No os venguéis vosotros mismos.

Iglesia de Cristo en Constituyentes.

No os venguéis vosotros mismos.

(Romanos 12:19-21). Estoy bastante seguro de que cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido agraviados, heridos y lastimados por otros, incluso por quienes amamos. Cuando eso sucede, y a causa de nuestra fe, se desata dentro de nosotros una lucha que no será fácil de ganar. Por un lado, nuestra carne produce deseos de venganza. Y es que, de acuerdo al sentido común que existe en el mundo, esa es la manera aceptable y comprensible de responder ante un agravio. Nuestra educación y nuestros deseos nos dicen que debemos contraatacar, que deberíamos provocar el más grande daño a quien nos ha lastimado o a quien nos está causando muchos males.

En el Antiguo Testamento, y conociendo Dios que en el hombre hay esa clase de sentimientos, él puso límites con respecto a la respuesta ante un daño sufrido.

  • Éxodo 21:23-25, Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.
  • Levítico 24:19-21, Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquiera persona, que sufra la muerte. El que hiere a algún animal ha de restituirlo, animal por animal. Y el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así le sea hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él. El que hiere algún animal ha de restituirlo; mas el que hiere de muerte a un hombre, que muera (cfr. Deuteronomio 19:19-21)

Estos textos enseñaron al pueblo de Israel que, ante un daño sufrido, la retribución tenía que ser proporcional a ese daño: “ojo por ojo”.

En nuestro mundo, sin embargo, todavía existe un ciclo interminable de personas que dañan a otros, y luego los dañados regresan lo mismo a través de la venganza personal, donde el sistema de justicia se convierte en una guerra en que, todo mundo sale perdiendo. He sabido de familias que han estado al punto del exterminio por causa de la venganza personal.

¿Qué dice la Biblia al respecto? La Biblia dice, “No os venguéis vosotros mismos”. Pero, ¿por qué no? ¿Por qué razón Dios no me permite tomar las acciones a las que mis sentimientos me impulsan, y así satisfacer la ira o el enojo que hay en mí, el cual fue provocado por el dolor que me han hecho?

LA VENGANZA ES UNA OBRA EXCLUSIVA DE DIOS.

Esto es lo primero que debemos entender cuando alguien nos ha hecho daño. Nuestra reacción natural es querer tomar venganza, pero vean lo que dice Pablo en Romanos 12:19, No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.

No debemos permitir que el enojo nos controle. Más bien, debemos siempre tener presente lo que la Escritura dice. ¿Qué dice la Escritura? “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. La venganza, entonces, es una obra exclusiva de Dios. Yo no tengo ningún derecho a vengarme. Yo no tengo ningún derecho a procurar algún mal contra aquel que me ha lastimado. Yo no tengo ningún derecho a desearle ningún mal, ni mucho menos a provocarle uno. Sí, es verdad que el enojo o la ira que sentimos es producto del dolor que esa persona nos ha provocado, pero, aun así, no tenemos derecho a ejercer venganza en contra de ella. Lo que debemos hacer cuando alguien nos lastima, es dejar espacio para que Dios se ocupe de ello. Debemos dejar que Dios actúe cuando él lo considere adecuado, y debemos dejar que él actúe de la manera que él lo decida. Es su prerrogativa decidir sobre el momento y el método para su venganza. No debemos dictar a Dios la manera o el momento de actuar, pues no tenemos derecho para hacer eso. Lo único que nos toca es sufrir el agravio, y dejar “lugar a la ira de Dios”.

Debemos encontrar consuelo en la justicia de Dios. ¿Alguna vez le ha tocado ver el sufrimiento de algunos padres a quienes algún criminal les ha arrebatado a uno de sus hijos? Aunque saben que su hijo ha muerto a manos de un asesino; aun así, sufren con una gran variedad de interrogantes sobre los motivos del crimen y, sobre todo, sobre la identidad de aquel que les ha causado tanto daño. Y aunque ellos ruegan por un cierre, por una conclusión justa del asunto, el asesino merodea por las calles durante años, envejece y se da por hecho que termina sus días impunemente. Y aunque esa es la percepción humana del asunto, la verdad es que el caso no es tan simple para ese asesino. Y no es tan simple porque Dios tratará con él, o en esta vida, o en la venidera. La Biblia dice en Deuteronomio 32:35, “Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo su pie resbalará, porque el día de su aflicción está cercano, y lo que les está preparado se apresura”.

Mis hermanos, vivimos en un universo moral, de modo que lo que el hombre siembra, eso también ha de cosechar. El asesino tiene que dar cuentas a Dios por su crimen. La Biblia dice que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos 9:27). El destino de todo ser humano no es la extinción, como si el hombre al morir simplemente dejara de ser. Solamente un ingenuo se cree ese cuento de que después de la muerte no habrá nada para la víctima, y nada para el victimario. Por el contrario, si usted es un victimario, si usted es uno que está provocando ruina y dolor sobre otro, sepa que al morir usted no será aniquilado, sino que enfrentará la justicia eterna y perfecta de Dios. Mis hermanos y amigos, ¿qué hay después de la muerte? Después de la muerte está el Dios que nos creó, está el Dios que nos ha bendecido en gran manera, y este es el mismo Dios que ha dicho: “Mía es la venganza”. Por tanto, cuando estemos en medio de la aflicción y el dolor que nos provoca aquel que de alguna manera nos ha causado algún daño, sea físico o emocional, respiremos hondo y tengamos en cuenta que Dios ha dicho: “Mía es la venganza”. Cuando el dolor dé paso al rencor, al enojo, a la ira, descansemos en las Palabras del Señor, y demos “lugar a la ira de Dios”. No a la nuestra, sino a la “ira de Dios”.

Debemos entender que, si somos victimarios, la ira de Dios está sobre nosotros. La Biblia nos dice que Dios es amoroso y bueno. En Santiago 1:17, dice que Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Dios ha sido bueno con usted. Le ha concedido la vida, y con ella, le ha dejado gozar de muchas grandes alegrías; de formar un hogar, de ser padre o madre, de tener empleo, de tener salud, de todas las cosas buenas que usted pueda contar. Ha gozado de su paciencia, de su obra redentora y de sus promesas. Nada de eso ha venido por suerte, sino por su infinita bondad y gracia.

Por tanto, aquellos que son victimarios, aquellos que injurian, que mancillan, que humillan a otro, deben tener presente esto: Dios está muy enojado con ustedes. Pueden creer que se saldrán con la suya mientras insultan o dañan a quien es el objeto de su maldad, hasta que tarde o temprano sufran la ira de Dios. El llanto del cónyuge abusado, la impotencia del que ha sufrido vuestro robo, el malestar que sus blasfemias provocan en el oído de los santos, no quedará impune. Dios ha escuchado sus mentiras, Dios no ha sido burlado con vuestros engaños, Dios ha visto sus maldades, por lo que Dios les dará un pago por su pecado. Por tanto, todo aquel que ha sido humillado, injuriado o tratado con injusticia, no debe buscar venganza. Hay que dejar lugar a la ira de Dios, porque la venganza es una obra exclusiva de Dios. No tome el arma para buscar venganza, no tome el cuchillo para buscar venganza, no deje que en su corazón se aniden sentimientos amargos y oscuros, deje lugar a la ira de Dios. La venganza es una obra exclusiva de Dios y él derramará su ira sobre todo aquel que aflige a su prójimo.

¿QUÉ SUCEDE CUANDO TOMAMOS VENGANZA CON NUESTRAS PROPIAS MANOS?

La respuesta es muy sencilla. Cuando tomamos venganza con nuestras propias manos, entonces provocamos un problema mucho más grande de lo que era. Como seres humanos imperfectos, o somos demasiado duros o somos demasiado débiles. Cuando estudiamos cuidadosamente la conducta humana, nos damos cuenta de que, cuando no se deja lugar a la ira de Dios, y nos creemos con el derecho de vengarnos por nosotros mismos, terminamos diciendo y haciendo cosas equivocadas, que terminan incluso dañando a las personas equivocadas. Nuestra sed de venganza es como el misil de guerra que no solamente pega en el punto al que fue dirigido, sino que provoca serios daños a su alrededor.

Un ejemplo de esto lo podemos ver en las vidas de dos de los hijos de Jacob, es decir, Simeón y Leví. Ellos llevaron a cabo una de las venganzas más sangrientas y terribles de las que he leído en la Biblia. Esta venganza es narrada con detalles Génesis 34. Resulta que Dina, la hija que Lea había dado a luz a Jacob, fue violada por Siquem, hijo de Hamor heveo. Sin embargo, Siquem se enamoró profundamente de Dina, y junto con su padre y algunos varones de la ciudad, fueron a pedirla para que fuese su esposa, y así se realizara una próspera unión entre la tribu de Jacob y la ciudad de Hamor, padre de Siquem. Sin embargo, lo que había hecho Siquem con Dina, siendo una ofensa muy grande para Israel, entristeció e hizo enojar mucho a los hijos de Jacob. Era algo que no debía haberse hecho. Fue un acto vil, un acto sumamente perverso, por lo que Simeón y Leví no se quedarían con los brazos cruzados. Los oscuros sentimientos que tenían, llevaron a estos dos jóvenes a engañar a Hamor y su pueblo, pues mientras que Hamor estaba ofreciendo la luna y las estrellas a fin de que se realizase la boda, los hijos de Jacob les indicaron que, estarían de acuerdo en todo, siempre y cuando todos los varones de la ciudad fuesen circuncidados. Esto pareció bien a Hamor y a su pueblo, y en efecto, así lo hicieron. Todos los varones de la ciudad fueron circuncidados. Sin embargo, al tercer día de haber sido circuncidados, justamente cuando estaban padeciendo el mayor dolor, Simeón y Leví entraron a la ciudad con sus espadas, y comenzó la matanza. Mataron a Siquem, a su padre, y a todo varón en la ciudad. Saquearon la ciudad, se apoderaron de todo el ganado, y se llevaron como cautivos a las mujeres y a los niños. A Jacob no le hizo gracia esto que hicieron sus hijos. De hecho, tuvo una enorme preocupación por lo que pensarían las ciudades vecinas. Dijo que sus hijos lo habían convertido un hombre “maloliente”, un hombre “odioso”, un hombre “abominable” ante los cananeos y ferezeos. No obstante, ellos se justificaron diciendo, ¿Había él de tratar a nuestra hermana como a una ramera? (v. 31).

¿Creen ustedes que fue justo lo que Simeón y Leví hicieron? En su acto de venganza vemos la razón por la cual Dios no quiere que nos venguemos nosotros mismos. Porque somos, o muy débiles, o muy duros, al punto de hacer el problema mucho más grande, y con efectos altamente dañinos para nosotros y para muchos que inocentes. En su ira, estuvieron dispuestos a matar hombres que nada tenían que ver con el pecado de Siquem. Estuvieron dispuestos a hacer sufrir a mujeres y niños que eran inocentes del pecado de Siquem. Y a final de cuentas, se hicieron daño a sí mismos, y a sus descendientes. Vea lo que dijo Dios a través de Jacob, con respecto a su futuro en Génesis 49:5-7, “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, Y los esparciré en Israel.

¿Lo ven? Por eso Dios se reservó el derecho de la venganza. Es más, bien puedo decir con toda certeza y sin temor a equivocarme, que la venganza es la especialidad de Dios. ¿Cómo lo sé? Porque Pablo ha dicho que este derecho divino, es algo que “Escrito está”. Escrito está, y si escrito está, entonces es algo en lo que existe seguridad absoluta. Es algo confiable. Es verdadero. Es infalible e inevitable. Es algo en lo que no debemos dudar de ninguna manera. “Escrito está: Mía es la venganza”. Por tanto, y dado que la venganza en nuestras manos jamás será justa, jamás será adecuada, jamás será proporcional, jamás será asertiva, jamás será correcta… La venganza es una obra exclusiva de Dios que solamente será agravada si la tomamos en nuestras propias manos.

DEBEMOS RECORDAR QUE DIOS ES JUSTO.

Entonces, con respecto a la justicia, ¿qué está escrito en la Biblia acerca de Dios? En primer lugar, Dios no es como Buda, indiferente a la depravación del hombre. No se encoge de hombros con una sonrisa enigmática ante la crueldad y el dolor. A él le importa el dolor humano. Dice que provocar el mal a otro está mal. El hombre es su creación y todos nosotros somos hechos por él, y él ha escrito las cosas de su ley en el corazón de cada persona. Él nos ha dado una conciencia y esa voz de Dios en nosotros nos dice que las cosas que hacemos están mal, me refiero a cosas como mentir, y jactarse, y amenazar, y seducir, y romper nuestras promesas.

Dios, a quien servimos, es el Dios que condenó a Caín por asesinar a su hermano. No había ministerios públicos ni autoridades civiles para juzgar el caso de Caín. No había justicia humana sobre la tierra, pero Dios se encargó del asunto, y Caín ahora sufre por su pecado.

El pueblo que Dios había librado de Egipto gimió y se quejó constantemente. Anhelaban volver al cautiverio en lugar de ir por el desierto a la tierra prometida, y cuando finalmente hicieron un ídolo, una estatua de oro de un becerro y la adoraron, Dios los juzgó por hacer eso. Dios pagó; Dios condenó su adoración a un ídolo.

Cuando el rey David se llevó a la cama a la esposa de otro hombre y dispuso el asesinato de ese hombre, Dios expresó su profunda desaprobación por lo que David había hecho. Dios pagó, y David sufrió mucho por su pecado.

Cuando Pedro le dijo a Jesús que no debía ir a la cruz y morir, Jesús lo juzgó por sus palabras y le dijo: “Apártate de mí, Satanás” (Lucas 5:8). Morir en la cruz fue la razón por la que nuestro Señor había venido al mundo. No vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Cristo es el Cordero de Dios que vino a quitar el pecado del mundo, y Pedro lo estaba disuadiendo de dar su vida por nosotros. Sus palabras no quedaron impunes ante los oídos del Señor y fue duramente reprendido.

Dios es luz; Dios es recto y justo. Él ve cosas que nosotros no vemos; vigila los motivos del corazón. Él conoce nuestros pensamientos antes de que los pensemos, nuestras palabras antes de que las hablemos. Él sabe lo que vamos a hacer antes de que lo hagamos, y sabe por qué. Por eso, el juicio es el ministerio especial de Dios para la humanidad. Nunca podremos hacerlo tan bien como él, ¡Nunca! Si tomamos la venganza en nuestras propias manos, no haremos otra cosa que arruinar más las cosas de lo que ya están. Por eso, hay que dar lugar a la ira de Dios. Entonces, la venganza es obra de Dios, no es nuestra.

CONCLUSIÓN.

  1. Hoy hemos aprendido que los hombres, quienes quieran que sean, tarde o temprano, nos van a causar un daño. El hombre en pecado tiene ese potencial, de engañar, de lastimar, de herir a su prójimo, sobre todo a quienes están cercanos a él.
  2. Hemos aprendido que ante la tristeza y el enojo que nos provoca el daño que alguien nos ha hecho, no tenemos ningún derecho para tomar la venganza en nuestras propias manos.
  3. Hemos aprendido que la venganza es una obra exclusiva de Dios, y que nosotros no debemos estorbar a su ira, sino que debemos dejar lugar para que Dios la ejecute como él considere adecuado, y cuando él lo considere adecuado.

¿Ha sido usted lastimado? Descanse en la venganza que Dios ejecutará. Tarde o temprano él lo hará. Ejercite su paciencia y espere en el Señor.

¿Está usted planeado tomar venganza? ¿Está usted, de alguna manera, vengándose de alguien ahora mismo? Usted está usurpando un derecho que es exclusivo de Dios. Usted debe arrepentirse de estar actuando en lugar de Dios y sobre todo, de estar robando a Dios un derecho que a usted no le corresponde.

¿Ha usted lastimado a otros? Usted debe arrepentirse y pedir perdón. La Biblia dice en el Salmo 51:17, que Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.

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