El conocido “evangelio de Juan”, fue escrito por el ya anciano y apóstol Juan alrededor del año 85 d.C. Fue el último de los cuatro evangelios que se escribió. Para cuando este libro se distribuyó entre los santos, los otros evangelios eran palabras familiares. Las personas de todo el mundo ya tenían los relatos de la vida de Cristo según lo registrado por Mateo, Marcos y Lucas. Estos tres primeros evangelios, se llaman evangelios sinópticos. La palabra “sinóptico” significa “ver juntos”. Esto significa que los primeros tres evangelios contienen muchas de las mismas historias y enseñanzas, pero contadas desde distintos ángulos. Sin embargo, cada uno de ellos es completamente inspirado por el Señor.
Pero, con el evangelio de Juan ¡encontramos una estructura diferente! En las páginas de este maravilloso libro, vemos un lado de Cristo que los otros escritores de los Evangelios no tocan.
Juan era parte de ese bendito círculo íntimo. De ese puñado de discípulos que estuvo con Cristo durante algunos de sus momentos más íntimos. En este Evangelio, Juan nos da 21 capítulos llenos de bendición. Capítulos que, a medida que se desarrollan, presentan una nueva faceta del carácter divino de nuestro Señor. Con el paso del tiempo, y si Dios me lo permite, pretendo predicar de cada uno de estos retratos de Cristo que nos da Juan.
En este capítulo inicial, Juan pinta un cuadro de Jesús: El verbo de Dios, y es en esa imagen en la que quiero que nos enfoquemos hoy. Miremos juntos a Jesús: El verbo de Dios. En Juan 1:1-15, se revelan tres verdades sobre Jesucristo.
JESÚS ES EL VERBO PREEXISTENTE.
En los versículos 1 al 3, de Juan 1, leemos, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”
Cuando Juan dice que “En el principio era el verbo”, nos enseña sobre la eternidad del verbo. Según este versículo, Jesús simplemente siempre ha existido. Aunque bien sabemos que Jesús nació en Belén, la verdad es que él, como persona, siempre ha sido a través de las edades interminables de le eternidad pasada. Jesús, quien es el verbo, “siempre ha sido”. Esto nos dice que Jesús no es un hombre común. En el versículo 6, por ejemplo, leemos sobre Juan el bautista, dice, “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan”. El verbo “Hubo”, literalmente significa uno que llegó a ser, uno que llegó a existir. Juan el bautista no ha existido siempre, pero Jesús, el verbo, siempre ha sido. Este texto nos confirma que nuestro Señor Jesucristo es constante e inmutable. Así lo dice también Hebreos 13:8, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
¿Qué bendición podemos obtener de todo esto? Que cada cristiano puede confiar y depender de Jesús siempre y totalmente. Él nunca nos abandonará, nunca nos fallará. Así lo dice el contexto de Hebreos 13:8, en el versículo 5, “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. No hay momento en la vida en que Jesús sencillamente desaparezca. No hay momento en la vida en que Jesús no esté presente. Él ha sido, es y será por la eternidad. Usted puede confiar en su cuidado y protección siempre.
En segundo lugar, el apóstol Juan dice, en Juan 1:1, que “el verbo estaba con Dios”. En otras palabras, nuestro Señor no estaba solo en la eternidad. Dice que estaba en compañía de “Dios”. Dado que este contexto nos dirige hacia la eternidad pasada, podemos concluir que el verbo estaba con el Padre y con el Espíritu Santo. De hecho, y una vez que todos ellos dan inicio a la creación, los vemos obrar en tan magna obra. El Padre declarando la creación de cada cosa, el hijo actuando y trayendo a la realidad cada declaración del Padre, y el Espíritu Santo vivificando todo aquello que en la creación requería de vida. Sin embargo, aunque el verbo no estaba solo, el deseo de Juan es mostrarnos a nuestro Señor como una persona distinta. Como el verbo, él es una persona única y distinta de quienes estaban con él. Mis hermanos y amigos, Jesús no fue un pensamiento posterior de Dios. Él no fue algo conjurado cuando las cosas se salieron de control. Él no fue una simple declaración, como algunos suponen. Jesús no es “rema” (ῥῆμα), Jesús es “verbo” (λόγος). Y en esto hay una gran diferencia. Él es una persona que, en compañía de otras como él, formaron al hombre a su imagen, como dice Génesis 1:26, “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.
Jesús estaba allí en el cielo cuando se formuló el plan para redimir al hombre pecador. Por eso, Apocalipsis 13:8, al respecto declara que, el “Cordero… fue inmolado desde el principio del mundo”. El apóstol Pedro, el día de Pentecostés, explicó esto a los judíos de su tiempo, diciendo que Jesús fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23), ¿para qué? Para ser arrestado y crucificado en manos de los romanos. Como vemos, desde antes de la creación, nuestro Señor ya conocía su papel dentro del plan de redención. Gracias a su sacrificio es que fuimos rescatados “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:19, 20).
El evangelio de Juan nos lleva a la intimidad misma de Dios, en la que el verbo, “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13), está dispuesto a entregar su vida para el perdón de nuestros pecados. ¿Qué estaba haciendo “el verbo con Dios”? No solo diseñó y participó en la creación, sino también en el plan de salvación que cientos de personas gozamos hoy.
En la última declaración que leemos en Juan 1:1, se expresa una oración que ha sido causa de innumerables discusiones en el mundo religioso. Por eso, bien podemos decir que, cuando el apóstol dice, “y el verbo era Dios”, nos presenta a Jesús como el verbo controvertido.
Cuando Jesús vino predicando el arrepentimiento (cfr. Marcos 1:15), los hombres pensaron que era extraño. Cuando comenzó a sanar y a realizar milagros, los hombres pensaron que era un profeta enviado por Dios (cfr. Juan 3:2). Cuando habló la Palabra de Dios con poder, los hombres pensaron que era asombroso (cfr. Lucas 4:36). Sin embargo, cuando Jesús afirmó ser igual a Dios, los hombres pensaron que estaba loco (cfr. Juan 19:7). Para ellos, Jesús dejó de ser una bendición y se convirtió en una controversia cuando afirmó ser Dios (cfr. Juan 14:9).
No obstante, los hombres todavía luchan con estas verdades. Están dispuestos a aceptar al Cristo humilde, al Cristo que enseña, al Cristo manso, al Cristo muerto, al Cristo que sirve. Pero muchos no darán reconocimiento al Dios/Hombre Jesucristo. Sufren por confesar que Él es 100% Dios y 100% hombre, todo envuelto en uno. Pablo lo resume mejor en Filipenses 2:5-8, diciendo, “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
En estos asombrosos versículos, el apóstol establece, en un lenguaje claro y conciso, el hecho de que Jesús existió antes de Belén. Que voluntariamente se humilló y vino a este mundo en la condición de un siervo. ¡Jesús es Dios en carne humana! Lo cual, habla del valor de su sacrificio. ¿Cuánto valora usted el sacrificio del Señor? ¿Se ha puesto a meditar en lo grande que es? El creador del universo, el eterno, el todopoderoso, viniendo a este mundo, ser humillado y muerto en una cruz por usted y por mí. El es Dios, y eso debe tener un gran significado cuando pensamos en el costo de la salvación. No solo costó una vida, costó el sacrificio del único Dios verdadero. ¿Valora usted su salvación?
En el versículo 3, de Juan 1, dice, “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Jesús es el creador de todas las cosas. Este versículo nos dice que Jesús fue la parte activa detrás de la creación del universo. El Padre declaró y el verbo actuó. Se paró al borde de la nada y, con su poder, trajo a la existencia todas las cosas. Sobre esto, el apóstol Pablo dijo, “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17) ¡Estoy agradecido de que este Dios es mi Dios, que este salvador es mi salvador! Me alegro de poder conocerlo en el perdón gratuito del pecado y que la salvación está bajo su control. Las preocupaciones y presiones de la vida comienzan a crecer sorprendentemente, pero son de un color tenue cuando se enfrentan con el poder y la fuerza de nuestro Salvador todopoderoso (cfr. Mateo 28:18)
Estas cuatro verdades, tomadas como una, nos dan la clara enseñanza de que Jesús es preexistente. ¡Siempre lo ha sido y siempre lo será! ¡Gracias a Dios, nunca habrá un día en la eternidad que no incluya a Jesús! No importa dónde terminemos, o lo que tengamos que enfrentar mientras viajamos por este mundo, podemos estar seguros de que el está, y siempre estará allí para nosotros.
JESÚS ES EL VERBO ENCARNADO.
En Juan 1:14, dice, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Este versículo es uno de los más claros de toda la Biblia con respecto a la encarnación de Jesucristo. Encarnación, es una palabra que simplemente significa “la manifestación corporal de un ser sobrenatural”.
¿Cómo fue esta encarnación? Este versículo nos dice que el “verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”. La forma de su encarnación es un misterio. ¿Cómo pudo Dios convertirse en hombre? La respuesta a esta pregunta se encuentra solo en la mente de Dios. Todo lo que sabemos es que Dios eligió a una virgen llamada María y la hizo concebir y dar a luz milagrosamente un bebé. Sé que esa noche en que nació Jesús, Dios vino a la tierra. ¡De alguna manera, el verbo se hizo carne! Aunque Jesús mismo había existido desde todas las eternidades pasadas, tomó sobre sí mismo un manto de carne allí en Belén. El Creador nació de la criatura. Dios puso su vida en manos de los mortales. ¡Qué escena debe haber sido!
Este versículo dice que Dios “habitó” entre nosotros. Esa palabra es rica en significado. Literalmente significa que Jesús instaló su tienda aquí entre los mortales. Vivió entre nosotros, trabajó entre nosotros, oró entre nosotros, sufrió entre nosotros. Dios caminó sobre la tierra y muchos de los que estuvieron en estrecho contacto con Él, no lo reconocieron. ¡Qué tragedia que los hombres se pusieran en contacto con el salvador y aun así no lo reconocieran!
Algo que llama mi atención al pensar en los viajes de predicación que he hecho dentro de México y otros países, es la manera en que me reciben. No solo he recibido inimaginables recepciones en el aeropuerto, sino también excepcionales expresiones de aprecio y amabilidad en los hogares donde soy hospedado. El amor de muchos es tan grande, que me ha tocado estar conviviendo y durmiendo en distintas casas en la misma semana. En el campo de la política, vemos que los presidentes viajan a otros países, se lleva a cabo un gran costo y un gran trabajo de logística para su seguridad y para cada una de sus giras, pero ¿Qué sucedió cuando Dios estuvo entre nosotros? Aunque algunos pocos hombres y una gran comitiva angelical alabaron su nacimiento, la mayoría no le dio la bienvenida. De hecho, desde el punto de vista humano, bien podemos decir que nuestro Dios, habiendo puesto su domicilio en Jerusalén, y habiendo hecho muchos bienes a mucha gente, finalmente los hombres lo rechazaron y lo mataron. Es increíble que yo, o algún presidente, estemos mucho más seguros en nuestras visitas que el mismo Dios hecho hombre. Pero ¿Cómo lo reciben todavía? ¿Le ha recibido usted en su corazón, mientras toca a la puerta para entrar y convivir con usted? (cfr. Apocalipsis 3:20)
La frase, “fue hecho carne”, es significativa. Es el momento en que, de manera física y visible, Dios aparece en nuestra historia. Es el momento en que, de forma física y visible, él sube al escenario. Allí, en Belén, Dios salió de la eternidad y entró en el escenario de la historia humana. Vino una prueba tangible de la existencia de Dios y de su voluntad de salvar a la humanidad. Cuando estuvo aquí en la tierra y a través del registro que nos dejó a usted y a mí, podemos ver que Jesús vino a este mundo para revelar a Dios. Hizo esto por medio de su carne (1 Juan 1:1). Qué grande honor tuvieron los hombres de ese tiempo, ¿no es así? Sin embargo, nosotros no nos hemos quedado sin bendición alguna, pues, como dijo el Señor, “bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). ¡No todos los que vieron a Jesús en esta tierra llegaron a la fe en Él! ¿Usted sí?
Juan nos habla de la majestad de su encarnación. Él dice, “y vimos su gloria” (Juan 1:14). Juan realmente vio la gloria de Jesús en un sentido real. En Mateo 17, Juan, junto con Santiago y Pedro acompañaron a Jesús en la ladera de una montaña. Allí, Jesús permitió que el velo de su carne fuera quitado y reveló la gloria que se ocultaba debajo. Jesús ocultó su fama celestial dentro de un marco terrenal. Sin embargo, su mayor gloria fue revelada el día en que fue clavado en una cruz y murió por los pecadores. En el Calvario, la gloria de Dios estaba bien enfocada. Después de todo, esa fue la razón por la que Jesús dejó los pasillos del cielo y vino a vivir entre los hombres. Él tomó sobre sí mismo un manto de carne para poder morir por la humanidad. Eso es lo que hizo por todos y cada uno de nosotros. Para mí, la mayor evidencia de la gloria de Dios es el cuerpo quebrantado de Jesucristo, habiendo demostrado su amor por mí en los términos más claros (cfr. Romanos 5:8).
JESÚS ES EL VERBO PROCLAMANTE.
En Juan 1:18, leemos, “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Según este versículo, Jesús vino a revelar a Dios al hombre. La expresión, “ha dado a conocer” significa explicar, dar a conocer, dar una interpretación, una explicación de algo. Todo lo que el Señor hizo fue simplemente hacer un esfuerzo por revelar más de Dios al hombre. Los hombres necesitaban ver a Dios, no solo como un legislador, sino también como un amante. No solo como un juez, sino como un justificador. No como un ser severo y odioso, sino como un Dios salvador y bondadoso. Jesús hizo precisamente esto con su vida (cfr. Juan 14:7-9; Colosenses 1:15; Hebreos 1:3). Jesús vino para mostrar a Dios ante los hombres y lo hizo de dos maneras principales.
Vino a proclamar su luz (Juan 1:4-9). Vino a un mundo en tinieblas espirituales y abrió las cortinas de la gracia, revelando la verdad de Dios a los hombres que vagaban en la oscuridad. Jesús vino a iluminar el camino de los hombres hacia Dios. Esta luz logrará una de dos cosas. O hará que los hombres se arrepientan de sus pecados y corran hacia los brazos abiertos del Señor, o hará que rechacen la luz y continúen en su curso de oscuridad hacia la perdición eterna. Uno conducirá a la salvación, el otro conducirá a la condenación (cfr. Juan 3:36) ¡Gracias a Dios por la luz que Él le dio al hombre caído! Ahora, no tenemos que estar sujetos a las estrictas reglas de la ley, sino que somos libres de responder a los adorables ruegos de la gracia. Y, alabado sea el Señor, esta luz llega a todos los hombres (v.9). ¡Incluso a mí!
El vino a proclamar la vida (Juan 1:10-13). Jesús vino a su pueblo, que tenía su palabra y vivía en su tierra prometida. Entonces vino a decirle que había una manera de venir al Padre y experimentar la vida eterna. En lo que puede ser el versículo más triste de la Biblia, rechazaron este llamado del amigo del pecador para que fueran a él. Sin embargo, los versículos 12-13 aclaran que cualquiera que responda positivamente a la luz de Dios y venga a Jesús y reciba su palabra en su corazón y vida, experimentará el nuevo nacimiento y entrará en la vida eterna. Juan aclara en el versículo 13 que esta vida no viene por nuestro nacimiento natural (“engendrados de sangre”), ni por nuestras propias buenas obras (“ni de voluntad de carne”), ni por la obra de otro (“ni de voluntad de varón”), pero sólo a través de la voluntad de Dios. Y, ¿Cuál es la voluntad del Padre? “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:36-40). Sólo hay una entrada a la vida y es a través del Hijo de Dios. Él es la puerta (Juan 10:9); y Él es el Camino (Juan 14:6). Si alguno entra en la vida, ¡entrará por Jesucristo!
CONCLUSIÓN.
No puedo decir que entiendo todas estas verdades que están contenidas en este pasaje, ¡pero puedo decir que me gustan bastante! Solo alabo al Señor por revelarse a sí mismo y a su Padre a personas como nosotros. Me alegro de que un pecador como, haya podido venir a Jesús por simple fe y pueda ser eternamente salvo por su gracia. Puede que no sepa todo sobre este gran libro, pero me alegro de conocer personalmente la Palabra de Dios esta tarde. ¿Qué hay de usted? Si nunca ha conocido a Jesús en el perdón gratuito del pecado, ahora es su momento. Jesús está listo para revelarle al Padre. Él espera que usted responda a su luz para poder darle de su vida. ¿Hará lo que tiene que hacer y venir a Jesús?
Bendiciones muy buen mensaje.Gloria a Dios. Tocó lo más profundo de mi corazón. Alabanzas al Creador.