Nehemías 3:1-32.
En nuestro anterior mensaje de este poderoso y esclarecedor capítulo consideramos a los obreros del muro. Escondidos en la lista de los que trabajaron, descubrimos su compromiso, su coraje, su confianza y su cooperación. Se trataba de un grupo que se enfrentaba a una tarea monumental y, sin embargo, no se dejaron intimidar por el reto que tenían por delante. Se levantaron juntos y abrazaron el trabajo que se les había encomendado.
¡Es un gran desafío el que encontramos al considerar a aquellos que trabajaban incansablemente, codo a codo, sobre el muro! Si hemos de tener éxito y llevar a cabo la obra que se nos ha encomendado, nosotros también debemos estar dispuestos a unirnos como lo hicieron ellos y compartir la misma actitud y compromiso que era tan evidente en sus vidas.
Esta mañana quiero que sigamos meditando en este mismo capítulo, pero nos vamos a ubicar en una perspectiva diferente. Hemos considerado a los obreros del muro; pero ahora vamos a dedicar nuestra atención al trabajo mismo.
Vamos a ver, sobre todo, los elementos que fueron esenciales para llevar a cabo esa obra. Confío en que al tener en cuenta lo que estos versículos nos dicen sobre el trabajo, seremos motivados y desafiados a continuar en la tarea celestial en la que estamos comprometidos. Sobre todo, quiero que, mientras nos involucramos en la obra del Señor, podamos alcanzar los logros que estos hombres alcanzaron. Y para eso, es importante conocer los elementos esenciales de la obra.
ES NECESARIO CONOCER SUS DETALLES.
Una lectura apresurada de este pasaje no permitirá captar plenamente la riqueza de detalles que se registran sobre la obra. Por ello, si deseamos comprender los aspectos esenciales de esta labor, es indispensable examinar el texto con atención. Solo así conoceremos a fondo esos elementos que harán que nuestra propia obra, y la obra en sí misma, sean eficaces y fructíferas.
A. Consideremos la extensión de la obra.
Si cada uno de nosotros tuviera un mapa con la representación de las murallas de Jerusalén, notaríamos que la reconstrucción abarcó aproximadamente cuatro kilómetros de perímetro. Al dimensionar así la extensión del muro que rodeaba la ciudad, comprendemos con mayor claridad la envergadura del trabajo en que estaban involucrados. Esto nos muestra que su labor no fue un esfuerzo menor ni insignificante; al contrario, había mucho por hacer.
Una de las primeras referencias que encontramos sobre la extensión de la tarea es la mención directa de la construcción de la muralla. Esta se presenta de forma inmediata en el versículo 1, que dice: “Entonces se levantó el sumo sacerdote Eliasib con sus hermanos los sacerdotes, y edificaron la puerta de las Ovejas. Ellos arreglaron y levantaron sus puertas hasta la torre de Hamea, y edificaron hasta la torre de Hananeel”.
Quiero que noten la palabra “edificaron”. Este término aparece siete veces en este capítulo (vv. 1–3, 13–14), y no es un detalle menor. Es significativo, porque nos habla de una labor concreta: la construcción real de la muralla. Edificaron, edificaron y reedificaron. Todas estas referencias provienen de la misma palabra hebrea, que significa “construir”, “edificar” o “reconstruir”. Ante ellos estaban las murallas en ruinas, y comenzaron la ardua tarea de restaurarlas, de volver a levantarlas piedra sobre piedra.
Al contemplar la magnitud del trabajo que tenemos por delante, es natural sentirnos abrumados. Los muros espirituales que por tanto tiempo permanecieron firmes, hoy se hallan descuidados, o en ruinas, y nos preguntamos si tenemos lo necesario para levantar lo que ha sido derribado. Ahora, es importante tener presente que el grupo de Nehemías no terminó su tarea en un solo día, y nosotros tampoco lo haremos. Las murallas no llegaron a ese estado de deterioro de la noche a la mañana, y sería ingenuo pensar que podremos restaurarlas en unas pocas horas o días. Pero lo que sí podemos, y debemos hacer, es comprometernos con la obra y ponernos en marcha con decisión. ¡No podemos permitir que la magnitud de la tarea nos paralice! Sabemos que hay trabajo por hacer, y es hora de comenzar.
B. Considere la excelencia de la obra.
Al seguir examinando el pasaje, notamos que no solo edificaron, sino que también repararon los muros. En el versículo 4, leemos: “Junto a ellos restauró Meremot hijo de Urías, hijo de Cos, y al lado de ellos restauró Mesulam hijo de Berequías, hijo de Mesezabeel. Junto a ellos restauró Sadoc hijo de Baana”. La palabra “restaurar” o “reparar”, aparece aproximadamente 35 veces en este solo capítulo, lo cual no es casualidad. El término revela un esfuerzo constante y decidido “por fortalecer” los muros. ¿Cuál es la idea aquí? Bueno, si tomamos en cuenta que la palabra “restaurar” conlleva las ideas de “prevalecer, endurecer, ser fuerte, valiente, firme y resuelto”, nos dice que ellos comprendían el valor del muro y los beneficios que ofrecía, y por ello no estaban dispuestos a conformarse con un trabajo mediocre. Su meta no era simplemente levantar una estructura, sino restaurarla con excelencia, hasta dejarla sólida, resistente y digna de su propósito.
Mis hermanos, ¿estarían de acuerdo en que estamos involucrados en una obra que tiene una mayor excelencia? Yo siempre he pensado que, cuando vale la pena hacer una cosa, es necesario hacerla bien. Eso es especialmente cierto cuando se trata de la obra del Señor. Debemos dar lo mejor de nosotros en el evangelismo, en las clases bíblicas, en los sermones, en la dirección de cantos y cuando cantamos. Debemos dar lo mejor de nosotros en la ofrenda, en las oraciones, y en todo aquello que esté relacionado con nuestra obra como cristianos. Debemos dar lo mejor de nosotros, buscando la excelencia en todo lo que hacemos, esforzándonos por fortalecer los muros espirituales que nos rodean para que podamos prosperar y prevalecer en el Señor.
C. Tenga en cuenta el énfasis en la obra.
También encontramos un término interesante relacionado con su labor en el versículo 8: “Junto a ellos restauró Uziel hijo de Harhaía, de los plateros; junto al cual restauró también Hananías, hijo de un perfumero. Así dejaron reparada a Jerusalén hasta el muro ancho”. Esta frase, “dejaron reparada”, aparece solo una vez en todo el capítulo, pero encierra un significado profundo. Literalmente, denota la idea de “apartarse de”, “dejar atrás” o “dejar solo”. Esto no implica, de ninguna manera, negligencia o descuido con respecto a esa parte del muro; por el contrario, sugiere que esa sección no requería tanta atención como otras.
Los que trabajaron allí cumplieron su tarea, fortalecieron la zona asignada y, una vez concluida, la dejaron atrás para atender otras áreas más necesitadas. No se quedaron de brazos cruzados ni aparentaron estar ocupados cuando su parte ya estaba terminada. Vieron nuevas necesidades y se movieron con diligencia. Su actitud es un ejemplo de responsabilidad, discernimiento y disposición para servir donde más se requiere.
Aquí hay otra lección directa para cada cristiano. Todo hijo de Dios debe comprender el principio de fortificar el muro, no solo en su área, sino en toda la obra. Lamentablemente, muchos se acomodan en zonas que ya están firmes, conformes con mantenerse dentro de su espacio de comodidad, aun cuando allí ya no se necesita más atención. Lo hacen por temor a que se les pida más, o se espere de ellos un esfuerzo adicional. Pero el verdadero siervo no se detiene cuando termina su parte; se levanta y pregunta: ¿Dónde más se necesita ayuda? La excelencia en la obra del Señor no nace de la comodidad, sino del compromiso.
Necesitamos cultivar una pasión por la obra que tenemos por delante, una pasión que no solo nos impulse a completar fielmente nuestra tarea, sino que también nos motive a avanzar hacia otras áreas del ministerio que requieren atención urgente. Tal vez crea que sea suficiente con el hecho de venir a reunirse y participar activamente en la asamblea, pero usted debe tener en cuenta que ese es un pensamiento que promueve el estancamiento espiritual. Así que, ¿somos capaces de mantenernos enfocados en el panorama general, sin encerrarnos en nuestra zona de influencia? La obra de Dios es más grande que nuestra pequeña parcela. ¡Necesitamos estar dispuestos a dar un paso de fe, asumir nuevas responsabilidades y servir más allá de nuestro pequeño círculo, para la gloria de Dios y el bienestar de su pueblo!
II. EL DESEO EN LA OBRA.
Al mirar este capítulo en su conjunto, rápidamente se hace evidente que los involucrados tenían una profunda pasión por la obra y un deseo de cumplir con la tarea de restaurar el muro. Estoy convencido de que la naturaleza del muro ciertamente fue un factor en su deseo. ¿Por qué creo eso? Bueno, porque ellos estaban convencidos, de que el muro…
A. Es un muro de esperanza.
Como ya mencioné, es evidente el profundo deseo que este pueblo tenía de participar en la obra del Señor. Ese anhelo se manifiesta claramente desde el capítulo anterior. En Nehemías 2:17–18 leemos: “Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio. Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien”.
¿Se imaginan la desesperación que muchos de ellos sentían? Tengamos en cuenta que la mayoría de los presentes probablemente llevaba ya tiempo en Jerusalén. Es muy posible que hubieran regresado con Esdras, o que fueran hijos o nietos de quienes volvieron antes con Zorobabel. Estaban cansados de ver las cosas siempre iguales, presenciando día tras día las ruinas sin transformación. Pero la llegada de Nehemías encendió en ellos una chispa de esperanza, un renovado anhelo por ver la restauración de su ciudad. Y a medida que los muros comenzaron a levantarse, también se alzó en sus corazones una nueva confianza: una esperanza restaurada, un futuro posible.
También nosotros debemos aprender a ver la tarea que tenemos por delante como un muro de esperanza. Hemos caminado demasiado tiempo entre las ruinas del pecado y bajo el peso de la oposición del mundo. Muchos, agotados por las batallas, están al borde de rendirse, debilitados en la fe y tentados a dejarlo todo. Por eso, ahora más que nunca, necesitamos comprometernos con pasión y compasión a restaurar, e incluso resucitar esos muros que han quedado en ruinas. Estoy convencido de que, al hacerlo, devolveremos la esperanza a muchos corazones cansados, y veremos a hermanos y hermanas volver a levantarse, animados por la visión de un muro que una vez más comienza a tomar forma.
B. Es un muro de honor.
Recordemos que esta no era cualquier ciudad; se trataba de la ciudad real, la joya de la corona de Judá. Jerusalén era un emblema de identidad y orgullo nacional. Para ningún judío era tolerable la imagen de su ciudad sagrada con las murallas en ruinas. Por eso, en Nehemías 2:17, el líder exhorta con firmeza: “Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio”. No se trataba únicamente de reconstruir una estructura física, sino de recuperar el honor perdido, de restaurar la dignidad del pueblo ante los ojos de Dios y de las naciones.
Observe de nuevo el versículo 1 de nuestro pasaje, en la LBLA: “Entonces el sumo sacerdote Eliasib se levantó con sus hermanos los sacerdotes y edificaron la puerta de las Ovejas; la consagraron y asentaron sus hojas. Consagraron la muralla hasta la torre de los Cien y hasta la torre de Hananeel…”. El verbo hebreo usado allí es קָדַשׁ (qāḏaš), que significa santificar, consagrar, apartar como sagrado.
El hecho de que los sacerdotes comenzaran la obra, y que la primera puerta fuera santificada, subraya que esta tarea no era solo política ni social, sino profundamente espiritual. La restauración del muro era, en realidad, una declaración solemne de honor al Señor.
De hecho, dos veces en este versículo aparece la palabra santificaron. Este término hebreo implica “consagrar, dedicar, preparar, apartar, hacer santo”. No era una simple ceremonia simbólica, sino una declaración profunda: esta era una obra consagrada al Señor. Para los judíos, levantar ese muro no era solo una tarea de restauración nacional, sino una labor espiritual. Había más en juego que el orgullo patrio de Judá; ellos veían en esta reconstrucción una oportunidad para devolverle a la ciudad un estado que glorificara a Dios, una ciudad restaurada no solo en piedra, sino en santidad. Era una obra de honor, una ofrenda visible al Dios que los había traído de vuelta.
Aunque no fuera por otra razón, debemos abrazar con convicción la tarea que tenemos por delante, porque en ella está la oportunidad de glorificar y honrar al Señor. No se trata de muros físicos ni de edificios visibles; no se trata de reconocimiento humano ni de inflar nuestros egos. Se trata de fidelidad. Se trata de compromiso con la obra que Dios nos ha encomendado. Y no hay manera más alta de glorificar a nuestro Señor que mediante una obediencia sincera a la comisión que nos ha sido dada. ¡Levantémonos, pues, con ánimo firme y permanezcamos unidos en este esfuerzo digno, para la gloria de nuestro bendito Señor!
III. LA DEDICACIÓN A LA OBRA.
Este es el último punto que esta mañana me gustaría abordar. La dedicación revelada en los esfuerzos de aquellos que trabajaron en el muro es algo que no debemos ignorar.
A. Es una dedicación expresada por la urgencia en el trabajo.
En el versículo 19, dice: “Junto a él restauró Ezer hijo de Jesúa, gobernador de Mizpa, otro tramo frente a la subida de la armería de la esquina”. Aquí quiero que noten la frase “otro tramo”. Aquí leemos de “otro tramo”. En el versículo 11, dice: “otro tramo”. En el versículo 20, “otro tramo”. En el versículo 21, también leemos: “otro tramo”. Lo mismo leemos en los versículos 24, 27 y 30.
Siete veces, en este capítulo, aparece la frase “otro tramo”. Esto indica que, mientras trabajaban en la restauración del muro, tan pronto como completaban una sección, inmediatamente se trasladaban a otra. No había complacencia ni pereza en ellos. Estaban profundamente comprometidos, decididos a terminar la tarea. Un sentido de urgencia los impulsaba a no detenerse hasta que el muro estuviera completamente reconstruido.
¡Cuánto necesitamos hoy ese mismo sentido de urgencia! La obra no ha terminado; aún hay mucho por hacer. Muchos tramos del muro, espiritualmente hablando, siguen estando en ruinas. Algunas áreas son más complejas y requieren más esfuerzo; otras quizá sean más sencillas. Pero independientemente de la magnitud, necesitamos cultivar una pasión firme, una entrega constante, un compromiso que nos lleve a trabajar con diligencia hasta completar nuestra parte, y luego pasar con prontitud a la siguiente.
Porque si no sentimos la urgencia y no tomamos la iniciativa, este mundo no se detendrá a esperarnos. Si los muros espirituales de nuestro tiempo han de ser reconstruidos, nosotros tendremos que hacerlo. No habrá otro pueblo, ni otro momento. Esta es nuestra generación, esta es nuestra parte del muro, y este es nuestro llamado.
B. Es una dedicación expresada por la intensidad en el trabajo.
En el versículo 20 leemos: “Después de él Baruc hijo de Zabai con todo fervor restauró otro tramo, desde la esquina hasta la puerta de la casa de Eliasib sumo sacerdote.”
Lo notable aquí es la expresión “con todo fervor”. El término hebreo que se traduce así transmite la idea de “calor, brillo, ardor”; literalmente, implica trabajar con intensidad, con pasión encendida; lo que podríamos describir como un esfuerzo febril, un trabajo hecho con el alma en llamas.
Baruc no abordó la tarea con indiferencia ni de manera mecánica. No estaba cumpliendo por obligación. Se lanzó a la obra con entrega, con entusiasmo, con un espíritu que ardía por ver la restauración cumplida. Ese es el tipo de disposición que transforma una simple tarea en una ofrenda viva. No se trataba solo de poner piedras en su lugar, sino de levantar un muro con el corazón encendido por la causa del Señor.
Esto va de la mano con el sentido de urgencia que mencionamos antes. Una vez que esa urgencia ha despertado en nosotros, debe dar lugar a una intensidad interior que nos consuma. Necesitamos ser movidos por una pasión ardiente por la obra del Señor, una pasión que encienda nuestras manos, nuestros pensamientos y nuestros días. Oremos para que estemos tan profundamente conmovidos que trabajemos hasta el punto de agotamiento, y que al final de cada jornada miremos hacia atrás y nos preguntemos sinceramente: ¿Pude haber hecho más para el Reino hoy?
Esa es la mentalidad que necesitamos cultivar. Porque esta tarea no es para los apáticos, ni para los de corazón tibio. No es para los que buscan excusas, sino para los que llevan fuego en el alma. Es para quienes están dispuestos a entrar de lleno, con fervor, con entrega, y hacerlo, no por obligación, sino por amor a aquel que nos llamó.
C. Es una dedicación expresada por la generosidad.
En el versículo 5, dice: “E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor”. También en el versículo 21, leemos: “Después de ellos restauraron los tecoítas otro tramo, enfrente de la gran torre que sobresale, hasta el muro de Ofel”.
Tome nota de los tecoítas. Ellos no eran residentes de Jerusalén y, sin embargo, trabajaron con la misma intensidad que los demás. De hecho, bien podrían haber abandonado la tarea, pues sus nobles se negaron a participar en la obra. Pero estos hombres no permitieron que la apatía de sus líderes apagara su compromiso. Sintieron, de verdad, el peso de la necesidad que había en Jerusalén y buscaron el bien del pueblo por encima de toda lealtad política o regional. Lo que vemos en ellos es un corazón generoso, dispuesto a sacrificarse aun cuando habrían tenido una excusa legítima para alejarse.
Y nosotros debemos aprender de su ejemplo. Nuestra obra no gira en torno a nuestras preferencias personales ni a nuestras necesidades inmediatas. Ni siquiera se trata únicamente de suplir lo que falta en una congregación específica. ¡Esto es mucho más grande! Se trata de cumplir la Gran Comisión, de restaurar los muros de la verdad, de la fe y de la obediencia que han sido descuidados, atacados y, en muchos lugares, derribados.
Debemos mirar más allá de nuestros propios intereses. El bienestar de la iglesia como cuerpo, como reino del Señor, debe importar más que nuestras comodidades o nuestras agendas locales. Y eso exige generosidad: generosidad de tiempo, de talento, de recursos. Aunque el fruto no nos beneficie directamente, trabajamos como siervos del Rey, y el reino por el que servimos no termina en Constituyentes, ni en nuestras paredes. Es el reino eterno del Señor, y merece lo mejor de nosotros.
CONCLUSIÓN.
¿Cómo describiríamos a nuestra congregación? ¿Nos parecemos a los obreros que edificaron el muro en tiempos de Nehemías? ¿Sentimos la urgencia de la necesidad y la misma pasión ardiente por la obra del Señor? Si no es así, es tiempo de examinarnos con honestidad. Es tiempo de despertar. ¡Ruego al Señor que toque nuestros corazones, que los quebrante si es necesario, y nos lleve al punto en el que estemos dispuestos a abrazar con gozo y determinación la obra a la que hemos sido llamados, sin importar el costo, sin importar la dificultad, sin importar si alguien más lo hace o no!