No hay nadie como él.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

No hay nadie como él.

¿Alguna vez han conocido a alguien que les dejó asombrados? Quiero decir, fueron tan geniales y tan maravillosos que se quedaron sacudiendo la cabeza y diciendo: “¡No hay nadie más así!”. Bueno, ese tipo de experiencias son raras, pero ocurren ocasionalmente. La Biblia nos registra el relato de una de esas experiencias. En este pasaje, la reina de Sabá quedó asombrada cuando conoció al rey Salomón. Ella se fue diciendo: “¡No hay nadie como él!”.

Muchos años después, cuando Jesús estaba aquí en la tierra, mencionó este mismo evento. Hablando de Salomón y la reina de Sabá, les recordó a sus oyentes que él era mayor que Salomón (Mateo 12:42). Si un rey terrenal dejó a esa reina asombrada por su gloria y grandeza, ¿Cuánto más asombrará el rey Jesús a quienes lo encuentran? Esta mañana, me gustaría predicar sobre este pensamiento: ¡No hay nadie como él! Quiero mostrarles que, tan grande como era Salomón en su día, ¡uno más grande que Salomón está aquí! ¡Quiero decirles hoy que no hay nadie como él!

LA REPUTACIÓN DE ESTE REY.

La tierra de Sabá estaba ubicada a casi 2000 kilómetros al sur de Israel. Corresponde al Yemen actual. Mientras ella servía en ese país, los marineros y comerciantes que pasaban, contaban sobre la grandeza del rey Salomón. Y todos concluían con la misma idea, “No hay nadie como él”.

La reina de Sabá escuchó hablar de la riqueza de Salmón. Dice 1 Reyes 10:7, “pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído”. Ella se enteró de las grandes riquezas que fluyeron hacia el reino de Salomón. Leemos de estas riquezas en 1 Reyes 9:28, “los cuales fueron a Ofir y tomaron de allí oro, cuatrocientos veinte talentos, y lo trajeron al rey Salomón”. 1 Reyes 10:14-15, “El peso del oro que Salomón tenía de renta cada año, era seiscientos sesenta y seis talentos de oro; sin lo de los mercaderes, y lo de la contratación de especias, y lo de todos los reyes de Arabia, y de los principales de la tierra”. Como vemos, ¡La riqueza de Salomón era mayor de lo que la imaginación puede comprender!

La reina de Sabá escuchó hablar de las obras de Salomón. Dice 1 Reyes 10:6, “Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría”. Escuchó sobre el templo que había construido para su Dios. Se enteró del gran palacio que se había construido. Había escuchado que él era un re poderoso y quería saber más.

La reina de Sabá escuchó de la sabiduría de Salomón. Dice 1 Reyes 10:1-3, “Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. 2Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía. 3Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase”. Versos 6-7, “dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; 7pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído”. (cfr. 1 Reyes 4:29-34).

Esta mujer había oído hablar de su intelecto; y que él podía responder preguntas profundas. Esta reina vino a Salomón porque tenía problemas que su poder y riqueza no podían resolver. Vino porque había preguntas para las que sus dioses no tenían respuesta. ¡Vino porque necesitaba ayuda que solo Salomón podía darle!

Ella había oído hablar de su adoración, “Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles.” (v. 1) Fíjense dónde estaba la fama de Salomón en la mente de esta mujer; “por el nombre de Jehová”. Lo que la impresionó más que su posición, más que su poder, más que su prosperidad y más que su prestigio, fue su relación con Dios que él tenía. Cuando se enteró de que el Dios de Salomón era el responsable de su gloria, ¡quiso saber más! Quería saber sobre esta conexión que tenía con Dios. ¡Estaba interesada en conocer al Dios de Salomón!

¡No estamos aquí para exaltar a Salomón hoy, sino para exaltar a Uno que es más grande que Salomón! A uno del que, en toda la extensión de la oración, se puede decir que “no hay nadie como él sobre la tierra”. Él es todo lo que Salomón tenía fama de ser, ¡pero 10,000 veces más!

Voy a decir más sobre estas cosas en un momento, pero permítanme decir ahora que:

  • No hay nadie como él en su riqueza: ¡Él puede satisfacer todas las necesidades, ya sean físicas, materiales o espirituales!
  • No hay nadie como él en sus obras: Él tiene todo el poder y puede mover tus montañas, apagar tu sed y salvar tu alma.
  • No hay nadie como Él en Su sabiduría: Él tiene todas las respuestas a todas sus preguntas. De hecho, ¡Él es la respuesta a todos los acertijos, problemas y preguntas de la vida! Todos descansan y residen en Él.
  • No hay nadie como Él en el tema de la adoración: ¡Él puede llevarte a la presencia del Dios de la eternidad! Él, y solamente él, puede darte la conexión vital que necesitas con Dios. Él, y solamente él, cierra la brecha entre Dios y el hombre.
  • No hay nadie como Él en Su reputación. Cuando los hombres perdidos escuchan acerca de Él, despierta su curiosidad. Les abre el apetito. Les dan ganas de llegar a conocerlo. Al igual que la Reina de Sabá, me interesé en Él. Porque algunos de los que lo conocían estaban hablando de Él. Por cierto, todos los que lo conocen deberían estar hablando de Él (cfr. Hechos 1:8)

LAS RIQUEZAS DE ESTE REY.

Cuando la reina de Sabá llegó a Jerusalén, estaba asombrada por la grandeza de las riquezas de este rey. Lo que vio la dejó alucinada (v. 5).

Vio sus posesiones (v. 4, 13). Vio su casa y su riqueza. Le dio una enorme riqueza antes de que regresara a su propio país.

Ella vio sus provisiones (v. 5) – “la comida de su mesa”, se refiere a la enorme cantidad de comida requerida para alimentar a los que comían de su mesa a diario (cfr. 1 Reyes 4:22-23).

Ella vio a su pueblo (v. 5) – Observó a sus siervos mientras le ministraban. Ella notó cómo se sentaron en su presencia escuchando su voz. Se dio cuenta de cómo otros cumplían apresuradamente sus deseos. ¡Estaba asombrada porque en realidad estaban felices de ser sus sirvientes! ¿Quién tenía sirvientes felices?

Ella Vio su piedad (v. 5) – Observó a Salomón mientras entraba al templo de Dios. La historia señala que Salomón tenía una pasarela cubierta que conectaba su palacio con la Casa de Dios. Ella lo vio adorar y vio los sacrificios que hizo a su Dios y se asombró:

  • Ella vio algo como lo que leemos en 1 Reyes 8:63, “Y ofreció Salomón sacrificios de paz, los cuales ofreció a Jehová: veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas. Así dedicaron el rey y todos los hijos de Israel la casa de Jehová”.
  • 1 Reyes 9:25, “Y ofrecía Salomón tres veces cada año holocaustos y sacrificios de paz sobre el altar que él edificó a Jehová, y quemaba incienso sobre el que estaba delante de Jehová, después que la casa fue terminada”.

Cuando la reina de Sabá vio las riquezas del rey Salomón, ¡se quedó totalmente atónita! Ella dijo: “¡No hay nadie como tú!” ¡Pero quiero recordarles que hay uno más grande que Salomón entre nosotros hoy!

Permítanme recordarles que no hay nadie como él en sus posesiones:

  • Salmo 24:1, “De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan”.
  • Salmo 50:12, Dios dice, “Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud”.
  • Job 41:11, también dijo, “¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es mío”. Él es dueño de todo y puede cuidar de Su pueblo. ¡No hay escasez con Él!

No hay nadie como él en sus provisiones: no solo lo tiene todo, sino que está dispuesto a compartirlo todo con los que se alimentan de su mesa: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). En el Salmo 37:25, el salmista declaró, “Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan”.

Salomón tenía suficiente en su mesa para alimentar a los que comían allí, tal vez hasta varios cientos. Pero, El Señor Jesús tiene suficiente para dar a todos sus hijos “el pan de cada día”. Y no solo puede suplir la necesidad física de comida, sino también la comida espiritual que necesitamos tan desesperadamente.

No hay nadie como él en cuanto a su pueblo. Dice Tito 2:14, “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. El Señor tiene un pueblo redimido de la iniquidad, un pueblo puro, un pueblo propio que es celoso de buenas obras. En Efesios 2:10, leemos sobre el pueblo del Señor, “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Su pueblo lo ama y quiere estar cerca de Él para escuchar Su Palabra y cumplir Sus órdenes. ¡Aquellos que lo conocen y lo aman quieren servirlo!

No hay nadie como él en su piedad. Dice Hebreos 7:26, hablando de Jesucristo, “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”. En Hebreos 4:15, dice, “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Jesucristo es el único en el mundo que “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). Salomón era un hombre de fe, ¡pero el Señor Jesús es el centro de la fe! ¡Él es infinitamente santo y justo!

Salomón fue un hombre que ofreció sacrificios a Dios, pero, lo que hace a Jesús tan maravilloso, es que se ofreció a sí mismo como sacrificio a Dios por la humanidad. Él dio su vida en la cruz para redimir a todos aquellos que pongan su fe en él. Como dijo el apóstol Pedro, “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19)

LA REALIDAD DE ESTE REY.

La reina de Sabá había oído hablar de Salomón, pero no lo creyó hasta que lo vio por sí misma, como dice 1 Reyes 10:7, “pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído”. Lo que vio cuando llegó a Salomón la dejó estupefacta. Sólo tuvo que dar un paso atrás y decir: “No hay nadie como él!

Ella hizo un descubrimiento personal. Su viaje a Jerusalén la llevó a algunas conclusiones personales.

  1. Era más rico de lo que ella había oído – De hecho, ella obtuvo de él más de lo que le dio.
  2. Era más sabio de lo que ella había oído: pudo responder a cada uno de sus acertijos (v. 1, 3).
  3. Él era más maravilloso de lo que ella había escuchado – ¡Llegó a la conclusión de que ni siquiera había escuchado la mitad de su gloria y grandeza!

Toda persona que haya escuchado acerca de Jesucristo y haya respondido viniendo a Él en busca de salvación, puede hacerse eco de todo lo que la Reina de Sabá descubrió. Él siempre nos devolverá mucho más de lo que le demos. Él nos revelará las respuestas a los acertijos y problemas de la vida. ¡Él siempre demostrará ser mucho más glorioso de lo que nadie podría articular! ¡Nos dejará atónitos, admirados y asombrados! No podremos decir otra cosa sobre él, sino que “¡No hay nadie como él!” Él es mucho mejor de lo que me contaron. Lo que me contaron acerca de Jesús, no era ni la mitad de lo que es él.

La reina de Sabá, hizo una declaración profunda. Tenía algunas cosas que decirle a Salomón sobre lo que vio.

  1. Respecto a sus siervos. ¡Ella comentó sobre la felicidad de sus siervos! Cuando leo esto, me pregunto, ¿así son lo que hoy sirven a quien es mayor que Salomón? Mis hermanos, es común que los siervos no sean felices, pero los siervos de Salomón sí lo eran.
  2. Respecto a Su Salvador. Ella comentó sobre la grandeza del Señor de Salomón. Ella estaba maravillada de su bondad y de su amor. Estaba convencida de que no había nadie como Salomón y ningún dios, como su Dios.

Mis hermanos, mientras hablo acerca de Jesucristo, les puedo decir que una de las razones por las que puedo decir, “No hay nadie como él”, es porque aquellos que lo conocemos, somos un pueblo feliz en él. Es verdad que sufrimos ante preocupaciones y problemas, pero, a pesar de todo eso, poseemos un “gozo inefable y glorioso” en él. Lo haceos por su gracia. Todos los que conocen a aquel que es mayor que Salomón, son aquellos a quienes les encanta jactarse de él y de su padre. Alabado sea Dios; no hay nadie como él, y su pueblo debe ser el primero en decirlo.

CONCLUSIÓN.

La reina de Sabá se acercó a Dios por lo que vio en el reino de Salomón. Regresó a su país diciendo: “¡No hay nadie como él!”

¿Conoce usted a aquel que es mayor que Salomón? ¡Oh, tenemos muchas más pruebas de las que tenía ella! Tenemos la Palabra de Dios. Tenemos el testimonio de vidas cambiadas. ¡Tenemos el ministerio de Dios a nuestro alrededor! ¿No lo conoce aún? Si no, ¡hoy puede!

Pero, Si lo conoce, ¿está todavía atrapado en la gloria de Quién es Él? ¿O se ha convertido en una vieja noticia en su vida? Si es así, haga memoria, y reconozca con todo su corazón que, “no hay nadie como él”.

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