(Lucas 7:11-17). ¡Hoy soy salvo! Alabo a Dios por lo que soy. Pero, incluso mientras digo eso, me doy cuenta de que no tuve nada que ver con mi salvación. Soy salvo porque Jesús vino a mí. Soy salvo porque Él hizo lo que yo no podía hacer por mí mismo. Soy salvo porque un día Jesús vino a mi corazón y salvó mi alma. Soy salvo por gracia. Soy salvo perfecta, completa y eternamente y no tuve nada que ver con eso; yo no aporté nada a ello. ¡Soy salvo porque Él vino a mí!
Mientras leo los Evangelios, veo esta misma verdad una y otra vez. Hay pasaje tras pasaje que muestra a Jesús yendo a las personas atrapadas en situaciones desesperadas. Si es una mujer pecadora en el pozo de Jacob, un ciego en el Templo, un pobre mendigo en Jericó o un hombre rico en un árbol; se nos da el privilegio de ver cómo Jesús se mueve con poder por las personas que están atrapadas en situaciones de desesperanza y desamparo.
Hoy quiero considerar uno de esos momentos maravillosos. Quiero ver una pequeña escena lamentable en una pequeña aldea llamada Naín. Quiero ver a Jesús hacer lo imposible y lo increíble una vez más. Únase a mí en este pasaje y meditemos en el tema: Él vino a mí.
Quiero mostrarles lo que Jesús puede hacer y lo que hará cuando llegue a su situación imposible. Quiero mostrarles lo que Él puede hacer por cada alma que confíe en Él por fe. Permítanme hacer tres observaciones del texto mientras predico sobre el tema, Él vino a mí.
CUANDO EL VINO ERA TIEMPO DE MUERTE (v. 12)
Cuando Jesús vino a Naín ese día, no llegó en un momento feliz. Llegó en un momento de gran dolor y luto. Es interesante que el nombre “Naín” significa literalmente “belleza”; pero, no había belleza en Naín ese día. La muerte había invadido el pequeño pueblo de tal suerte que era imposible contemplar algún tipo de belleza en ese momento.
Se nos dice que la víctima es un joven (v. 14). Que es “hijo único de su madre” (v. 12). Pero, ¡Se nos dice que está muerto! Una gran multitud de dolientes se abre paso a través de las puertas de la ciudad, hacia un pequeño cementerio donde será enterrado.
Como era costumbre en ese día, la gente de la ciudad dejó de hacer lo que estaba haciendo y se unió a la procesión fúnebre que atravesaba la ciudad. La madre habría estado al frente. La habrían seguido quienes cargaban el ataúd abierto, que contenía el cuerpo de su hijo. Detrás de ellos habrían estado quienes estaban de luto por la muerte del muchacho. Estas personas habrían estado gimiendo, llorando y coreando frases de dolor y luto. Algunos pueden haber sido amigos y parientes. A otros se les pudo haber pagado para que vinieran y ayudaran a llorar la muerte del niño. Los que iban en la retaguardia habrían sido la gente del pueblo que los seguía por respeto a los muertos.
He aquí un joven cuya vida ha estado llena de un gran potencial. Podría haber tenido esperanzas de casarse y tener hijos, pero ahora está muerto. Es posible que haya habido planes de iniciar un negocio para mantenerse a sí mismo y a su madre viuda, pero ahora está muerto. Esos ojos que habían brillado con el brillo de la juventud ahora están opacos por la muerte. Esa mente que había esperado y soñado ahora estaba quieta por el frío abrazo de la muerte. Esa voz que había reído y llorado ha sido silenciada para siempre. La muerte ha llegado y ha traído consigo toda la crueldad y el dolor que posee.
Pero, la muerte ha sido parte de la experiencia humana desde que el hombre pecó contra Dios en el Jardín del Edén. Desde que Adán escogió seguir su camino en lugar del camino de Dios, la muerte ha acechado y reclamado vida tras vida. Esta fue la advertencia de Dios a Adán en Génesis 2:17. Y esta fue la experiencia de Adán (“Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años; y murió”, Génesis 5:5). Ha sido, y sigue siendo, la experiencia de todo ser humano que haya vivido alguna vez, con la excepción de Elías y Enoc. La muerte, y su dolor, es parte integral de la experiencia humana (Hebreos 9:27). Lo que sucedió en Naín es lo que les ha estado sucediendo a los hombres desde el principio de los tiempos. Y ahora, la muerte ha tocado a la puerta de esta mujer en dos ocasiones. Ella es viuda, y ahora también ha perdido a su único hijo. La muerte llegó y se llevó todo lo que tenía. Pero, mis hermanos y amigos, así como la muerte vino al hogar de esta mujer, tarde o temprano también nos visitará a nosotros. Lo importante, por tanto, es si estamos listos para aquello que viene después de la muerte, que es el juicio de Dios.
Por eso, creo que aquí hay más que la muerte física del único hijo de una madre. Pienso que este joven, en su muerte física, es una imagen de lo que es la muerte espiritual. Llamaré su atención de regreso a Génesis 2:17. En ese versículo, Dios le dijo a Adán que el día que comiera del fruto prohibido, sería el día de su muerte. Y llama la atención lo que dice: “El día que comas”, ¿cuándo? ¿Cuándo iba a morir? El día que comas. Y cuando comió, ¡ese día murió! ¿Lo ven? No, no murió físicamente, pues físicamente vivió muchos años más; pero aun así, el día que desobedeció la voluntad de Dios, ese mismo día murió espiritualmente. Es de esto que habla Romanos 6:23, el cual dice que, “la paga del pecado es muerte”. Lo mismo dice Santiago 1:15, donde dice que, “el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”. También en Efesios 2:1, dice que hay individuos que están “muertos en [sus] delitos y pecados”. Por tanto, no nos equivocamos al decir que, hay un sentido en el que los hombres pueden estar muertos ahora mismo, aunque estén vivos físicamente.
Ese joven estaba allí físicamente, pero no podía escuchar los gritos de su madre. Estuvo allí, pero el luto y el duelo no le afectaron. Se dirigía a un cementerio e iban a colocar su cuerpo en la tierra fría, pero él ni lo sabía ni le importaba. Él estaba muerto y las cosas de la tierra, las cosas asociadas con la vida no tenían ningún efecto sobre él en absoluto. Él estaba allí, pero era ajeno a la vida, y estaba más allá del alcance de aquellos que aún lo amaban. ¡La suya era una situación desesperada!
¡Qué imagen del hombre o la mujer perdidos! Físicamente, están vivos y bien. Pueden ver, oír, pensar, moverse, hablar y seguir con sus vidas. Pero, están muertos espiritualmente. No pueden ver, oír o sentir a Dios. Están muertos para Dios, para Su Palabra y para Su guía y obra en el mundo. No se conmueven ante la cruz y el sepulcro vacío. No se ven afectados por las buenas dádivas y las grandes bendiciones del Dios santo. Están muertos en sus pecados y se olvidan de la vida que está disponible en Dios. Y lo sé muy bien, porque ¡He estado allí! ¡Todos los que somos salvos, todos hemos estado allí! Pero si usted no es salvo, ¡entonces usted está allí ahora mismo! Es un lugar horrible para existir. ¡Pero así es para todos los que no conocen a Jesucristo ni obedecen su evangelio! Jesús vino a él, pero era un tiempo de muerte. De la misma manera, fue un tiempo de muerte cuando Jesús vino a mí.
CUANDO ÉL VINO ERA UN TIEMPO DE DESESPERACIÓN (v. 12)
Miren lo que dice el texto bíblico: “he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda”. He aquí una mujer que ya ha sentido la mano helada de la muerte al quitarle la vida a su esposo. Lo único que queda de su matrimonio son algunos recuerdos y el único hijo que ella y su esposo trajeron al mundo. Pero ahora, su precioso hijo también ha sido arrebatado por la muerte.
Sin embargo, hay más aquí que solo la muerte de un hijo amado. A esta pobre mujer no le queda nadie que la cuide en su vejez. En ese día no había bienestar o asistencia disponible para viudas como ella. Dependía de los hijos de una mujer, especialmente de sus hijos varones, asegurarse de que ella fuera atendida en sus últimos años. ¡Pero ahora no le queda nadie! Ella está sola, indefensa y atrapada en una condición desesperada. No tiene nada que esperar excepto la pobreza y la desesperación. Está a merced de la bondad de los demás. No tiene adónde ir ni adónde acudir. Ella se encuentra atrapada en una condición de indefensión.
Así como este hijo muerto es un cuadro de la persona perdida y su condición muerta; esta pobre mujer viuda es una imagen de ese individuo perdido que está indefenso atrapado en la esclavitud de sus pecados. Eso es exactamente lo que es el pecado: ¡es esclavitud! Considere lo que el Señor dijo en Juan 8:34, “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”. Los del mundo creen que los cristianos han perdido su libertad y que están amarrados con cadenas (restricciones), porque no pueden fumar, tomar, bailar, maldecir, etc. Los mundanos que creen que son libres se engañan a sí mismos. Más bien, han sido engañados, pues “el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4).
¡Estoy haciendo todo lo posible para que vean la verdad hoy! Si nunca han sido salvos; si nunca han recibido a Jesús como su Señor; entonces estás en la misma condición que ese muchacho: ¡están muertos en sus pecados ahora mismo! Si nunca han obedecido el evangelio de Cristo, están en la misma condición de esa pobre mujer viuda. Están atrapados en un conjunto de circunstancias que no pueden cambiar. No tienen nada que esperar sino una vida de esclavitud del pecado y los caprichos del mundo, la carne y el diablo. Entonces, después de que mueran, ¡no tienen esperanza de nada más que una eternidad en el Infierno! ¡Mis amigos, ese es el peor lugar donde pasar la eternidad! Es un lugar lleno de desesperación y dolor. Ese era el destino que yo seguía cuando él me encontró. Fue un momento de absoluta desesperación cuando Jesús vino a mí.
CUANDO ÉL VINO ERA UN TIEMPO DE LIBERACIÓN (v. 13-17).
Gracias a Dios, la historia no termina con un hijo muerto y una madre desesperada. Mientras ese pequeño grupo de dolientes salía de la ciudad para ir a ese cementerio, se encontraron con otro grupo de personas que se dirigían a ese pueblo. El primer grupo estaba llorando por la muerte de un joven. El segundo grupo estaba regocijándose por el poder de Jesús que se demostró en la curación del siervo de un centurión (Lucas 7:1-10). El primer grupo era encabezado por una madre que sollozaba, el segundo grupo estaba dirigido por un Maestro Soberano. Cuando esos dos grupos se encontraron a las puertas de la ciudad de Naín, un tiempo de muerte y un tiempo de desesperación se convirtió en un tiempo de liberación.
Esa tarde en las puertas de Naín, hubo varias reuniones que tuvieron lugar. Noten esto:
- Dos grupos se encontraron. ¡Un grupo se dirigía a un cementerio y ese otro grupo se dirigía a una ciudad! ¡Así es en la vida! No hay más que dos grupos. Un grupo se dirige al Infierno, e incluso ahora está bajo la condenación y el juicio de Dios (Juan 3:36). El otro grupo, los que siguen a Jesús se dirigen a una ciudad eterna de gloria, gozo y paz perfecta (Apocalipsis 21:4; Juan 14:1-3).
- Dos hijos se encontraron. Uno era el hijo de la viuda y estaba muerto. El otro, es el Hijo de Dios, y es la vida misma, él dijo, “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
- Dos víctimas se encontraron. Por un lado, estaba la viuda con el corazón roto que iba a enterrar a su único hijo. Y por el otro lado estaba el cordero de Dios que vino a sufrir el rechazo, la crucifixión y la muerte por los pecados del mundo (Isaías 53:1-12; Juan 1:11; Marcos 10:45).
- Dos enemigos se encontraron. Uno era la muerte que había invadido y devastado a esta pequeña familia. El otro era la Vida que hay en Jesús, la cual, venció a la muerte cuando salió de la tumba durante su resurrección, y finalmente derrotará en su totalidad cuando todos los muertos sean resucitados y llevados con él.
Cuando Jesús llegó a Naín esa tarde, llegó en un momento de desesperación y de muerte. Note cómo venció a ambos con Su poder.
- El Señor soberano habló de paz a una mujer que sufría (v. 12). Se nos dice que Jesús tuvo “compasión” de esta mujer. Cuando Él la vio, comprendió sus circunstancias y supo a qué tipo de futuro se enfrentaba. Su necesidad tocó Su corazón y Él hizo algo al respecto por ella. Ella no había invitado a Jesús, pero Él vino de todos modos. Viajó una gran distancia para llegar desde Capernaúm a Naín para que Él pudiera trabajar en su necesidad. ¡Él vino a ella en el mismo momento en que ella lo necesitaba! Ella ni siquiera lo estaba buscando, pero Él apareció de todos modos. Puede que ella ni siquiera supiera acerca de Jesús, pero Él sabía acerca de ella. Cuando leo este relato, ¡tengo la impresión de que Él hizo todo esto solo por ella! Así es la gracia del Señor.
- El Señor Soberano le dio vida a un muchacho muerto (v. 13-15). Después de calmar a la madre, Jesús simplemente le habla al muchacho muerto y de inmediato muestra dos señales claras de vida. Primero se incorporó y luego habló.
No habría sido raro que un muerto se sentara. Muchas personas por todo el mundo cuentan de cadáveres se sientan erguidos durante el velorio. Pero, ¡que un muerto comience a hablar era una clara señal de que ya no estaba muerto! (Me pregunto, ¿Qué dijo?)
De esta forma como lo hizo con esa madre, Jesús operó en gracia con este hijo. Él no había pedido que lo resucitaran; pero le infundieron vida de todos modos. El poder soberano de Dios se movió en una situación de desesperanza y desamparo y la cambió para la gloria de Dios.
Cuando el Príncipe de la Vida se encontró con la cruel muerte enemiga en Naín, ¡La vida prevaleció y venció a la muerte! Pero, esto fue simplemente una escaramuza. La verdadera batalla se encontraría algún tiempo después en una tumba de cierto jardín. Cuando tuvo lugar esa batalla, Jesús no solo derrotó la muerte de un hombre, ¡Él derrotó la muerte de todos los que creen en Él por fe!
Esta es una imagen clara de lo que Jesús hace por aquellos que están atrapados en las garras del pecado. Él viene, aunque no lo estemos buscando. Él viene a pesar de que no lo hemos llamado. Él viene a pesar de que no lo merecemos. Viene a nosotros porque nos ama (cfr. Jeremías 31:3). Él viene a nosotros por gracia (Efesios 2:8-9). Cuando él viene, cambia completa y permanentemente nuestra condición.
- Él nos saca de la muerte a la vida (Juan 5:24; Efesios 2:1-5)
- Él nos libra de nuestra condición desesperada (Juan 8:36; Romanos 8:1-2).
- Él nos hace demostrar las características de Su vida (2 Corintios 5:17; Gálatas 5:22-23).
En otras palabras, Jesús nos libra de la muerte y desesperación de nuestros pecados y nos lleva a la gloria y libertad de Su vida.
Jesús se movió en gracia y poder y disolvió esa pequeña procesión fúnebre ese día. Le devolvió ese hijo a su madre y restauró esa familia. Él les dio esperanza en lugar de su miedo. Él les dio vida en el lugar de su muerte. ¡Él les dio todo lo que necesitaban para dar la vuelta e irse a casa con alegría en sus corazones!
Lo que Jesús hizo ese día en Naín, también lo hizo en mi vida un día. Yo estaba muerto en mis pecados y en una condición desesperada. ¡Pero Él vino en gracia y convirtió mi muerte y mi desesperación en un tiempo de liberación! Su amor por nosotros es muy grande.
CONCLUSIÓN.
No se nos dice lo que dijo ese muchacho cuando resucitó de entre los muertos, se incorporó y comenzó a hablar. Pienso que eso ha quedado así, para que sea usted quien, con sus propios labios, hable su experiencia con la muerte y con Jesús.
¿Recuerda el día que Jesús vino a usted? Qué día fue ese en mi vida. Yo estaba muerto en mis pecados y me dirigía al Infierno, pero Jesús en Su gracia vino a donde yo estaba. ¡Él me levantó a la vida, me dio esperanza y gloria en mi alma, y me puso en un nuevo camino! ¡Él vino a mí!
Amigo, Él puede venir a usted hoy. Él también puede cambiar su vida. Él puede levantarlo; puede ponerlo en un nuevo camino, darle esperanza y alegría. ¿Lo necesita hoy? Él está aquí y si le está hablando, significa que ha venido a donde usted está. ¡Todo lo que Él le pide es que mire a Él por fe y Él le salvará por Su gracia!