Los propósitos de Dios.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

Los propósitos de Dios.

Romanos 9:6-33.

La primera parte del versículo 6 nos recuerda lo que dijo Pablo en los versículos 1-5. Allí se nos recuerda que los judíos habían recibido muchos dones de parte de Dios. Los versículos 4 y 5 contienen una lista bastante impresionante de bendiciones que les habían sido dadas. Sin embargo, el solo hecho de que se les hubieran dado estos grandes dones y manifestaciones espirituales, no les garantizaba que serían salvos. Dicho esto, debemos tener presente que la Palabra del Señor se cumplirá, hasta en su más mínimo detalle (cf. Isaías 55:11; Mateo 5:18). Lo que Dios ha predestinado y preordenado se cumplirá. ¡Ya sea en el ámbito de la profecía o en el ámbito de la salvación!

Pablo quiere que sus lectores judíos comprendan que la salvación tiene a Dios como autor y consumador. Es decir, siempre comienza y termina en Dios. Él es el origen, la continuación y la culminación de nuestra fe (cf. Hebreos 12:2).

En estos versículos, Pablo busca explicar el asunto de la soberanía divina en este asunto de la salvación. Quiere que sepamos, más allá de toda duda, que Dios tiene el control absoluto de la salvación de las almas. Pablo nos dice que todos dependemos absolutamente de los propósitos del Señor. Meditemos, pues, en lo que nos dice Pablo sobre esto, y nos edifiquemos con su enseñanza al respecto.

SOBRE LA ELECCIÓN DE LOS SANTOS (v. 6-13).

En estos versículos, Pablo nos enseña que la cuestión de quién es elegido por Dios para ser su hijo, es una decisión que comienza y termina con él mismo.

La elección no se basa en nuestra relación humana (v. 6-10). El punto de Pablo aquí, es que, simplemente, ser parte de la nación de Israel no significa que uno sea salvo. En otras palabras, no se trata de cierta relación familiar. El hecho de que una persona fuera descendiente física de Abraham, no significaba que esa persona estuviera bien ante Dios. Consideren la diferencia entre Ismael e Isaac. Ambos eran hijos de Abraham, pero solo uno fue elegido por Dios para llevar a cabo sus propósitos divinos. Para todos los efectos, la relación familiar no tiene valor en este asunto de la salvación.

Esto también debe ser recordado por la gente de nuestros días. El hecho de que descendamos, o seamos parientes de una fuerte herencia de cristianos, no garantiza un lugar en el cielo cuando muramos. La verdad es que toda persona, independientemente de su relación familiar, debe, por fe, nacer de nuevo y así ser salva. No se es salvo ser hijo, madre, padre o esposa de un cristiano. Toda persona necesita obedecer el evangelio de Cristo. Nadie puede entrar al cielo a costa de otro.

La elección no se basa en nuestro prestigio humano (v. 11). ¡Este versículo nos dice que Dios eligió entre Ismael e Isaac antes de que naciera cualquiera de los dos niños! Dios, en su divina sabiduría, decidió cuál hijo sería bendecido y cuál no. Aquí aprendemos la verdad de que no se trata de obras. Todas las obras que los hombres puedan hacer nunca les permitirán comprar un lugar en el Cielo. La salvación no se produce por obras, sino por la misericordia de Dios.

Esta mañana también podríamos recordar que nuestras buenas obras y nuestra justicia propia nunca producirán la salvación de nuestras almas. Esto queda muy claro cuando consideramos que el mejor hombre puede hacernos miserables y ruin delante del Todopoderoso: Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento (Isaías 64:6). Ante esto, la salvación no puede tener otra fuente que no sea la gracia de Dios (cf. Efesios 2:1-9).

La elección se basa en la sabiduría de Dios (v. 11-13). Estos versículos nos dicen la verdad de que la salvación no se basa en nuestra familia o en nuestras obras; sino en la voluntad de Dios. ¿Qué valor tiene nuestra relación familiar, y las diversas buenas obras que hacemos, con respecto a la salvación? ¡Ninguno! Lo que cuenta son los propósitos de Dios.

Ahora, ya hemos visto que la elección que Pablo usa como argumento, fue hecha por Dios antes de que estos niños nacieran en el mundo. Pero, ¿por qué se hizo esta distinción entre estos niños que aún no habían nacido? ¡La respuesta a esa pregunta está únicamente en Dios mismo! Sin embargo, a medida que las vidas de Ismael, Esaú y sus descendientes se vivieron en las páginas de la Biblia y de la historia, se demostró que la sabiduría de Dios en su elección era correcta. Los hermanos de estos hombres, junto con sus descendientes, caminaron en abierto odio hacia Dios, hacia su pueblo y hacia su ley. La voluntad, el propósito y la sabiduría de Dios fueron vindicadas. ¿Quién, entonces, podría cuestionar la sabiduría de Dios, al haber establecido que la salvación es por la fe en Jesucristo, y no por nuestras relaciones familiares o nuestras buenas obras? ¡Nuestro desempeño muestra que el plan de Dios es sumamente conveniente! Si por nuestra relación familiar fuera, o por nuestras obras, entonces jamás podríamos aspirar a la vida eterna.

No cabe duda que muchos sintieron gran molestia cuando leían las Palabras de Malaquías 1:1-3, las cuales son citadas aquí en Romanos 9:13. Y tal vez a muchos hoy en día les pudiera molestarles leer algo como eso. Pero, ¿qué significa que Dios “aborreció” a Esaú? De hecho, cuando leemos el relato de Jacob y Esaú en el libro de Génesis, no hay ninguna indicación de odio divino. Creo que el odio de Dios está sobre los descendientes idólatras de Esaú que odiaron y se opusieron al pueblo de Israel, mientras que su amor se centra en los descendientes de Jacob, que siguieron al Señor y lo adoraron.

¿Qué nos dice todo eso? Simplemente, esto: así como el plan y el propósito de Dios fueron la razón por la que Isaac y Jacob fueron elegidos, mientras que Ismael y Esaú fueron rechazados, no hay otra explicación para la salvación que está, la salvación es una realidad sobre los santos, porque Dios los eligió desde antes de la fundación del mundo (cf. Efesios 1:4-12; Romanos 8:28-30). Ni usted ni yo somos salvos por nuestros méritos, o por nuestras relaciones familiares. Somos salvos por la gracia de Dios que hizo posible nuestro perdón, y así, nuestra santificación, para finalmente gozar de la vida eterna, habiendo Dios predestinado que los santos la disfruten. Entonces, la elección de los santos para la vida eterna, no responde a consideraciones humanas, ni a nuestras obras, sino a los propósitos de Dios.

SOBRE EL EJERCICIO DE SU MISERICORDIA (v. 14-29).

Cuando realmente comprendemos todas las implicaciones de lo que Pablo está diciendo, comenzamos a darnos cuenta de que nos hemos sumergido en aguas profundas. De hecho, este asunto de que la salvación se basa únicamente en los propósitos de Dios molesta a muchas personas.

Pablo anticipó una fuerte reacción de sus lectores, lo cual hace notar en el versículo 14, y en donde responde, “¡En ninguna manera!” Si Dios tenía la libertad y la facultad de elegir a los judíos y no a los edomitas (descendentes de Esaú), no cometiendo con ello algún tipo de injusticia, con lo cual los mismos judíos estaban de acuerdo; ¿por qué sería injusto en cualquier otra elección que hiciese? Sobre todo, ¿por qué sería injusto al haber elegido la salvación de todo hombre por medio del evangelio? El judío inconverso no tendría razón en acusar a Dios de injusticia al haber Dios realizado un plan de salvación en favor de todos los hombres.

Dios es siempre justo en su trato con el hombre caído. Pablo usa dos ilustraciones más de la historia de Israel para probar su punto.

Dios es libre para mostrar su misericordia a quien él quiera (v. 15-18). Pablo primero llama nuestra atención nuevamente a Éxodo 33. Moisés bajó del monte Sinaí con la ley, los israelitas se habían entregado a la idolatría. Moisés llamó a los que estaban del lado del Señor a unirse a él. Los levitas así lo hicieron. A estos hombres fieles se les ordenó matar a los rebeldes y mataron a 3.000 hombres ese día. Con razón, todos los israelitas malvados deberían haber sido asesinados, pero Dios, en su soberanía, solo permitió que murieran 3.000 como advertencia para el resto. La justicia exigía que todos fueran castigados, pero la gracia salvó a algunos, teniendo Dios la libertad y la facultad de tener misericordia de quien él quisiese.

En seguida, somos llamados a mirar el caso de Faraón. Un hombre que creía gobernar Egipto. Un hombre que se creía un dios. Dios le recordó a Faraón que había sido colocado en el trono de Egipto para que Dios pudiera usarlo para demostrar el poder de Dios sobre la humanidad y los gobernantes y reinos terrenales. ¡Fue simplemente una demostración de elección divina y soberana lo que liberó a Israel y condenó a Faraón!

¿Puede ver la verdad que Pablo está tratando de ayudarnos a entender? Se aclara en los versículos 16 y 18. Estos versículos nos dicen que no se trata de una posición personal, de un desempeño personal o de la búsqueda de Dios, ¡Todo tiene que ver con la misericordia divina! Es verdad, desde el punto de vista de la justicia, todo hombre merece ser castigado eternamente; pero, Dios tiene la libertad de mostrar su misericordia sobre quien él quiera, y así, ha dispuesto que, por fe, todo hombre goce de la salvación en Cristo Jesús.

Dios es justo en el ejercicio de su misericordia (v. 19-24). En estos versículos Pablo anticipa otra objeción que podrían hacer sus lectores. Ellos argumentan que Dios no debería inculpar al que ha resistido a su voluntad. Sin embargo, como demuestran las preguntas de Pablo, los hechos de Dios en el asunto tratado son vindicados o justificados por el poder absoluto y soberanía divina, acompañados de su paciencia. Dios fue paciente con ellos; pero, ellos mismos no quisieron alcanzar la justicia por fe, sino por las obras mismas de la ley (cf. v. 32).

Es muy probable que muchos serán sorprendidos en el día del juicio, cuando se sorprendan de la salvación de algunos. ¿Por qué él fue salvo y no yo, siendo que ambos asistíamos a la misma iglesia, y recibimos el mismo evangelio? Porque uno buscó la salvación por fe, mientras que el otro confió en sí mismo. Uno estuvo consciente de que sería salvo por la misericordia de Dios, mientras que el otro confió en su propia justicia.

Los efectos de su misericordia (v. 25-29). Aquí Pablo cita a Oseas e Isaías para recordarnos que, si no fuera por la gracia pura y simple de Dios, ¡nadie sería salvo! Nuevamente, debo recordarles que todos los hombres son pecadores perdidos y se dirigen al Infierno por elección propia. Sin embargo, es la gracia de Dios la que interviene y llama a los hombres a la salvación. Si no fuera por su gracia, todos estaríamos condenados a sentir las llamas del infierno. Ya sea que una persona sea judía o gentil, ¡la única esperanza de salvación que tiene es la gracia de Dios! ¿Podemos aceptar esa verdad? O ¿todavía cree que usted será salvo por sus méritos? ¿Por su fidelidad? ¿Por su habilidad o capacidad en la iglesia?

SOBRE LA SALVACIÓN (v. 30-33).

En estos versículos Pablo presenta el clímax de su argumento, explicando por qué los judíos fueron rechazados y los gentiles aceptados para la salvación.

Es posible por la fe (v. 30-31). Estos versículos nos dicen que la justicia es dada a aquellos que creen en el mensaje del Evangelio (cf. 2 Corintios 5:21; Romanos 4:3-5). ¿Cómo es posible que los gentiles que no conocían a Dios recibieran su salvación mientras que los judíos que conocían su Palabra no la alcanzaron? Por la fe en el evangelio. Cuando el Evangelio de Jesucristo fue predicado a los gentiles, ellos fueron convencidos de sus pecados y se volvieron a Cristo por la fe. Los judíos, que ya se consideraban justos, no se arrepintieron de sus pecados, ni se volvieron a Jesús. Sin embargo, todos aquellos que vienen a Jesús por la fe en el mensaje del Evangelio son declarados perfectamente justos por Dios. Ese es el propósito de Dios.

No es posible por buenas obras (v. 32-33). ¿Por qué el judío se perdió? Porque quería agradar a Dios con sus propias obras justas. Ningún hombre será salvo hasta que llegue al punto en que se aferre a nada de lo que tiene o puede hacer, sino que simplemente se arroje a los pies de Dios y ponga su fe en la obra de Jesucristo. ¡La salvación solo puede llegar a aquellos que responden al llamado de Dios realizado por el evangelio!

Los judíos no vieron cómo Jesús, un hombre crucificado, podía ser su Salvador. Se vieron a sí mismos mejores que Él y “tropezaron” por la cruz. Sin embargo, aquellos que entienden que son pecadores y que Jesús murió a su favor, rendidos así ante la cruz de Cristo, pueden y serán salvos.

Implica grandes recompensas espirituales (v. 33). Pablo nos recuerda la promesa de nunca ser avergonzados cuando ponemos nuestra fe en Jesús. Cuando lleguemos al cielo y estemos ante el Señor, no seremos rechazados, ni enviados al infierno. Debido a que hemos sido llamados por Dios y hemos respondido por fe en el mensaje de Dios, somos salvos y nada jamás alterará ese hecho. ¡No seremos decepcionados!

CONCLUSIÓN.

Mis hermanos, yo creo a las palabras de Pablo tal como están dichas. Dios es el autor y consumador de nuestra fe. Él es el autor y consumador de nuestra salvación. No depende de nuestras relaciones familiares, no depende de nuestras buenas obras, sino de su misericordia. Si usted no es salvo, no siga despreciando la misericordia de Dios. Y si usted es salvo, no menosprecie la misericordia de Dios. Sírvale fielmente, porque él es digno.

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