debió parecerle en ese momento. Este malhechor mostró la esencia de la verdadera fe en su corazón y sus palabras mientras moría en esa cruz (cf. Hebreos 11:1).

Este hombre nos muestra adónde debe llegar una persona, si alguna vez espera ser salva. Note las tres características de la fe salvadora que poseía.

Primero, fue honesto acerca de sus propios pecados. Admitió libremente que era culpable. ¡Admitir que uno es pecador es el primer paso para llegar a la fe en Jesús! Solo les recordaría que Jesús vino a salvar a los pecadores y no a los justos (cf. Lucas 19:10; Marcos 2:17). ¡Pero esto parece ser lo más difícil de todo! Cada vez es más difícil encontrar pecadores en nuestros días. Es fácil detectar lo que llamamos pecadores en el mundo, pero debemos entender que cada persona en este mundo, que está fuera de una relación con Jesucristo, ¡debe reconocer que es un pecador! (Romanos 3:22). No hay diferencia entre el alcalde y la empleada doméstica; la estrella y la callejera; el policía y el proxeneta; el médico y el paciente; el policía y el criminal. ¡Todos son pecadores y el primer paso para solucionar esos pecados es admitir esa verdad!

Segundo, este hombre se convenció de que Jesús era quien decía ser. Mientras Jesús sea solo otro hombre, nunca usted será salvo. Pero, cuando usted llega al lugar donde lo ve como Dios, Salvador, Señor y el cumplimiento de todas las promesas de Dios, entonces puede ser salvo. Cuando entienda que Él murió en esa cruz, como dice la Biblia; que resucitó, como dice la Biblia, y que Él lo salvará cuando le invoque por fe para hacer su voluntad; puede ser salvo (cf. Romanos 10:9; 10:13). La fe en las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo, son esenciales para la salvación (cf. Efesios 2:8-9).

Tercero, este hombre estaba dispuesto a invocar a Jesús para lo que necesitaba en su vida. Demasiadas personas conocen la verdad y saben lo que deben hacer. Todo lo que les falta es actuar sobre lo que saben y clamar al Señor por la salvación de sus almas. Si vienen a Él, Él no los rechazará, (cf. Juan 6:37). Si a Él invocan, Él salvará su alma (cf. Hechos 16:31; Juan 6:47; Juan 3:16).

¿Ha llegado al lugar donde puede ver sus pecados? ¿Entiende que Jesús murió por usted en la cruz y que resucitó de entre los muertos? ¿Comprende la verdad de que Él le salvará si se arrepiente de sus pecados y clama a Él? Si no ha hecho eso. Le animo a hacerlo hoy. ¡Jesús le salvará si solo viene a Él y se lo pide!

¿Qué se ve en el Gólgota?

SE VE UN SALVADOR SANTO (v. 43).

Vea su Dolor. Recordemos que a pesar de que Jesús era Dios, incluso mientras colgaba de esa cruz, estaba experimentando la misma angustia y tormentos que los dos malhechores estaban experimentando. La agonía era inimaginable y el sufrimiento que soportó Jesús era muy real. Su muerte fue un asunto brutal y horrible. Era mucho peor de lo que la mente podía comprender. Unos pocos pasajes hablan de la naturaleza terrible de la muerte de Jesús. Isaías 52:14, Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. Salmo 129:3, Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos”. (cf. Salmo 22).

Sin embargo, esos versículos solo cuentan el lado físico de lo que Jesús soportó por nosotros. Su dolor era más que físico. Mientras estaba en esa cruz, literalmente estaba siendo ofrecido como una ofrenda por el pecado. La ira de Dios estaba siendo derramada sobre él. La ira de Dios estaba siendo satisfecha. Fue tratado como un criminal, fue despreciado, abandonado e injuriado. Pero, todo ese dolor físico, emocional y psicológico, todo eso lo estaba sufriendo por usted y por mí. Lo estaba haciendo por ese malhechor que clamaba a su lado. Él estaba soportando todo para que pidiéramos acercarnos a él y rogarle por la salvación de nuestras almas. Pablo lo dijo así en Romanos 8:5, Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Considere su gracia. Aun cuando Jesús colgaba allí en agonía ese día; su corazón estaba buscando a la oveja perdida. Por eso vino (cf. Lucas 19:10; Marcos 10:45). Por eso dejó las noventa y nueve y fue tras la oveja perdida (cf. Lucas 15:3-7).

La gracia de Dios estuvo en evidencia ese día incluso cuando Jesús murió en la cruz. Cualquier otra persona podría haber mirado a ese pobre ladrón moribundo y haber dicho: “Rechazaste el camino de Dios en tu vida; ¡Ahora irás al Infierno en tu muerte!” Pero Jesús no. Amó a ese pecador a pesar de sus pecados y le extendió su gracia. Cuando Jesús le habló a este hombre; pronunció palabras sazonadas con gracia, amor y misericordia. A ese pobre lo recibió tal cual era, con todo el bagaje de una vida desperdiciada, y Jesús le salvó el alma, ¡en el acto!

Mis hermanos ¡Jesús no ha cambiado ni un poco! No importa adónde nos haya llevado el camino de la vida. No importa lo que hayamos hecho en la vida. Si venimos a Jesús, encontraremos un amigo que nos recibirá a pesar de todo. Nos amará, nos salvará, nos cambiará y hará de nosotros una nueva criatura; nos limpiará de nuestros pecados y nos dará un nuevo comienzo, ¡él salvará nuestras almas! Lo que hizo por ese malhechor, es lo que hizo por mí. Eso es lo que ha hecho por muchos otros, y eso es lo que hará por usted, si vienes a Él (cf. Apocalipsis 22:17; Mateo 11:28).

Considere su garantía. El ladrón estaba buscando algo de Jesús para el futuro; pero lo que recibió fue la promesa de que todo lo que buscaba le acababa de ser aprobado por su simple clamor de fe. Jesús le dio una garantía de que su eternidad fue alterada para siempre; ¡y que los cambios comenzarían ese mismo día!

Mis hermanos, Jesús murió primero (cf. Juan 19:32-33), y precedió al malhechor en Paraíso.   ¿Pueden imaginar el momento cuando recibió Jesús al malhechor en el lugar donde los santos que habían partido esperaban el día en que Jesús vendría y moriría en la cruz y pagaría la deuda de su pecado? Debe haber habido regocijo cuando Abraham, José, David y legiones de otros se reunieron alrededor de Él y alabaron al Señor por lo que acababa de lograr. Tal vez Abraham dijo: “Señor, por favor entra y siéntate con nosotros. Cuéntanos todas las cosas que has logrado por nosotros hoy”.   Creo que Jesús podría haber respondido, “No, estaré contigo en un rato. Voy a esperar aquí cerca de la puerta porque estoy esperando a un amigo.”

¡Conocer a Jesús cambiará para siempre su eternidad! Cuando conocemos y nos rendimos a él, pasamos de muerte a vida. De estar destinado al infierno eterno, a la eternidad en el cielo. Recibimos una garantía eterna, infalible, real (cf. Juan 10:28; 6:37-40; 1 Pedro 5:7). Terminamos con un futuro que es mucho mejor que cualquier cosa que podamos imaginar (cf. Juan 14:1-3; 1 Corintios 2:9).

¿Tiene usted esa garantía? ¿Quiere esa garantía? Es tan sencillo de obtener como hacer lo que hizo el malhechor. Invocar arrepentidos al Señor. Él no rechazará un corazón contrito y humillado.

Conclusión: Cuando miramos al Gólgota, ¿qué vemos? ¡Veo a un Salvador que me amó tanto que voluntariamente murió por mí en esa cruz, para que pudiera ser salvado de mis pecados y la perdición del fuego del Infierno! Veo esa colina como el lugar donde se borró mi pasado y se aseguró mi futuro para siempre.

¿Es eso lo que usted ve? O ¿se ve muriendo en sus pecados? ¿Se ve convencido de lo que necesita y de quién es Jesucristo? ¿Ve usted que Él le ama y le salvará si viene a Él? Si usted logra ver su propia necesidad; y si ves que Jesús es quien, y lo que necesita en su vida, entonces le invito a que deje de buscar y venga a Él ahora mismo. ¿Vendrá a Jesús y harás lo que hizo ese malhechor arrepentido? ¿Invocará a Jesús para su salvación hoy? ¡Si quieres, Él le salvará!

Otra cosa que veo en el Gólgota, es mi necesidad de agradecer al Señor por todo lo que ha hecho por mí. Si usted ha roto esa comunión con Dios que costó la sangre misma del Hijo de Dios, entonces, reconozca su pecado, arrepiéntase y vuelva al camino de Dios. Su sangre sigue siendo eficaz, y si confesamos nuestros pecados, la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado.

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