No os venguéis vosotros mismos (2)

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

No os venguéis vosotros mismos (2)

(Romanos 12:19-21). En nuestro mensaje anterior, aprendimos:

  1. Que los hombres, quienes quieran que sean, tarde o temprano, nos van a causar un daño. El hombre en pecado tiene ese potencial, de engañar, de lastimar, de herir a su prójimo, sobre todo a quienes están cercanos a él.
  2. Que ante la tristeza y el enojo que nos provoca el daño que alguien nos ha hecho, no tenemos ningún derecho para tomar la venganza en nuestras propias manos.
  3. Que la venganza es una obra exclusiva de Dios, y que nosotros no debemos estorbar a su ira, sino que debemos dejar lugar para que Dios la ejecute como él considere adecuado, y cuando él lo considere adecuado.

Ante esto, ¿qué camino podemos tomar? Hoy vamos a considerar los caminos correctos que Dios ha determinado para aquellos que han sufrido la injusticia o la maldad de otros.

HAY QUE TOMAR EL CAMINO DE LA BENIGNIDAD.

Una vez que el apóstol Pablo nos ha mostrado que la venganza es una obra exclusiva de Dios, ahora el Espíritu Santo nos muestra un camino mejor que el de la venganza. Noten lo que dice el versículo 20, de Romanos 12: Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.

En la Reina Valera 1960, leemos, “Así que”. En otras versiones, leemos un sentido más exacto que armoniza perfectamente con el contexto. En la Nueva Traducción Viviente, por ejemplo, dice el versículo 20: En cambio. La Sagrada Biblia dice, Por el contrario. La Nueva Versión Internacional, dice, Antes bien. En otras palabras, el versículo 20 nos dice que, en lugar de buscar la venganza, debemos hacer algo distinto. Lo que el versículo 20 nos enseña, es la antítesis de la venganza personal. Es el camino que, según Dios, debemos andar.

Lo que las Escrituras nos enseñan, es que no debemos linchar o dañar a quienes nos hacen daño. No debemos clavar alfileres en muñecos de trapo que se parecen a ellos. No debemos poner veneno en sus desayunos. No debemos difundir historias desagradables sobre ellos. No debemos obrar con maldad en su contra. No debemos hacer nada que se parezca a eso. Pero, la idea de Dios aquí no es solamente indicarnos lo que no debemos hacer. El contexto nos indica determinadas acciones que debemos llevar a cabo. Dios no quiere que nos quedemos quietos para con aquellos que nos han lastimado. El texto no dice que debemos ignorar a quienes nos hacen daño. El texto no dice que debemos desviar la mirada y fingir que el que nos ha lastimado no existe. El texto no dice que seamos indiferentes hacia ellos. No dice que los desvaloricemos al punto de que no nos importen en lo más mínimo. Por el contrario, el texto dice que hay algo que debemos hacer para con ellos.

¿Recuerdan la historia del buen Samaritano? En ella se nos habla de dos judíos religiosos. Un sacerdote y un levita. Ambos iban por el camino, y vieron a un hombre que había sido asaltado, el cual estaba muy mal y necesitaba ayuda. Pero, ninguno de estos dos hombres religiosos disminuyó su paso, sino que siguieron de largo. Luego pasó un Samaritano y se detuvo y ayudó al hombre. ¿Quién podría imaginarse que un samaritano haya hecho bien a aquel hombre, y no esos dos judíos religiosos? Judíos y samaritanos son enemigos, por lo que ningún judío jamás se imaginaría ser ayudado por un samaritano, o que un samaritano ayude a alguien. Sin embargo, Jesús contó esa historia para enseñarnos que, si nuestro enemigo está atravesando tiempos difíciles, no debemos reírnos, o sentir placer por ello. No debemos decir, “Se lo merecía”. Más bien, si nuestro enemigo tiene hambre, hay que darle de comer. Y desde luego, uno pudiera pensar que no es algo muy sabio dar de comer a nuestro enemigo y luego se haga fuerte contra nosotros. Sin embargo, hermanos, esa no debe ser nuestra preocupación. La Escritura nos dice que tenemos un deber, y si somos hijos de Dios, debemos actuar en contra de nuestros impulsos y tendencias culturales en lo que respecta hacia aquellos que nos han hecho daño. No debemos estar indiferentes, sino que debemos buscar y hacer el bien para ellos.

Ahora, regresando al texto de Romanos 12:20, preguntamos, ¿A quién se refiere Pablo cuando describe a nuestros enemigos? No creo que esté hablando de alguien lejano, como la gente de Afganistán, Irak o China. Los enemigos, potencialmente posibles, son casi siempre personas que conocemos. Personas con las que trabajamos, personas con las que estamos en la escuela, con miembros de nuestra familia o con quienes hermanos de la iglesia. Son personas que nos lastiman de una forma u otra. Y aunque ellos están actuando torpemente, no debemos ser tontos con nuestras represalias. Mi enemigo casi siempre es alguien cercano a mí. No tengo enemigos en Irán; no conozco a nadie en Irán, pero no es difícil tener enemigos a nuestro alrededor, porque conozco gente a mi alrededor y ellos me conocen a mí. Entonces, no os venguéis vosotros mismos, más bien tomad el camino de la benignidad.

AMONTONA ASCUAS DE FUEGO SOBRE SU CABEZA.

Si digo que conozco a Dios y que me ha perdonado mis pecados, entonces debo ser especialmente misericordioso en mi trato con el enemigo que esté cerca de mí.  Si tiene una necesidad, entonces debo hacer lo que pueda para ayudarlo. Y aquí viene algo interesante. Cuando hago algo bueno para con aquel que me ha hecho daño, entonces ocurre algo notable: amontono carbones encendidos sobre su cabeza. Pero, ¿qué significa esto?

Pues bien, generalmente se piensa que esta expresión encierra una especie de castigo contra nuestro enemigo. Algunos, incluso, han llegan a creer que cuando hacemos el bien a nuestro enemigo y este no se arrepiente, entonces su sufrimiento en el infierno se vería aumentado. Otros muchos suponen significa que nuestro enemigo se avergonzará una vez que nosotros hacemos el bien con él. Sin embargo, creo que ninguna de esas dos interpretaciones es correcta, pues se contradice con la idea de ayudar y bendecir a nuestro enemigo.

Creo que, para entender dicha expresión idiomática, debemos precisamente considerar el origen y el uso de ella dentro de su contexto cultural. La idea proviene del Oriente, y se refiere a alguien que, por amabilidad y afecto, coloca, literalmente, carbones encendidos sobre la cabeza de alguien.

Cuando se escribió este dicho, allá en Proverbios 25:22, la gente en Oriente calentaba sus casas y cocinaba con fuego. Pero, durante la noche, el fuego a veces se apagaba y debían ir a buscar carbones encendidos a las casas vecinas para prender nuevamente el fuego y cocinar el desayuno. Ahora, en tierras bíblicas, casi todo se lleva en la cabeza: tinajas con agua, canastas con comida, y también braseros con carbones encendidos. Cuando se acababa el fuego, algún miembro de la familia salía con el brasero hacia la casa de un vecino para pedirle fuego, y regresaba con el brasero en la cabeza. Y si el vecino era amable y generoso, entonces amontonaba carbones en el brasero, de allí que la idea, “amontonar carbones sobre la cabeza”, indicaba amabilidad y generosidad.

Por lo tanto, el proverbio enseña que, si a un enemigo se le apaga el fuego en su casa, y viene a la nuestra pidiendo carbón, debemos ser amables y generosos, amontonando muchos carbones encendidos, o ascuas de fuego en el brasero sobre su cabeza. De esta manera, él podrá volver a su casa a cocinar y calentarse.

Hacer cosas buenas con aquellos que le han herido profundamente, tendrá un efecto positivo. Dios nos está indicando la manera correcta de luchar contra la enemistad. ¿Qué carbones necesita aquel que me ha hecho daño? Tal vez necesita nuestro perdón, tal vez necesita misericordia. ¿Qué carbones tenemos para dar? ¿Un regalo? ¿Una palabra amable? ¿Una llamada telefónica? ¿Una nota amable y breve? ¿Un ramo de flores? ¿Una comida? ¿Hacer un mandado? ¿Una visita al hospital? ¿Ofrecer transporte? ¿Aportar un pago económico? ¿Hablar bien de él con otros? Este es el camino que Dios nos indica, y al hacerlo, también glorificamos a Dios. Así que, en lugar del rencor y la venganza, mejor “sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación (Romanos 14:19). La Escritura dice, Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios (Hebreos 13:16).

Escuchemos de nuevo las extraordinarias palabras del Hijo de Dios en el Sermón del monte en Mateo 5:38-48. Jesús dice: “Si alguien te obliga a caminar una milla, ve con él dos millas.” A lo que el Señor se refiere aquí es a una costumbre romana. Los judíos estaban bajo el poder del imperio romano en ese momento, y mientras anhelaban la libertad, al mismo tiempo odiaban tener que someterse al imperio romano. Uno de los inconvenientes odiosos de estar bajo el poder de Roma, era una ley que permitía a un funcionario poner su mano sobre alguien de repente y obligarlo a hacer un trabajo para él. ¿Se imagina? Estar ocupado en un asunto y de pronto ser molestado por un funcionario romano, quien le pide llevar sus cosas por una milla, y usted tener que hacerlo sin poder quejarse en el proceso. Usted puede ver un ejemplo de eso cuando, el día que Jesús iba cargando su cruz, obligan a Simón de Cirene a cargar la cruz (cfr. Mateo 27:32). Uno no podía responder diciendo, “¿Quién te crees tú para que me hagas caminar una milla? ¿Acaso crees que soy cualquiera, como para que haga tu voluntad?”. Bueno, Jesús dice, “ve con él dos millas”.

El Señor dice que nuestra actitud es la de hacer un esfuerzo adicional. El Señor dice, haz más de lo que tienes que hacer. Haz más de lo que dice la ley, y ascuas de fuego amontonas sobre su cabeza. Mis hermanos, no estamos bajo el poder de nuestro enemigo para hacer más allá de lo que nos toca hacer, sino que estamos bajo la autoridad del emperador del cielo y de la tierra. Nuestra compulsión por hacer lo correcto es más estricta que la de cualquier gobierno humano. Lo que nos impulsa es el amor de Cristo por nosotros, que nos constriñe a servir como él sirvió.

Así que, hay un mejor camino que la venganza, y es la de llevar el yugo del Señor. Él dijo, “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Cuando cargamos el yugo del Señor, con mansedumbre y humildad, hallaremos reposo, hallaremos descanso para nuestras almas.

LA VENGANZA TE DESTRUYE, PERO EL BIEN VENCE AL MAL.

Entonces Pablo termina este poderoso capítulo con estas palabras; “No seas vencido de lo malo, sino que vence con el bien el mal” (v.21). No crea que este es un pequeño lema como eso de que “al que madruga, Dios lo ayuda”. Cuando Pablo dice: “No seas vencido de lo malo”, lo que quiere decir es: No dejes que la venganza te devore y destruya tu vida. Piense en cómo la venganza destruye a los terroristas suicidas y a sus familias. Nosotros también podemos ver la vida como una especie de competencia. “Me golpeó, así que tuve que devolverle el golpe”; “Claro, le dije algunas cosas horribles, pero él me las dijo a mi primero”. Esto sucede mucho en los matrimonios en conflicto, o entre amigos en conflicto, o entre socios en conflicto, e incluso entre hermanos en conflicto. Hay un juego de “ojo por ojo”. Me lastimaste, así que ahora yo te voy a lastimar. Me engañaste, así que está bien que yo te engañe. Me golpeaste, así que está bien que yo te golpee. Levantaste la voz, así que está bien que yo levante la mía, y así, al infinito.

Cuando nos dejamos vencer por la venganza, en lugar de tomar el camino del bien, nos estamos esclavizando al pasado, nos estamos esclavizando a viejas heridas que probablemente fueron hechas hace años, y nosotros, con la insaciable sed de venganza, no dejamos que sanen.

CONCLUSIÓN.

Pablo dice, “vence con el bien el mal”. Esa es la conclusión de todo. Aunque vivimos en un mundo donde el mal parece ganar, la verdad es que es solo una ilusión temporal. El Dios Todopoderoso algún día arreglará las cosas con justicia. Dios ha dispuesto las cosas de tal manera que al mal le vaya bien a corto plazo, pero el bien siempre gana al final. Si la vida fuera como una carrera de cien metros, apostarías a que gana el mal; sin embargo, no son 100 metros, la vida es un maratón, y como lo es, al final gana el bien. Puede que eso no suceda en una vida o en una generación, pero con el tiempo, y a través de las generaciones, Dios se mueve para traer justicia. Y si la justicia no llega en esta vida, siempre llega en el cielo. Se hará justicia. Los malhechores serán castigados y los que sigan el camino de Jesús serán recompensados. Esa es la promesa de Dios. Así que, no nos venguemos nosotros mismos, más bien, dejemos lugar a la ira de Dios, vendiendo con el bien, el mal.

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