Lo hizo todo por mí.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

Lo hizo todo por mí.

Romanos 5:6-11.

En este pasaje bíblico, encontramos al apóstol Pablo disertando sobre los beneficios que tenemos como hijos de Dios. Estos versículos aclaran las grandes provisiones que nos han llegado a través de la muerte del Señor y en virtud de que depositamos nuestra fe en él para nuestra salvación. Estos versículos nos dicen lo que somos sin él, lo que hizo por nosotros y lo que tenemos gracias a su sacrificio. Quiero que pongan su atención en el versículo 8 y consideren las dos últimas palabras de la última frase que dicen, “por nosotros”. Considero que estas dos palabras resumen el contenido de este sermón, y representan el fundamento de su título, “Lo hizo todo por mí”.

DEBIDO A MI PÉSIMA CONDICIÓN (V. 6-10).

En estos cinco versículos, Pablo nos dice que la condición del hombre se puede resumir en cuatro términos descriptivos: “débiles” (v. 6), “impíos” (v. 6), “pecadores” (v. 8) y “enemigos” (v. 10). Reitero, estos cuatro términos describen la condición de los hombres sin Cristo. Esa es la descripción divina de la humanidad perdida.

El hombre sin Cristo es “débil” (v. 6). Es un individuo carente de potencia, y como tal, se encuentra totalmente indefenso y sin medios de escape. La idea es que el hombre carece de alguna habilidad para cambiar lo que es. ¡No puede cambiar lo que es! No puede, no tiene fuerza, no tiene la potencia requerida para cambiar su condición. Es impotente ante el pecado, no puede escapar de los efectos del pecado: la paga del pecado es muerte, y el hombre no puede cambiar eso. Como pecador, no puede cambiar su destino, no tiene la fuerza en sí mismo para lograrlo. Está total y absolutamente bajo la potestad de las tinieblas, y no puede moverse hacia otro destino que no sea la condenación eterna.

El hombre sin Cristo es “impío” (v. 6). Ellos no tienen temor, ni respeto por Dios. No solo desprecia las cosas de Dios, sino a Dios mismo. Ellos viven su vida como si Dios no existiera. No tienen ninguna consideración de su voluntad, ni de su palabra, ni de su justicia, ni de su juicio. Ahora, ser impío no significa necesariamente que la persona viva revolcándose en el pecado. Quizás lo haga, pero no necesariamente. Esta persona se distingue por hacer lo que le plazca, hace lo que se le pega la gana, sin consideración alguna de su creador. No ama a Dios en ninguna manera.

El hombre sin Cristo es “pecador” (v. 8). La palabra pecado significa “errar al blanco”; por tanto, un pecador es uno que tropieza, uno que, queriendo acertar, queriendo hacer el bien, queriendo vivir rectamente, falla. Fracasa en el intento. Los hombres que viven sin Dios en el mundo, se esfuerzan mucho para vivir una vida moralmente correcta, adecuada o decente; sin embargo, fracasan. Terminan condenando a quienes maltratan animales mientras conceden a las mujeres que quieren matar la vida de sus hijos mientras están en el vientre. La triste condición del hombre sin Dios es que, no importa cuan bueno intente ser, nunca puede ser lo suficientemente bueno o justo. Puede apuntar muy alto y establecer estándares de vida sumamente altos y afables, pero siempre se queda corto a la luz de los estándares de Dios. Siempre falla al blanco.

Esta es la razón por la que intentar llegar al cielo con buenas obras nunca funcionará. ¡El hombre nunca puede ser lo suficientemente bueno para llegar a Dios! No importa cuán cerca esté, siempre se quedará corto.

El hombre sin Dios es “enemigo” (v. 10). Es un adversario de Dios, es una persona opuesta a Dios. Si el hombre no soluciones el problema de su pecado, bien puede decir que ama a Dios, bien puede cantar alabanzas, bien puede leer la Biblia y hacer oraciones, pero si no soluciona el problema de su pecado, siempre será un enemigo de Dios, aunque se convierta en una persona religiosa.

La condición del hombre sin Cristo es terrible. Es una condición desesperada. Su destino está marcado por la condenación, y no puede hacer nada por sí mismo para remediarlo. Sin embargo, es allí donde entra en función la gracia de Dios. Lo que hizo, lo hizo todo por mí…

Y LO HIZO POR COMPASIÓN (V. 6-8).

Su compasión es superior (v. 6-7). Pablo nos dice que hay unas pocas personas por las que los hombres estarían dispuestos a morir. ¿Hay personas en su vida por las cuales usted estaría dispuesto a morir? Tal vez algunos digan que se trata de su “madre”, o su “padre”, o su “cónyuge”, o sus “hijos”, o incluso, por algún buen amigo. Así que, si lo pensamos bien, fácilmente podríamos encontrar algunas pocas personas por las que daríamos nuestra vida sin dudarlo.

Por ejemplo, podemos ver escenas donde los padres cubren a sus hijos o a su esposa en medio de un tiroteo.

Existe el caso real de dos mineros que, por un derrumbe, quedaron atrapados en una mina. Se percataron de que tenían solamente dos máscaras de oxígeno; pero una estaba dañada. Esto indicaba que solamente uno podría salir con vida de ese lugar cuando llegara el rescate. Entonces, uno de esos dos mineros, el que estaba soltero, le entregó la máscara buena al otro, y le dijo, “Tómala tú. Tienes esposa e hijos, yo no tengo a nadie, puedo irme, pero tú tienen que quedarte”.

Todos hemos oído historias de soldados que han dado la vida por sus camaradas. Tal vez se arroje una granada en medio de una patrulla y uno de los hombres caiga sobre esa granada y absorba la explosión con su cuerpo. Él volará en pedazos, pero el resto de los hombres vivirá.

Todos estos son ejemplos de coraje y sacrificio. Sin embargo, todos tienen un tema común: demuestran la capacidad humana de darnos a nosotros mismos por el bien de aquellos a quienes amamos. La familia, los amigos y los compañeros soldados son una cosa, pero; ¿cuántos pueden dar sus vidas por un enemigo? El amor humano tiene límites; pero el amor de Dios no. Eso es exactamente lo que dice el versículo 6. Jesús entregó su vida por débiles, impíos, pecadores que eran sus enemigos. Él no entregó su vida solamente por buenas personas, sino por los impíos. Su compasión es superior.

Su compasión es trascendente (v. 8). Note cómo el amor de Dios trasciende cualquier cosa que la humanidad sea capaz de producir. Mostró su gran amor cuando Jesucristo murió por aquellos que todavía eran pecadores. Cuando aún éramos débiles, malvados, descarriados y contrarios a Dios, aun así Jesús murió por nosotros. Él no murió solamente por las personas que lo amaban, sino que murió aún por las mismas personas que lo crucificaron. Murió por nosotros, por los impíos.

Es lamentable que a veces solemos decir, “Si Dios es un Dios de amor, ¿por qué, entonces, suceden tantas cosas malas en el mundo?” Bueno, eso es una tontería. Si hay alguna duda en nuestra mente en cuanto al amor de Dios, aceptemos el desafío de mirar hacia atrás, específicamente hacia un lugar llamado El Calvario. Allí veremos al Hijo de Dios, santo y sin pecado, muriendo por los pecadores. Allí veremos al creador muriendo por las criaturas que lo odian. Veremos cómo la vida de su cuerpo lo abandona. Veremos su sangre escurriendo sobre la cruz. Escucharemos las gotas de su sangre que golpean en los charcos que se han formado en el suelo. Lo escucharemos mientras jadea por su último aliento al entregar su vida en sacrificio por el pecado. Seremos maravillados al ver su cuerpo herido y sangrante colgado en esa cruz, y mientras lo vemos, ¿nos atreveremos a dudar de su grande amor? Mis hermanos, nunca ha habido, ni habrá mayor demostración del amor de Dios, que la del salvador herido y muerto en una sangrienta cruz. Su compasión es superior, y trascendente. Todo, todo lo hizo por mí.

PARA BENDECIRNOS GRANDEMENTE (v. 9-11).

Dándonos una nueva condición (v. 9). Esa condición tiene que ver con la “justificación” nuestra. Gracias a su sacrificio, es que pudimos ser declarados “no culpables”. Ciertamente que no somos inocentes, pero para eso se pagó el costo debido y ser declarados “no culpables”, sino “justificados”.

Dándonos protección (v. 9). Pablo dice que seremos “salvos de la ira”. El sacrificio de Cristo no solamente nos dio una nueva condición, sino también la protección ante la ira de Dios. Por tanto, no hay nada que temer, el infierno ya no es un destino para nosotros. Jesús ya pagó el precio y quitó de encima de nosotros la ira divina que estaba sobre nuestras cabezas. Fuimos salvos de la horrenda ira de Dios.

Dándonos paz (v. 10). Pablo dice que fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo. ¡Se acabó la enemistad entre nosotros y Dios! Entre nosotros y Dios ya no hay banderas de guerra, ya no hay amenaza de una batalla, sino que ahora hay “paz” entre nosotros y Dios. Podemos dormir tranquilos ahora.

Dándonos preservación (v. 10). Al final del versículo, Pablo dice que seremos salvos por su vida. Estas palabras nos dicen que Jesús está vivo. Esto no tiene nada que ver con la vida que Él vivió aquí en la tierra. Tiene todo que ver con la vida que Él vive hoy en el Cielo. Y, estando vivo, entonces nosotros también estamos vivos en él. Él es nuestro abogado (1 Juan 2:1), él es nuestro intercesor (Hebreos 7:25), y así, estamos seguros en él.

Dándonos alabanza (v. 11), pues “nos gloriamos en Dios”, dice Pablo. Dado que todas las bendiciones de Dios son verdaderas, lo único que puede brotar de nuestro corazón es alabanza a nuestro Salvador. Aquí tenemos razones suficientes para alabar al Señor.

Mis hermanos, sé que en la vida hay muchas cosas difíciles, por las que podamos sentir que no hay razón real para alabar al Señor. Sin embargo, si somos salvos, ¡entonces tenemos toda la razón que necesito para alabarlo!

Dándonos un gran privilegio (v. 11). Pablo dice que, “hemos recibido ahora la reconciliación”. Esto nos habla de una relación muy íntima con Dios. Aquí tenemos a viejos pecadores, perdidos y destinados al infierno, gozando ahora de una relación personal e íntima con el Dios santo y verdadero. Esta no es una relación cualquiera. No tiene nada de común. Es única en su clase. Hemos sido reconciliados con Dios por la sangre de su Hijo. Por tanto, eso es un gran privilegio. Muchos hombres han querido acercarse a Dios, han querido tener comunión con Dios, y para ello, han hecho toda clase de sacrificios. Millones de animales fueron sacrificados por Israel para eso. Pero, nosotros, con la sangre del propio Hijo de Dios, ahora tenemos el privilegio de haber sido reconciliados con él.

CONCLUSIÓN.

Miro estos versículos y me maravillo de que Dios hiciera todo esto por mí, por lo que solamente puedo responder con alabanza y servicio hacia él. Mis hermanos, nuestras bendiciones, son mucho mayores de lo que la mente podría comprender. A la luz de estas verdades, hacemos bien en preguntar, ¿dónde nos encontramos hoy? ¿Amando a Dios, o siendo indiferente? Si él ha hecho todo esto por nosotros, ¿qué haremos nosotros para Dios?

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