(Hageo 1:1-15). El escenario del libro de Hageo llega en un momento crucial en la historia de la nación de Israel. Hageo vivió y profetizó justo después de que regresó Israel del cautiverio en Babilonia. En el año 538 a.C., Ciro, rey de Persia, permitió que los judíos regresaran a su tierra natal. Zorobabel fue nombrado gobernador de Judá y Josué, el hijo de Josadac, brindó guía espiritual como sumo sacerdote. Alrededor de 50.000 judíos regresaron y rápidamente comenzaron a reconstruir el Templo en el año 536 a.C., pero la fuerte oposición del exterior y la indiferencia interna hicieron que la obra fuese abandonada. ¿No es asombroso lo poco que les toma a los hijos de Dios abandonar Su obra?
Unos 16 años después, alrededor del 520 a.C. Dios había llamado a Hageo y a Zacarías para exhortar al pueblo a continuar la obra del Señor en la construcción del Templo y considerar sus caminos ante el Señor. Es evidente que el pueblo se había olvidado rápidamente del cautiverio, y se estaban volviendo complacientes con su nueva libertad y prosperidad (v.4).
La iglesia, por su parte, no ha soportado el sufrimiento de Israel, pero lamentablemente, muchos santos también se han vuelto complacientes con su libertad y la prosperidad que disfrutan. Y aunque el llamado es el mismo, parece que hemos ignorado el trabajo que nos queda por hacer. No tengo ninguna duda que, no nos enfrentamos a la severidad de la oposición que enfrentó Israel y, sin embargo, somos faltos en nuestro servicio al Señor.
Dos veces en estos versículos vino la palabra del Señor diciendo: Consideren sus caminos. Dios quiso que consideraran la falta de esfuerzo con respecto al Templo y la falta de fervor espiritual. Este desafío es relevante para nuestros días también. Quiero considerar, entonces, la vida de Israel en este momento crucial, y en lo que se refiera a nosotros, mientras pensamos en los desafíos, considerando nuestros caminos.
APRENDEMOS SOBRE LOS EFECTOS DEL OLVIDO (v. 2-4).
Aprendemos que el olvido nos hace invertir mal nuestro tiempo (v. 2). El profeta Hageo dijo, “Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”. Tengan en cuenta que hace 18 años que han regresado a Jerusalén. En ese tiempo, solamente han invertido dos años para reedificar la casa de Dios. En otras palabras, han pasado ya 16 años desde que se llevó a cabo cualquier trabajo productivo para reconstruir el Templo. El pueblo no tenía un lugar para adorar al Dios que los había traído a casa y los había sacado de la esclavitud. De hecho, no parecía haber urgencia alguna en reparar la casa de Dios y prepararla para la adoración. Sintieron como si el momento no hubiera llegado todavía.
Está claro que muchos cristianos hoy en día están descuidando el tiempo. Simplemente, no pueden sentir la necesidad de ser productivos para el Señor. Aparentemente, sienten que llegará el momento, pero aún no ha llegado. ¿Qué esperan? Necesitan entender que no hay mejor tiempo como el presente, porque el tiempo perdido jamás se puede recuperar. Cada día que pasa nos acercamos más al regreso del Señor, por lo que, cada día que pasa, hay menos tiempo para hacer lo que deberíamos haber hecho. Mis hermanos, no tenemos que orar para servir al Señor, más bien, tenemos que poner manos a la obra. Puedo asegurarles, sin ningún temor a equivocarme, que él desea que seamos diligentes en el trabajo hoy. De otro modo, él nos juzgará por posponer lo que deberíamos haber hecho, y estarlo dejando, supuestamente, para un futuro.
Aprendemos que el olvido nos hace descuidar nuestra adoración (v. 2). En la Escritura leemos, “Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”. Los judíos no solo estaban descuidando la obra, sino también la casa de Dios y lo que en ella debía ser hecho. En su corazón no había ningún deseo cooperativo de ver la casa de Dios restaurada. Aparentemente, no había preocupación por un lugar para adorar, y desde luego, tampoco por adorar. El único sitio que Dios había ordenado para reunirse con ellos en los días del Antiguo Testamento estaba siendo descuidado y abandonado.
Mis hermanos, es peligroso descuidar nuestro servicio a Dios, pues al descuidar nuestro servicio, descuidamos nuestra adoración. La adoración es más que reunirse los domingos, cantar himnos y escuchar un sermón. La adoración incluye el deseo de nuestro corazón por hacer la obra que él nos ha llamado a hacer como iglesia. Cuando no tenemos el deseo, ni participamos en la obra que como iglesia debemos hacer, estamos descuidando nuestra adoración. Debemos invertir nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestros mismos cuerpos en la obra de Dios. Debemos orar por ella y debemos hacer que suceda. Lamentablemente, para muchos no existe el deseo por ver a la iglesia crecer y expandirse, alcanzando a las almas perdidas para la gloria de Dios. Escuche bien mi hermano, si no somos obedientes y comprometidos con la visión del Señor, estamos descuidando la casa de Dios. ¡Pueden sentarse en estas bancas todos los domingos y, aun así, descuidar la casa de Dios!
Aprendemos que el olvido nos hace descuidar la verdad (v. 3-4). Descuidamos la verdad correspondiente al motivo de nuestro rescate. La palabra del Señor vino al profeta Hageo, diciendo, “¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?” El pueblo no era invisible para Dios. Conocía las vidas que vivían y los deseos que tenían. Dios vio que ellos no estaban preocupados por su templo, sino que fueron diligentes en construir y adornar sus propias casas. En medio de sus afanes no vieron la necesidad más importante. El pueblo perdió su enfoque. ¿Acaso Dios los sacó de la esclavitud para hacerse ricos y vivir cómodamente? La verdad es que Dios los había sacado para que pudieran adorarlo y vivir para él libremente.
Me temo que hoy, muchos cristianos también viven más afanados por las cosas de este mundo que por los negocios de Dios. Mis hermanos, Dios no nos rescató de la esclavitud para ocuparnos en este mundo por las cosas de este mundo. Invertimos mucho de nuestro tiempo y dinero en las cosas de este mundo, y prácticamente no invertimos nada en los asuntos de Dios. Cuando hacemos esto, ¡estamos descuidando la verdad con respecto al motivo de nuestro rescate! La Biblia dice en Hebreos 9:14, “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”. No debemos jamás perder de vista esta gran verdad. No debemos permitir que las ocupaciones de la vida nos distraigan del motivo de nuestro rescate.
SOMOS CONSCIENTES DE NUESTRA NECESIDAD (v. 5-11).
Dios llamó al pueblo a considerar sus caminos. Pero Dios, nunca señala un problema sin ofrecer también una solución; por lo que, habiendo señalado su negligencia, ahora se dirige a su necesidad.
La necesidad de contentarse. El profeta les dijo, “Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto” (v. 6). El punto aquí es sencillo, ¿verdad? Ellos estaban poniendo mucho esfuerzo, pero estaban teniendo resultados poco favorables. Por eso, Dios quiso que hicieran un inventario de sus vidas. ¿Eran sus vidas realmente productivas? ¿Valía la pena todo ese esfuerzo, siendo que estaban recibiendo tan poco fruto? Estaban trabajando incansablemente y, sin embargo, no había ninguna verdadera satisfacción. Lo que ellos necesitaban, eran amoldarse a los caminos de Dios.
Uno puede hacer un gran esfuerzo y grandes sacrificios en la vida, pero si no estamos conformándonos a los caminos de Dios, todo ese trabajo y todo ese sacrificio nos servirá de muy poco. Dios quiere que examinemos nuestras vidas y aprovechemos al máximo para su honra y su gloria.
Todos los que viven de esta manera saben que Dios jamás miente. Si usted es de los que está haciendo grandes esfuerzos en la vida, pero al mismo tiempo está teniendo una satisfacción muy barata, entonces usted no anda conforme a los designios de Dios. Trabajamos, ganamos, gastamos, y al final del día la satisfacción es muy poca. Jesús dijo que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). A veces uno dice, “Tener esto y esto otro, es la pura vida”, ¡Pues no es cierto! En cambio, Jesús dijo, “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
La Necesidad de Cumplir. Hageo dijo, “Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová” (v. 8). Dios les pide que reedifiquen su casa, y les dice dónde encontrar todo lo que necesitan para cumplir con dicha misión. Esto nos habla del deseo de Dios, y de que él no estaría complacido en tanto no hubiese un esfuerzo obediente por parte de su pueblo. Dios quiere que su pueblo cumpla con su voluntad.
A menudo hacemos la vida mucho más difícil de lo que tiene que ser. Dios no nos ha pedido que realicemos una tarea monumental. Él simplemente quiere que cumplamos con Su voluntad. Él no ha cambiado. Él suministró los recursos para que ellos reconstruyeran el Templo y Él nos proporcionará lo mismo. Además, él solo quiere que tomemos lo que ya nos ha dado y nos pongamos a trabajar. Sabemos lo que tenemos que hacer y sabemos cómo hacerlo. ¡Únicamente tenemos que ponernos a trabajar para el Señor!
La Necesidad de Confesar. En el versículo 9, dijo el profeta Hageo, “Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? Dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa”. El profeta les recuerda que sus abundantes esfuerzos les habían beneficiado muy poco. Puede que todos se viera muy bien en la superficie, pero al final todo era vanidad, todo era de muy poco valor. Ante eso, Dios les hace una pregunta simple, pero muy profunda. Les dice, “¿Por qué?” Es decir, ¿por qué razón hay resultados tan miserables en los grandes esfuerzos que hacemos en la vida? ¿Por qué incluso padecemos siempre el peligro de perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos? La respuesta es simple, porque no se han preocupado por sus necesidades espirituales. Porque han tenido en poco lo que necesita su alma. Porque han tenido en poco la voluntad de Dios. Ante esta situación tan terrible, hay una gran necesidad de reconocer y confesar ese grave pecado.
La necesidad de sana preocupación. Dicen los versos 10 al 11, “Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos. Y llamé la sequía sobre esta tierra, y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de manos”. La situación en Jerusalén no era buena. Su orgullo y despreocupación condujeron a la sequía y la falta de abundancia. Estas dificultades fueron el resultado directo de su desobediencia. Dios quería que se dieran cuenta de que Él no bendeciría a un pueblo rebelde. Había una necesidad genuina de que se preocuparan por la situación de sus vidas.
A veces me pregunto qué será necesario para llamar nuestra atención. He visto a las iglesias perder gran parte de su poder. El mundo se está alejando cada vez más de la justicia. Hemos experimentado sequías sin precedentes y patrones climáticos poco comunes. Enfermedades y pandemias. Para mí, estas cosas no son solo coincidencias. El mundo ha rechazado a Dios y Él ha traído juicio. ¿Quién se preocupará en nuestros días? ¿Quién clamará a Dios y levantará el estandarte del Evangelio? Es tiempo de despertar del sueño y enfrentar la realidad.
SUFRIMOS CAMBIOS RADICALES EN NUESTRAS VIDAS (v. 12-15).
El mensaje de Dios trajo cambios en la vida de su pueblo. Si hacemos lo mismo, eso debería cambiarnos a nosotros también. Noten los cambios.
Al cambiar, llegaron a ser sumisos. Dice el verso 12, “Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, la voz de Jehová su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado Jehová su Dios; y temió el pueblo delante de Jehová”. El pueblo tuvo temor de Dios, y cuando tuvieron este temor, entonces el pueblo obedeció la voz de Dios y las palabras de Hageo. Esto fue posible porque “oyeron”, es decir, estuvieron escuchando atentamente, prestaron atención y cedieron ante la verdad declarada. Esto produjo temor, produjo reverencia, y desde luego, obediencia. Fueron sumisos a la voluntad de Dios.
Mis hermanos, necesitamos aprender a escuchar y a obedecer la Palabra de Dios. Sobre esto, Santiago dijo, “desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21). La única manera en que una persona puede recibir la verdad declara en la Palabra de Dios, es desechando toda inmundicia y abundancia de malicia. ¿Con qué actitud oye usted la Palabra de Dios? ¿Cree usted que lo que le decimos, se lo decimos para dañarlo? Mientras usted escuche la Palabra de Dios con inmundicia y abundancia de malicia, será imposible que la Palabra de Dios ilumine su corazón y sea salvo. Jamás podrá ser una persona obediente y sumisa a Dios si no desecha esas cosas de su vida, y sea una buena tierra donde la Palabra del Señor produzca abundantes frutos.
Al cambiar, tuvieron a Dios de su parte. Dice el versículo 13 de Hageo 1, “Entonces Hageo, enviado de Jehová, habló por mandato de Jehová al pueblo, diciendo: Yo estoy con vosotros, dice Jehová”. Esto revela una verdad simple que debemos comprender y vivir. Cuando el pueblo está bien con Dios, Dios estará con el pueblo. No sé ustedes, pero yo quiero tener a Dios en mi vida y entre nosotros. Si él está con nosotros, entonces tenemos refugio, fortaleza, vida y seguridad. Jesús dijo, “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.” (Juan 15:5-6).
Al cambiar, se conmovieron. En el versículo 14, de Hageo 1, dice, “Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo”. Cuando el corazón del pueblo se volvió hacia Dios, Él despertó el espíritu de Zorobabel y de Josué. Comenzó a trabajar en sus corazones, dándoles un toque fresco. También conmovió los corazones de la gente. Dios comenzó a obrar en sus vidas nuevamente.
Mis hermanos, más que cualquier otra cosa, necesitamos ese despertar entre nosotros. ¿No está cansado de tanta iglesia? ¿No siente que mi predicación es deficiente? ¿No tiene gozo por la celebración de nuestras asambleas? ¿Le parecen inútiles nuestras reuniones? Si esto es así, esto solamente dice que usted anda bien lejos de Dios. Todos esos sentimientos son alarmas que le están indicando la necesidad de volver a Dios. El profeta Ezequiel dijo, “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:11). En Amós 5:4, Dios dijo, “Buscadme, y viviréis”.
Al cambiar fueron sinceros. En Hageo 1:14b, dice: “y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios” (Hageo 1:14b). Después de este encuentro con Dios, el pueblo fue cambiado. Determinaron en sus corazones construir el Templo, obedeciendo a Dios, y así lo hicieron. Cuatro años más tarde el Templo fue reconstruido. En Esdras 6:15, dice, “Esta casa fue terminada el tercer día del mes de Adar, que era el sexto año del reinado del rey Darío”. Cuando nos ponemos en contacto y estamos en sintonía con Dios, eso dará como resultado un cambio radical en nuestra manera de ver el mundo. Cuando esto sucede, Dios toma una vida despreocupada y complaciente con el pecado, y la convierte en una con un corazón sincero y productivo para su gloria. Lo que esta congregación y nuestro mundo necesita, son cristianos sinceros. Este lugar, y el mundo que nos rodea, necesitan cristianos comprometidos con la obra de Dios sin importar el costo o el esfuerzo involucrado. Para eso, necesitamos volvernos a Dios, y gozar de ese despertar. Como Pablo dijo, “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14).
CONCLUSIÓN.
Mis hermanos, es tiempo de considerar nuestros caminos. ¿Estamos viviendo como los judíos en los tiempos de Hageo? ¿Ha hablado Dios a su corazón esta mañana? Si es así, entonces vuelva al Señor y sométase a su voluntad.