Cuando abandonamos el muro.

Nehemías 6:1-4.

Cuando abrimos el libro de Nehemías y nos sumergimos en su historia, no solo encontramos un relato antiguo sobre reconstrucción de muros, sino un testimonio vivo de lo que significa estar comprometido con la obra de Dios frente a la oposición constante.

Nehemías no era un constructor profesional ni un líder militar. Era un copero del rey, un hombre con una vida cómoda en la corte de Persia. Sin embargo, cuando supo que los muros de Jerusalén estaban en ruinas y que su pueblo vivía en desgracia, su corazón se quebrantó. No podía quedarse de brazos cruzados. Fue entonces cuando Dios lo llamó, no solo a observar, sino a actuar. Y Nehemías respondió al llamado de Dios.

No obstante, desde el mismo momento en que puso un pie en Jerusalén, comenzaron los ataques. Sambalat, Tobías y otros enemigos hicieron todo lo posible por detener la obra. Burla, intimidación, amenazas, incluso planes de asesinato, nada parecía estar fuera de sus tácticas. Y, sin embargo, Nehemías no se detuvo. No dejó el muro. No se bajó. Su enfoque y su fidelidad fueron su escudo.

Este hombre, que bien pudo haberse rendido o desviado por la presión, decidió que la obra de Dios valía más que su comodidad, su reputación o incluso su vida. Y es allí donde vemos el retrato de un verdadero siervo de Dios: alguien que, a pesar de la oposición, sigue construyendo.

Pero, ¿qué sucede cuando nosotros, los que hoy somos llamados a servir, decidimos abandonar el muro? ¿Qué ocurre cuando dejamos de hacer lo que Dios nos ha encomendado? Este alejamiento comienza con lo más sutil: una distracción, una queja, una duda, una necesidad o un miedo. Sea cual sea la razón por la cual usted se ha alejado del muro, hoy quiero que pensemos y meditemos juntos, sobre lo que sucede cuando abandonamos el muro

ABANDONAMOS LA OBRA (v. 3b).

El llamado y la comisión que Dios le dio a Nehemías no se trataban de cualquier obra ni de una tarea insignificante o sin valor. Era una obra “grande”. Y eso es precisamente lo que caracteriza la obra de Dios: es grande, siempre lo ha sido. Pero además de ser grande, es la mejor obra en la que cualquier ser humano puede involucrarse.

David lo entendió así, y su actitud es digna de imitación. En el Salmo 84:10 expresó con convicción: “Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos”. Para él, servir al Señor era más valioso que cualquier otra ocupación, por más larga o destacada que fuera. Nehemías compartía ese mismo sentir respecto a la misión que había recibido: entendía el valor eterno de la obra y no estaba dispuesto a cambiarla por nada.

Por eso, aunque los enemigos de Dios se multipliquen y los ataques vengan de muchas formas, con la intención clara de hacernos abandonar el muro, nuestra respuesta debe ser firme: permanecer. Santiago lo expresó claramente: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Y también el apóstol Pedro exhorta: “Procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles” (2 Pedro 3:14).

Hermanos, el plan de Dios y su obra son demasiado grandes como para ser dejados de lado. Abandonarlos no solo es un error, es una verdadera locura. Dios no espera que nos rindamos, sino que perseveremos. Aunque es cierto que la obra puede ser difícil y haya muchos motivos que intenten detenernos, la expectativa de Dios sigue siendo la misma: que sigamos adelante. Él no quiere que desmayemos, sino que permanezcamos activos en Su obra.

Si tomamos la equivocada decisión de abandonar la misión y dedicamos nuestra vida a las muchas ocupaciones que ofrece este mundo, llegará un momento en que veremos que todo fue en vano. Esto me recuerda aquel episodio con Simón Pedro, cuando dijo a los otros discípulos: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos nosotros también contigo”. Subieron a la barca, pero “aquella noche no pescaron nada” (Juan 21:3). Fuera de la misión que Cristo nos ha encomendado, por más ocupados que estemos, no hay fruto.

ABANDONAMOS EL CAMINO CORRECTO (v. 3a).

Nehemías 6:3 nos muestra algo poderoso sobre la vida de este siervo de Dios: él estaba completamente entregado a la obra del Señor. Su forma de vivir reflejaba un compromiso total. Para Nehemías, abandonar el trabajo en el muro no era simplemente detenerse un momento, era como renunciar a su llamado. Era darle la espalda al camino recto que Dios le había trazado con claridad.

Y lo mismo sucede con nosotros. Cada vez que dejamos la obra del Señor, estamos alejándonos de su camino. Es como dar un giro en dirección contraria a sus mandamientos, cuando en realidad, estos deberían ser una prioridad absoluta para nuestra vida. Dios no espera de nosotros otra cosa que no sea esto: que llevemos a cabo Su obra con gozo, fidelidad y eficiencia.

Abandonar el muro es más que una pausa; es entrar en otro tipo de compromiso, uno que nos desvía. Es comenzar a caminar por una senda distinta a la que Dios ha marcado. ¿Recuerdas al pueblo de Israel y el becerro de oro? Aquella idolatría fue consecuencia directa de haberse apartado del plan de Dios. Lo mismo ocurre hoy: cada vez que abandonamos la obra, cada vez que nos alejamos del muro, terminamos tomando ese camino que parece correcto, pero cuyo final es de muerte.

Cada vez que dejamos de lado lo que Dios nos ha encomendado, estamos entrando por la puerta ancha, aquella que lleva a la perdición. Estamos caminando con el mundo, contribuyendo —aunque no lo veamos así— a la agenda del enemigo. Estamos tomando caminos que no llevan a la vida, sino a la ruina espiritual.

Por eso, quiero exhortarte con todo mi corazón: aferrémonos a lo que es correcto. A lo que es mejor. No importa cuán angosta sea la puerta, ni cuán difícil parezca el camino. No importa si a veces nos sentimos débiles o solos. No abandonemos el muro. Sigamos firmes, trabajando con pasión y fidelidad en la obra que Dios nos ha encomendado.

ABANDONAMOS NUESTRO TESTIMONIO (v. 3b).

Nehemías ocupaba una posición de gran autoridad y respeto entre su pueblo. Su liderazgo era firme, visible y ejemplar. Si él hubiera abandonado el muro, el trabajo se habría detenido por completo y, quizás, jamás se habría terminado. Toda Jerusalén lo observaba. Cada decisión, cada palabra, cada paso suyo tenía un impacto directo en quienes lo rodeaban. Su pasión y entrega por la obra de Dios no pasaban desapercibidas, y muchos imitaban su ejemplo, valorando profundamente su testimonio.

Pero si Nehemías hubiese dejado el muro, su ejemplo se habría desplomado como un muro sin fundamento. La gente habría llegado a una dolorosa conclusión: que Nehemías era un fraude. Lo verían como un hipócrita, alguien que exigía trabajo a los demás mientras él mismo evitaba involucrarse. Sin duda alguna, habría perdido el respeto y el cariño del pueblo. Y lo que es aún más grave: el pueblo también habría perdido el respeto por la obra de Dios. Pensarían que ese muro no era tan importante después de todo, y terminarían despreciando tanto la obra… como al Señor de la obra. Qué tragedia, ¿no lo cree? Pero eso es exactamente lo que ocurre cuando abandonamos el muro.

Hoy, nosotros también estamos siendo observados. Hay un número creciente de jóvenes y de creyentes impresionables que miran nuestro testimonio con atención. Y si usted abandona la obra del Señor, inevitablemente se convertirá en tropiezo para otros. Sobre esto, el Señor fue tajante: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). Por su bien, y por el bien de sus hermanos en la fe, le ruego: no abandone el muro.

Y no solo el pueblo de Dios nos observa. También los de afuera están mirando. La gente más allá de Jerusalén estaba atenta a los pasos de Nehemías, y un solo error suyo podría haber destruido su reputación y desacreditado toda la obra. El apóstol Pablo escribió: “Absteneos de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:22). Por tanto, debemos esforzarnos por mantenernos íntegros ante un mundo que observa con lupa, porque un mal testimonio puede hacer un daño incalculable.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Permanecer en el muro por Jesús. Seguir viviendo para él, sirviendo con fidelidad y pasión. Porque Él, y solo Él, tiene “palabras de vida eterna” (Juan 6:68).

ABANDONAMOS EL BIENESTAR DEL MUNDO. 

Jerusalén no era solo una ciudad más en el mapa. Era conocida, tanto por judíos como por paganos, como el lugar donde el Dios verdadero era adorado. Representaba el centro espiritual del pueblo de Israel, el símbolo visible de la presencia de Dios entre su pueblo. Por eso, cuando Nehemías recibió el llamado de reconstruir sus muros, no se trataba únicamente de restaurar una estructura física; era un esfuerzo por restaurar el testimonio de la gloria de Dios ante el mundo.

Nehemías amaba profundamente al Señor, y por eso deseaba ver a Jerusalén restaurada, no solo como ciudad, sino como faro espiritual. Quería que el pueblo volviera a levantar el nombre de Dios con honor, y que los perdidos pudieran ver esa luz y volverse a Él. Abandonar el muro habría sido, en esencia, olvidar el peligro eterno en el que vive cada alma sin Dios. Habría sido cerrar los ojos ante la necesidad urgente de salvación.

Cada vez que Dios es adorado en verdad y proclamado con sinceridad, hay un impacto espiritual real. Las almas se conmueven, los corazones se despiertan y los perdidos son llamados a la vida. Pero si abandonamos el llamado que Dios nos ha hecho para servirle, estamos haciendo mucho más que desobedecer. Estamos dando la espalda a los perdidos. Estamos dejando a miles y miles de personas al borde del abismo eterno, sin advertencia, sin guía, sin esperanza. En la práctica, es como entregarlos al infierno.

Usted y yo, como creyentes, somos la única luz que muchos en este mundo verán alguna vez. Para algunos, somos el único reflejo de Cristo que podrán conocer. Por eso, no podemos permitir que esa luz se apague, ni que el mundo la opaque. También somos la única Biblia que muchos leerán, lo que significa que nuestras vidas deben comunicar la verdad de Dios con claridad, pureza y coherencia. Si nuestro testimonio es confuso o inconsistente, ¿cómo podrán prepararse para lo que viene? Como dijo el apóstol Pablo: “Si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Corintios 14:8).

Por eso, es vital que nuestras vidas estén alineadas con la voluntad de Dios. No podemos permitirnos el lujo de abandonar el muro. No solo se trata de nuestra fidelidad personal; se trata de las oportunidades eternas que otros podrían perder si dejamos de cumplir nuestra misión. Muchos no tendrán otra oportunidad para escuchar el mensaje de salvación fuera de la que ofrece nuestro testimonio fiel.

Así que, por amor a Dios, por amor a los perdidos, y por la eternidad, permanezcamos en el muro. Aún hay mucho por reconstruir. Y aún hay muchos que necesitan ver la luz.

CONCLUSIÓN.

La reconstrucción del muro de Jerusalén bajo el liderazgo de Nehemías no fue simplemente una tarea de restauración arquitectónica. Fue una obra espiritual, una misión divina, una declaración pública de que Dios seguía estando en medio de su pueblo. Nehemías entendía que detenerse, abandonar la obra o ceder ante la oposición, no solo significaba fallar en una tarea, sino también deshonrar al Dios que lo había llamado. Significaba dejar desprotegido al pueblo, silenciar el testimonio de Dios en la tierra y cerrar la puerta de esperanza para los perdidos.

Así también hoy, cada uno de nosotros ha recibido un llamado a edificar, a servir, a permanecer fieles en el muro que Dios nos ha asignado. Ese muro puede ser tu familia, tu iglesia, tu testimonio en el trabajo o en la escuela. Puede ser la enseñanza, la oración, el discipulado, el evangelismo. Sea cual sea tu lugar, lo importante es no abandonarlo.

Cuando cedemos ante la presión, cuando permitimos que el cansancio, el temor o la distracción nos desvíen, no solo nos detenemos nosotros. También apagamos una luz que otros necesitaban ver. Somos observados —por los de dentro y por los de fuera—, y nuestras decisiones tienen un peso que va más allá de lo personal. Somos instrumentos de Dios para la salvación de muchos. Por eso, rendirse no es una opción. Porque si abandonamos el muro, otros también se desanimarán. El enemigo ganará terreno. Y los perdidos podrían perder su única oportunidad de oír y ver el evangelio en acción.

Dios no nos ha llamado a lo fácil, pero sí a lo eterno. Nos ha confiado una gran obra, una que vale cada esfuerzo, cada lágrima, cada sacrificio. Como Nehemías, debemos responder con convicción: “Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo descender”. (Nehemías 6:3).

Permanecer en el muro es un acto de amor, de fe y de obediencia. Es proclamar que Dios es digno, que Su causa es urgente, y que Su gloria es nuestra mayor motivación. Así que, hermanos, no nos cansemos de hacer el bien. No abandonemos el muro. Porque en su tiempo, si no desmayamos, veremos el fruto eterno de nuestra fidelidad.

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