Romanos 5:12-14.
Pablo ha pasado una cantidad considerable de tiempo en el libro de Romanos probando que el hombre, sin Cristo, es un pecador. Él nos ha mostrado que cada clase de ser humano en el mundo es culpable a los ojos de Dios. ¡No se puede negar esa verdad! Si dudamos de eso, basta con viajar a cualquier parte del mundo, tomar cualquier periódico o escuchar cualquier trasmisión de noticias, y esa verdad será más que evidente. El hombre sin Cristo es un pecador.
En estos versículos, Pablo nos dice cómo es que los hombres llegaron a ser pecadores. Y si somos honestos con nosotros mismos, tendremos que reconocer que, en ocasiones, todos tenemos deseos que, de seguirse, arruinarían sus matrimonios, sus carreras, sus finanzas, su reputación y su comunión con el Señor. Todos tenemos esos pensamientos de vez en cuando, y lamentablemente, muchos actúan en consecuencia. Son cegados por tales impulsos y arrastrados a seguir sus deseos sin importar las consecuencias. ¿Por qué sucede eso? Bueno, porque hemos tenido experiencia con el pecado, y hemos sido seducidos por sus engañosos placeres.
Sin embargo, hubo un tiempo en que el hombre vivía en total seguridad, y absolutamente libre del pecado. En esa condición, el hombre no conocía la maldad, ni tampoco había tenido alguna experiencia pecaminosa. Vivía en el paraíso que Dios había preparado para que lo habitase, y vivía en total y completa comunión con Dios. La Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen (cf. Génesis 1:26); y, por tanto, el hombre era santo, justo y en perfecta comunión con Dios. Entonces, ¿qué paso? ¿Por qué la humanidad se encuentra hoy viviendo en un mundo absolutamente diferente al paraíso, sin santidad, ni justicia, y sin la comunión con Dios?
En estos versículos tenemos la respuesta. Veremos de dónde vino el pecado y cómo nos afecta hasta el día de hoy. Recordaremos nuestra miseria mientras practicábamos el pecado, y al mismo tiempo, recordaremos la misericordia que Dios tuvo para salvarnos de esa condición miserable. Esto lo haremos mientras consideramos el tema, “El día en que el hombre perdió el paraíso”.
FUE EL DÍA EN QUE EL PECADO VENCIÓ (v. 12).
Cuando el hombre fue creado por Dios, la Biblia nos dice que fue puesto en el jardín del Edén para que lo labrara y lo guardase (Génesis 2:15). No obstante, la posición de Adán era muy privilegiada. Fue creado a la imagen de Dios, y fue puesto por encima de toda la creación. Su dignidad fue superior a la de las plantas y animales. Vivía en un ambiente perfecto, con un compañero perfecto. Era el amo de un mundo perfecto.
Sin embargo, Dios le puso una sola restricción. Se le prohibió comer del fruto de un solo árbol (cf. Génesis 2:15-17). Las consecuencias por comer del fruto de este árbol eran terribles, y hasta el día de hoy todos tenemos un conocimiento perfecto de tales consecuencias. Cuando Adán comió de ese árbol, entonces en el mundo se hizo presente la vergüenza, el miedo, la tristeza, la vejez y la muerte física. Como seremos humanos descendientes de Adán, o estamos sufriendo, o sufriremos todos y cada uno de esos males.
Pero, la desgracia no paró allí, pues cuando el hombre comió de ese fruto prohibido, también “el pecado entró en el mundo”, y cuando el pecado entró en el mundo, ¡Adán perdió el paraíso!
Mis hermanos, esto nos enseña que con el pecado tenemos mucho qué perder. Con el pecado nunca hay ganancias. Aunque seamos engañados y cegados por el pecado, jamás seremos ganadores. Por el contrario, nos convertiremos en esclavos para terminar con nuestros nosotros humillados y llenos de lágrimas. El pecado bien puede engañarnos con placeres diversos, entre los cuales pueden contarse hasta bienes materiales; pero, finalmente, veremos que toda esa ganancia no es más que vanidad y aflicción. La Biblia dice que “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12)
Cuando Adán perdió el paraíso, también perdió la protección que tenía en ese lugar. En Génesis 3:17, Dios le dijo, “maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”. Como vemos, toda esta maldición sufrida en este mundo, culmina con la muerte misma del hombre. Con el pecado siempre hay pérdida.
Si hubiéramos estado parados allí ese día, viendo a Adán y Eva tomar el fruto prohibido, no habríamos escuchado ninguna explosión. No habría habido campanas ni silbatos. Sin embargo, en ese instante de tiempo, ¡la humanidad llegó a ser mortal! La caída que en ese momento tuvo el hombre, ha sido catastrófica para toda la humanidad.
Ahora bien, mientras nos damos cuenta de que el mundo entró en una condición caótica y sumamente hostil por causa del pecado de Adán, el resto de los hombres no podemos juzgarnos como inocentes. No podemos hacernos las víctimas; pues, mientras que es cierto que Adán murió espiritualmente ese día, también es cierto que todos padecemos la misma condición, por nuestros propios pecados. Pablo dice que “la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Esta muerte no es la muerte física. Esta muerte no tiene nada que ver con las condiciones físicas de la tierra, ni con los efectos físicos que el pecado produjo en el hombre. Esta muerte es la muerte espiritual que resulta por causa del pecado. Pero esta muerte, no pasó a nosotros por el pecado de Adán, sino por nuestro propio pecado.
Entonces, mientras que es verdad que la entrada del pecado en este mundo tiene un origen histórico y una ubicación geográfica determinada, también es cierto que el pecado y sus consecuencias espirituales se han extendido por todas partes, por la culpa y total responsabilidad de cada individuo que elige vivir en contra de las normas de Dios.
Adán perdió el paraíso cuando pecó; y nosotros hemos perdido nuestras almas por causa de nuestros propios pecados. Hemos perdido el paraíso, pero no ese paraíso que estuvo sobre la tierra, sino el paraíso que se encuentra en cielo, en las moradas celestiales.
FUE EL DÍA EN EL QUE PECADO REINÓ (v. 12c)
Al final del versículo 12, Pablo dice, “por cuanto todos pecaron”, y esto es un hecho histórico (Romanos 1 al 3), no es un hecho que deba ser probado, es un hecho histórico imposible de negar. Si el hombre está muerto espiritualmente, es porque ha pecado. La condición presente es resultado de una acción pasada. El hombre está muerto, está separado de Dios por el hecho histórico de haber pecado.
Así como Adán y Eva quisieron justificarse de su desobediencia, así hoy en día los hombres intentan justificarse diciendo, por ejemplo, que “Las personas no se vuelven malas porque cometen pecado. ¡Las personas cometen pecados porque son malas debido a su propia naturaleza!”. En otras palabras, hacen total y absolutamente responsable de sus pecados a otro y no a sí mismos. Creen que el hombre se volvió malo sin pecar personalmente. Se hizo malo en el Jardín cuando Adán pecó. Creen que nacen con una naturaleza pecaminosa, y que por eso pecan. Pero, eso no es lo que dice Pablo. Pablo dice que el hombre está muerto por causa de sus propios pecados. “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Así que, no hay manera de justificarse. No hay manera de no aceptar la culpa. Usted no es pecador porque su padre le heredo el pecado. No, usted es pecado porque quiso pecar. El pecador no puede culpar a sus padres, ni puede culpar al diablo, ni puede culpar a nadie de sus pecados. Ha pecado, y es culpable delante de Dios.
FUE EL DÍA EN EL QUE PECADO ARRUINÓ TODO (v. 12-14).
Los resultados del pecado se pueden resumir en una sola palabra, “muerte”. Cuando el hombre pecó, estuvo condenado a morir físicamente. En Génesis 5, vemos los terribles resultados del pecado en la familia humana. Al final de Génesis 5:5, leemos, “y murió”. Al final del versículo 8, dice, “y murió”. Al final del versículo 11, “y murió”. Lo mismo dice el final de los versículos 14, 17, 20, 27, 31. Todos concluyen con la misma miserable suerte, “y murió”; y así, cada uno de los hombres que vienen a este mundo, vienen condenados con la pena de volver al polvo. Día a día nuestros cuerpos nos dan testimonio de esa terrible realidad. Morimos porque somos descendientes de un hombre mortal.
Pero, la muerte de la que habla Pablo aquí en Romanos 5, no es esa muerte física, sino la muerte espiritual, la cual resulta de nuestros propios pecados (Santiago 1:13-15). Así como Adán fue “tentado”, así “cada uno es tentado”, y si Adán murió espiritualmente el día que pecó, así cada uno morimos espiritualmente cuando cedemos a la tentación.
Pero, de esta primera muerte espiritual, hay una “segunda muerte”, la cual es la separación eterna de Dios (cf. 2 Tesalonicenses 1:8-9). Esa muerte es un tormento eterno en el lago de fuego (Apocalipsis 20:14-15). Es la condenación eterna y final de cada persona que vive y termina esta vida, muerto en sus pecados.
Así que, cada persona que me escucha debe entender que, por sus pecados, está muerto espiritualmente, y si muere en esa condición, pasará la eternidad en el lago que arde con fuego y azufre. ¿Qué podemos hacer ante esa condición?
FUE EL DÍA EN QUE SE PROMETIÓ UN REMEDIO (v. 14)
Este remedio es la solución para el problema del pecado. Pablo dice, al final del versículo 14, que “Adán… es figura del que había de venir”. Hay alguien que había de venir, y habría de venir para solucionar el problema del pecado.
La obra de Adán resultó en una ruina universal, introduciendo el pecado en el mundo. Pero, la obra de Cristo resultó en una bendición espiritual, haciendo posible la salvación del hombre.
Adán trajo mucha ruina el mundo (v. 15); pero Jesucristo trajo grandes bendiciones, tales como la justificación y la vida eterna (v. 17, 23).
¿Cuál es entonces el remedio para el pecado? ¡Es simple recibir el regalo de Dios! Dios amó a este mundo maldecido por el pecado y envió a su Hijo a morir en la cruz, y todos los que por el evangelio reciban esa expiación, entonces gozarán de la salvación de sus almas. ¿Se dará usted el lujo de no recibir ese regalo divino?
CONCLUSIÓN.
¿Ha recibido el regalo de la salvación? Si no, entonces todavía está muerto en sus pecados y está destinado a sufrir la segunda muerte. Si no es salvo esta mañana, le ruego que venga a Jesús mientras pueda y sea salvo. Si rechaza el regalo y va al infierno, usted no puede culpar a Adán, no puede culpar al diablo, no puede culpar a Dios, no puede culpar a Jesucristo, no puede culpar a la iglesia, no puede culpar a nadie. ¡El único responsable es usted! El regalo gratuito de la salvación a través de la gracia está disponible para usted ahora mismo si se acerca y lo toma por fe. Su destino eterno depende de lo que haga con el don gratuito de la gracia.