La Valentía frente a la iniquidad.

Nehemías 5:6-13.

Hermanos, hemos visto en nuestros mensajes que Nehemías fue un líder que no se rindió ante la oposición. Cuando los enemigos atacaban desde afuera, él respondía con oración y trabajo. Pero en esta ocasión, el enemigo ya no estaba afuera… estaba dentro del pueblo. Los judíos más ricos estaban oprimiendo a los más pobres. Los poderosos prestaban dinero con intereses abusivos, confiscaban tierras, y convertían en siervos a los hijos de sus propios hermanos. El clamor de los oprimidos llenó la ciudad. Y Nehemías tuvo que detener la obra para enfrentar el pecado que amenazaba con destruirlo todo desde adentro. La codicia había creado desigualdad, y la injusticia estaba manchando el testimonio del pueblo de Dios. Así que Nehemías, con valor y discernimiento, decidió enfrentar la iniquidad cara a cara. Y eso, mis hermanos, es lo que necesitamos aprender hoy: cómo mantener la valentía frente al pecado, incluso cuando duele confrontarlo. La valentía frente a la iniquidad:

SE ILUSTRA CON LA REACCIÓN DE NEHEMÍAS (v. 6)

El texto dice: “Y me enojé en gran manera cuando oí su clamor y estas palabras.” Nehemías no se quedó indiferente. No fingió que “no era asunto suyo”. Dice la Escritura: “Me enojé en gran manera.”

Su enojo era justo.

No era un arranque de ira carnal. Era un enojo santo, nacido del amor por la justicia. Jesús también se indignó en el templo al ver el comercio dentro de la casa de Dios. Y hoy necesitamos recuperar esa indignación santa. No el enojo por orgullo o vanidad, sino el celo que duele cuando se ofende el nombre de Dios. Nos hemos vuelto demasiado pasivos ante el pecado. Callamos cuando se profana lo sagrado. Sonreímos mientras el mundo se burla de la fe. Hermanos, la apatía espiritual también es pecado. Hay momentos en que el pueblo de Dios debe decir: “¡Basta ya!”

Su enojo era razonado.

Dice el texto que Nehemías “oyó su clamor y estas palabras.” No reaccionó sin pensar. Escuchó, analizó, y entonces actuó. El hijo de Dios que es sabio no reacciona por impulso, sino por convicción. Y aquí hay una lección: No toda batalla merece pelearse… Pero cuando la injusticia hiere al pueblo de Dios, cuando el pecado se normaliza dentro de la comunidad, entonces el silencio se vuelve complicidad.

SE EJERCE CON LA REPRENSIÓN (vv. 7-11).

Después de orar y meditar, Nehemías reúne al pueblo y confronta el pecado. No lo oculta. No lo disfraza con diplomacia. Habla con claridad y autoridad espiritual.

Denunció la usura (vv. 7, 10).

Les dice: “Cobrabais interés cada uno a su hermano… dejad ya esta usura.” Habían hecho negocio con el hambre de los pobres. Y Nehemías les recuerda la ley de Dios: “No prestarás a tu hermano con interés.” La fe no se lucra con la necesidad ajena. Dios nunca bendice el provecho que se levanta sobre el sufrimiento de otro. Y aunque hoy no cobremos intereses en dinero, hay otras formas de usura:

  1. cuando exigimos reconocimiento por servir,
  2. cuando damos esperando que nos devuelvan el favor,
  3. cuando usamos al hermano para beneficio propio.
  4. Señaló su falta de integridad (v. 8).

Les dice: “Rescatamos a nuestros hermanos vendidos a los extranjeros… ¿y ahora los vendéis vosotros?” En otras palabras: “Ustedes predican liberación, pero practican esclavitud.” Esa contradicción sigue viva. Hablamos de amor, pero condenamos con dureza. Cantamos sobre gracia, pero negamos perdón. La incoherencia entre lo que decimos y lo que vivimos destruye más testimonio que mil ataques del enemigo.

Les confrontó por su hipocresía (v. 9).

“¿No deberíais andar en el temor de nuestro Dios, para no ser objeto de burla de los enemigos?” Nehemías entiende algo profundo: El pecado dentro del pueblo de Dios no solo ofende al Señor, sino que da argumentos al enemigo. El mundo no necesita más sermones; necesita ver vidas transformadas. Nada confunde tanto a los incrédulos como una iglesia que predica santidad pero vive en desorden.

Les recordó su responsabilidad (v. 11).

“Restituid hoy sus tierras, sus viñas, sus casas, y la centésima parte del dinero que habéis cobrado.” No bastaba con sentirse culpables: tenían que actuar. El arrepentimiento verdadero siempre produce reparación. Nehemías no les dijo: “Oren al respecto.” Les dijo: “Hagan lo correcto, ¡hoy mismo!” Porque el pecado no se discute, se corrige.

TIENE BUEN FRUTO EN CORAZONES DISPUESTOS (vv. 12-13)

Produce confesión (v. 12a).

“Restituiremos y nada les demandaremos; haremos como tú dices.” Los corazones se quebrantaron. El Espíritu de Dios había convencido. El pueblo reconoció su error y se comprometió a cambiar. Así actúa el Señor cuando hay arrepentimiento genuino. No busca destruir, sino restaurar. La corrección divina siempre tiene un propósito: sanar el cuerpo de Cristo.

Implica responsabilidad (v. 12b).

Nehemías llama a los sacerdotes para que sean testigos del juramento. Les recuerda que no basta con prometer; deben cumplir. La verdadera obediencia es perseverante, no momentánea. Cada creyente tiene una responsabilidad ante Dios. Cuando aceptamos su salvación, también aceptamos vivir conforme a su Palabra. Y si somos parte de una iglesia, somos responsables de su testimonio, de su pureza y de su misión.

Implica una advertencia (v. 13a).

Nehemías sacude su manto y declara: “Así sacuda Dios de su casa al que no cumpla su palabra.” Era un gesto simbólico, un recordatorio de que Dios no tolera las promesas vacías. Nuestro compromiso con Dios no es un contrato que podemos romper. Es un pacto sagrado. Y cuando lo tratamos con ligereza, perdemos el favor del Señor.

La transformación (v. 13b).

“Y toda la congregación dijo: Amén, y alabaron al Señor. Y el pueblo hizo conforme a esta promesa.” El resultado fue glorioso: obediencia, gratitud y renovación. La unidad volvió, la obra continuó, y el nombre de Dios fue honrado.

CONCLUSIÓN.

Valentía que transforma. Nehemías nos enseña que no hay restauración sin confrontación. El líder verdadero no evita el conflicto cuando está en juego la santidad del pueblo. Prefiere ser impopular antes que ser cómplice del pecado. Hoy, el Señor sigue buscando hombres y mujeres con esa misma valentía:

  1. que se indignen ante la injusticia,
  2. que hablen la verdad con amor,
  3. que no negocien los principios del evangelio.

Quizás no estamos explotando a nadie económicamente, pero, ¿hay áreas de nuestro corazón donde estamos actuando con injusticia? ¿Hemos olvidado la pureza, la humildad, la fidelidad? ¿Estamos viviendo lo que predicamos? Nehemías fue valiente, no por orgullo, sino por fidelidad. Y su ejemplo nos recuerda que el pueblo de Dios solo puede edificar cuando primero se purifica. Que el Señor despierte en nosotros ese celo santo. Que nos dé sabiduría para discernir, coraje para confrontar, y humildad para obedecer. Y que, cuando Dios sacuda su manto sobre nosotros, no seamos hallados vacíos, sino llenos de integridad, de amor y de obediencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *