Romanos 3:19-31.
Cuando pensamos sobre nuestra vida pasada, sin duda alguna que bien podemos decir que ya nada es como solía ser. Y aunque para muchos eso puede provocar nostalgia; para los santos, el pasado es algo que no debemos anhelar. Pablo dijo, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.
El domingo pasado, meditamos en los versículos 9-18, y descubrimos que el hombre en pecado es una criatura totalmente depravada. ¡No hay absolutamente nada bueno en él! Todo lo que toca está empañado por el pecado que llena su ser y es miserable a los ojos de Dios. Sin embargo, y a medida que el texto continúa desarrollándose ante nosotros, Pablo continúa con su línea de pensamiento, pero nos cambia de dirección. Nos da un pensamiento final sobre el hombre viejo y comienza a hablar de esa nueva criatura que Jesús hace cuando salva al pecador. Es ese hombre nuevo y salvo el que queremos considerar esta mañana. Hoy estaremos conociendo mejor al “hombre nuevo”. Él ya no es lo que solía ser, su vida pecaminosa y malvada es cosa del pasado, y ahora, su vida es tan nueva como él. ¿Qué nos dice Pablo sobre el hombre nuevo?
EL HOMBRE NUEVO ERA UN HOMBRE ARRUINADO (v. 19-20).
Por la ley fue declarado pecador (v. 19). La ley de Dios expone todas las cosas de las que el hombre es culpable. El hombre queda expuesto como pecador y condenado con toda justicia. Nadie puede leer la Palabra de Dios y perderse la verdad de lo que Pablo está diciendo. También, y dado que el Señor Jesucristo dijo, que si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos. Pero, ¿qué hombre es justo? La ley dice, “No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio” (Mateo 5:21). Pero, ¿qué dice la justicia que es mayor que esa? Dice que “cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (v. 22). ¿Quién puede ser justo, entonces? Sobre el adulterio, la justicia superior dice que “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (v. 28). ¿Quién puede ser justo, entonces? Sobre el divorcio, Jesús dijo que cualquiera que repudia a su cónyuge por cualquier causa, hace que su cónyuge adultere, y hace que el que se casa con él, adultere igualmente (v. 32). Y así, el sermón del monte muestra que nadie es lo suficientemente justo para entrar en el reino de los cielos.
Fue condenado por la ley (v. 20). Dios le dio la ley al hombre como una herramienta. Fue dada para mostrar al hombre que es un pecador, y para conducir al hombre a Jesús, (cf. Gálatas 3:24). Si toda la razón de existir de la Ley pudiera resumirse en una declaración, ¡tendría que ser que la Ley fue dada para mostrarle al hombre que es culpable a los ojos de Dios y que necesita un Salvador!
La Ley es como un espejo (cf. Santiago 1:23-25). Puede mostrarnos cuán sucia está nuestra cara, pero no puede usarse para limpiarnos. La Ley no puede limpiarnos, pero puede crear hambre en nosotros por Aquel que puede: el Señor Jesucristo.
EL HOMBRE NUEVO ES UN HOMBRE REDIMIDO (v. 21-26).
Observe la pequeña conjunción, “Pero”. Denota un cambio de pensamiento. Se erige en un digno guardián de los pensamientos que seguirán. Ciertamente, yo era un hombre arruinado, pero doy gracias al Señor porque hay un cambio que ha tenido lugar. Tuvo lugar y está representado por esa pequeña palabra “Pero”. Preste atención a esas pequeñas palabras en su Biblia. ¡Recuerde, incluso la puerta más grande gira sobre una bisagra relativamente pequeña! Por ejemplo, piense en el gran pasaje de Efesios 2:1-10. Allí, la palabra “pero” aparece de manera similar. Estos pocos versículos que estamos a punto de examinar ahora están repletos de verdad teológica. Alguien ha dicho que aquí está “El corazón de la Biblia”. Este es, quizás, el mar teológico más profundo del Nuevo Testamento. Nunca podremos hacerle justicia en los pocos minutos que tenemos aquí esta mañana, sin embargo, recopilemos lo que podamos. Note estos rasgos sobre el hombre nuevo.
El hombre nuevo ha experimentado la fe (v. 21-23). El hombre sin Dios tiene un problema muy grande. Es un pecador. Esta triste verdad ha quedado sumamente clara y es revelada en los primeros tres capítulos de esta carta. El hombre está perdido y no puede llegar a Dios por sí mismo. El hombre, por sí mismo, no puede abrirse camino para llegar a Dios. Él no puede ser lo suficientemente bueno para agradar a Dios. Y el problema mayor, es que Dios demanda una justicia perfecta para entrar al cielo (cf. Mateo 5:20; 5:48).
Hermanos y amigos, el hombre es un miserable pecador (cf. 3:23), y nunca estará bien con Dios en virtud de sus propios esfuerzos. Cuando la Biblia dice que “estamos destituidos de la gloria de Dios“. Significa que literalmente erramos el blanco. El tiempo de esta palabra sugiere que este es un estado de cosas en curso. En otras palabras, no importa cuán buenos podamos llegar a ser, ¡todavía estaremos errando el blanco y quedando muy lejos de la gloria de Dios! ¡Usted no puede llegar a Dios por su cuenta!
Por lo tanto, Dios permite que los hombres sean hechos justos a través de la fe en Su Hijo, el Señor Jesús. Lo que estos versículos nos están diciendo es que la salvación no viene por las buenas obras o por ser buenos. La salvación viene únicamente por la fe. No podemos comprar un boleto al cielo. No podemos ser lo suficientemente buenos para llegar al Cielo. No podemos trabajar lo suficiente para llegar al Cielo. Sin embargo, usted puede creer en Jesús, ser salvo por su gracia, ser declarado justo por el Padre Celestial e ir al Cielo. Pablo dice en el versículo 22, que “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo”, es “para todos los que creen en él”, sean de cualquier nacionalidad que sean. Si están en pecado y obedecer el evangelio, entonces llegan a ser perfectamente justos. Así es como funciona la salvación.
El hombre nuevo ha experimentado la libertad (v. 24). Este versículo nos introduce a dos grandes palabras teológicas: “justificación” y “redención“. La palabra “justificar” significa “Declarar a alguien no culpable”. En el sentido bíblico, significa que Dios, por su poder y por su gracia, nos declara justos y dignos de una relación con Él. La palabra “redención” significa “poner en libertad después del pago por el rescate“. La sangre de Cristo fue el pago suficiente para ser libertados de la esclavitud del pecado.
Para ponerlo todo junto, cuando obedecemos el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador, la justicia de Dios es satisfecha una vez que se ha pagado el precio justo por nuestro rescate. Jesús murió a nuestro favor en la cruz, y al obedecer su evangelio, nos declara justos, libertándonos de la esclavitud del pecado. Y aunque el mundo no lo acepte, delante de Dios somos justos y libres de nuestros pecados.
En Jesús, estoy libre de la necesidad de tratar de agradar a Dios para salvarme. Ya está complacido conmigo por lo que hizo Jesús en la cruz. Ya no tengo que tratar de ser bueno para que Dios me deje ir al Cielo. ¡Él ya me ha dado su propia justicia y ante sus ojos, soy tan santo posicionalmente como Él mismo lo es! ¡Eso es una bendición!
Ahora noten esta palabra, “gratuitamente”. ¡No tuvimos qué pagar nada! Básicamente, Dios nos justificó aun cuando no lo merecíamos. Él nos declaró justos a pesar de que nunca podríamos ganarlo o pagarlo. ¡Nos justificó sin una sola causa, o sin ataduras! Muchos pudieran pensar que esto es una locura (como lo creían los griegos); pero nosotros, que conocemos al Dios bendito, sabemos que todo esto lo hizo por “amor”, por su bendita “gracia”.
¡Sé que no entiendo todo lo que hay que saber acerca de la salvación y la redención, pero me alegro de poder experimentarlas, aunque no las entienda por completo! No entiendo cómo los electrones son creados por una turbina y fluyen a través de los cables hasta que hacen brillar una luz, pero no me siento en la oscuridad a pesar de que no lo entienda. No puedo entender cómo una vaca negra come hierba verde y da leche blanca, pero no puedo prescindir de los productos lácteos. Aunque mi conocimiento de los métodos y dones de Dios son incompletos, ¡todavía disfruto de los beneficios de esas cosas!
El hombre nuevo ha experimentado el perdón (v. 25-26). Estos versículos nos dicen que Jesús es la “propiciación“. Esta es una palabra teológica que significa “Un apaciguamiento, o una satisfacción”. Esta palabra proviene de la palabra hebrea que se usaba de la cubierta del arca del pacto en el Lugar Santísimo, que se rociaba con la sangre de la víctima expiatoria en el día anual de la expiación, gozando así el pueblo de la misericordia de Dios.
Lo que esto significa para usted y para mí, es que cuando confiamos en Jesús como nuestro Salvador, Dios no requiere nada más de nosotros. ¡Él está absolutamente satisfecho! Por eso, Él nos ha perdonado, dándonos la “remisión de los pecados pasados“. La palabra “remisión” significa “pasar por alto, desatender“. Cuando confiamos en Cristo, Dios puso nuestros pecados detrás de Él, muy lejos de nosotros: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12).
Como pueden ver, el hombre nuevo no es el hombre que solía ser. Pero, ¿qué hay de aquellos que todavía no han puesto su fe en Jesucristo? ¿En qué están confiando para su salvación? ¿Se han resignado a perderse en el infierno? Eso no tiene que ser así. El sacrificio ya se hizo, la salvación está disponible. No importa cuán perversa haya sido su vida, el perdón está disponible en Cristo.
EL HOMBRE NUEVO ES UN HOMBRE JUSTO (v. 27-31).
Tiene una nueva relación con la ley (v. 27-28). Según Pablo, en estos versículos, el hombre nuevo sabe que no se salva por guardar la Ley. Es salvo por la fe en Cristo. Por lo tanto, no hay nada de lo que pueda jactarse en el asunto de su salvación. En lugar de que el hombre se atribuya el mérito de algo con lo que no tiene nada que ver, toda la gloria y el honor deben ser dados al Señor. Él sabe que la Ley fue solo una herramienta usada por el Señor para traer a ese hombre a Sí mismo. Por eso, el hombre nuevo no está tratando de agradar a Dios para su salvación, pues Él sabe que Dios ya está complacido. No está tratando de ganar puntos con Dios, sabe que Dios ya está completamente satisfecho. ¡Él sabe que su salvación es completa en la Persona del Señor Jesús y por eso glorifica a Dios!
Imagine por un momento que hay dos sillas en una habitación vacía. Una silla está etiquetada como “Hacer”, y la otra está etiquetada como “Terminado”. Esas dos sillas representan todas las religiones y sistemas de creencias del mundo.
Las religiones de “Hacer” están todas basadas en la noción de que el hombre debe “hacer” algo aparte del evangelio para salvarse. Creen que pueden orar y ser salvos. Creen que pueden unirse a una congregación y ser salvos por eso. Creen que pueden dar mucho dinero y ser salvos. Creen que son buenas personas y por eso serán salvos. Creen que pueden hacer muchos sacrificios y ser salvos. Creen que pueden hacer una peregrinación, usar cierta clase de ropa, guardar ciertos mandamientos y ser salvos, cuando no es así. Aunque todas las religiones “Hacer” pueden parecer diferentes desde el exterior, todas requieren que sus seguidores “hagan” algo para ganar la salvación. Religiones como el judaísmo, el islamismo, el budismo, el sintoísmo, el mormonismo, los testigos de Jehová y el catolicismo romano son ejemplos de religiones de “hacer”, y lamentablemente, también muchas iglesias de Cristo.
En resumen, cada religión en el mundo es una religión de “Hacer”, excepto una. La religión de Cristo se distingue por “terminado”. Está hecho. ¡Los que son verdaderamente salvos no han hecho nada y no están obligados a hacer nada, porque Jesús ya ha hecho todo lo que es necesario!
Ahora, cada persona que me escucha está sentada en una de esas dos sillas. O están en la silla de “Hacer”, donde están haciendo cosas para llegar al Cielo, o están en la silla que dice “Terminado”, donde saben que todo lo necesario para nuestra salvación ya se ha hecho. Sea honesto con Dios y con usted mismo. ¿En qué silla está realmente sentado? Su eternidad depende de su respuesta.
Tiene una nueva relación con el Señor (v. 29-30). Ahora, debido a nuestra relación con el Señor Jesucristo, somos llevados a una relación correcta con el Padre Celestial. Ahora, Él no es solo el Padre de nuestro Señor, Él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos e hijas (cf. 1 Juan 3:1-2). Él nos ha salvado, justificado, aceptado, y aun ahora nos espera en nuestro nuevo hogar en el Cielo. Ya no somos extraños (cf. Efesios 2:12), somos familia. Hemos sido reconciliados con el Señor (cf. 2 Corintios 5:18-19), ¡y hemos sido traídos a su presencia por la fe en el Señor Jesucristo!
Tiene una nueva relación con la vida (v. 31). En este versículo final, el gran Apóstol hace una última pregunta. Si somos salvos por fe aparte de la Ley, entonces esto hace que la Ley de Dios sea nula e inválida. En otras palabras, ¿podemos deshacernos de la Ley y vivir como queramos si realmente somos salvos por gracia? ¿La respuesta? ¡Dios no lo quiera! Lo que está diciendo es que nuestra salvación no anula la Ley. En cambio, nuestra salvación establece, o fija la Ley de Dios. ¿Cómo es esto? Bueno, el Señor usó la Ley para enseñarnos que éramos pecadores. Él usó la Ley para mostrarnos que estábamos condenados sin Él. Usó la Ley para establecer nuestra necesidad. Ahora que somos salvos, el Señor comienza a vivir esta Ley a través de nuestras vidas. La diferencia es que no estamos viviendo la Ley para ser salvos. No estamos viviendo la Ley porque tenemos que hacerlo. Naturalmente, empezamos a vivir el espíritu de la Ley del Señor porque ahora tenemos comunión con su Espíritu y porque nos ha hecho partícipes de su naturaleza divina (cf. 2 Pedro 1:4). En los términos más simples, ¡comenzamos a vivir como Dios y Su Hijo cuando somos salvos!
Por favor, no me malinterpreten. No me refiero a la perfección sin pecado. ¡Me refiero al hecho de que Jesús cambia cada vida que salva por gracia! Él pone un deseo y un anhelo dentro de nuestros corazones para amarlo, vivir para Él y hacer las cosas que le agradan, le honran y le dan gloria a Él. Mostramos al mundo que las personas pueden vivir para Dios, ¡permitiendo que Dios viva en ellas!
CONCLUSIÓN.
Cuando me miro en el espejo, la misma cara que me ha mirado durante 48 años todavía me devuelve la mirada. Sin embargo, sé que el viejo hombre de pecado ha sido transformado en un nuevo hombre por el poder del Señor Jesucristo. No hago esa afirmación con la menor cantidad de jactancia. Sé que hay mucho margen de mejora en mi vida. Sin embargo, sé dónde estaba cuando el Señor me encontró. Sé lo que hizo por mí cuando me salvó. Sé los cambios que ha hecho en mi vida a lo largo de los años.
Ahora, le hago esta pregunta: ¿Ha hecho el Señor un cambio en usted? ¿Es salvo? ¿En qué silla está sentado? Si el Señor le ha mostrado que está en la silla equivocada, ¿no sería ahora un buen momento para cambiar de asiento? Él todavía está salvando almas por gracia y Él le salvará si viene a Él. No conozco su necesidad, ni su corazón, pero Dios sí y usted también. Si hay una necesidad espiritual en su vida, venga al Señor y ponga sus cargas sobre él.