(Mateo 6:9-13). Esta mañana, consideraremos solo la segunda cláusula del versículo 9, “Padre nuestro que estás en los cielos”. Estas seis palabras ni siquiera forman una oración completa, pero contienen una gran cantidad de verdad cuya profundidad no se puede sondear y cuya amplitud no se puede medir. Enseñan la preciosa y poderosa verdad de que la oración representa una fuente de descanso. Noten conmigo el poderoso y precioso mensaje contenido en estas seis breves palabras, mientras mantenemos en mente nuestro tema, “Lo que nos enseña la oración modelo”.
LA ORACIÓN MODELO NOS ENSEÑA UNA RELACIÓN.
Dios es llamado, “Padre nuestro”. ¡Qué preciosa verdad es esta! Aquí estamos en el terreno sobre el cual podemos acercarnos a Él con nuestras oraciones. Sin embargo, es una verdad que no debemos tomar demasiado a la ligera.
Cuando Dios hizo al hombre a su imagen (Génesis 1:26), Dios se convirtió en el Padre de la raza humana en la creación, por eso Adán y otros son llamados hijos de Dios (cfr. Lucas 3:38; Génesis 6:2). Pero, cuando el ser humano cayó en pecado, el hombre decidió tener otro “padre” (cfr. Juan 8:44); es por eso que ahora, la única forma en que cualquier persona puede experimentar la paternidad de Dios, es a través del nuevo nacimiento (cfr. Juan 3:3, 7). Debemos nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu para poder ser salvos y tener a Dios por nuestro padre. Debemos ser lavados con su sangre, debemos ser perdonados de nuestros pecados, pues de otro modo, si permanecemos en pecado, no tenemos derecho alguno para llamarlo “padre nuestro”.
Así que, cuando recibimos su gracia, la cual llega a nosotros por el evangelio, somos adoptados y agregados a la familia celestial. El apóstol Pablo dijo en Romanos 8:15, “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. En Gálatas 4:5-7, el mismo apóstol declaró que Dios había enviado a su hijo al mundo, “para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”. De la misma manera, en Efesios 1:5, hablando de los santos, dice que fuimos escogidos en amor “habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”. Cuando somos salvos, entonces somos convertidos en hijos de Dios. De ahí que la exhortación de Juan tiene mucho sentido para nosotros, cuando dijo, “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2). Esta nueva relación abre la puerta para tener acceso a Dios como nuestro Padre.
La mayoría de las religiones antiguas, no concebían a Dios como “Padre”. Los judíos, por su parte, aunque entendieron mejor este concepto de Dios, aun así, tenían muchos nombres para referirse a Dios en sus oraciones. Por ejemplo, un judío que estuviese necesitado, oraría a “Jehová-yiré” (Génesis 22:14/Biblia Hebrea Interlineal de Estudio), lo cual significa, “Jehová proveerá” (RV1960). Si ese mismo judío estuviese ansioso, entonces invocaría a “Jehová-salom” (Jueces 6:24), lo cual significa “Jehová es nuestra paz”. Si por alguna razón ese judío se sintiese solo o con miedo, entonces invocaría a “Jehová-sama” (Ezequiel 48:35), que significa, “Jehová está allí”. Si, por otro lado, este judío necesitase dirección o guía, entonces la pediría a “Jehová-roi” (Salmo 23:1), que significa, “Jehová es mi pastor”. Si en un dado momento este judío estuviese enfermo, clamaría a “Jehová-rafá” (Éxodo 15:26), “Jehová es nuestro sanador”. Y así, podría citar muchos, pero muchos nombres; sin embargo, creo que el punto es claro.
Cuando Jesús enseñó sobre la oración a sus discípulos, no los refirió a las fórmulas y nombres complicados, sino que dijesen, “Padre nuestro”. ¡Qué bendición! No tengo por qué averiguar qué nombre de Dios necesito usar, sino que basta con llamarlo, “Padre nuestro”.
Puesto que Dios es nuestro Padre, Él nos lleva en Su corazón y tiene en mente nuestros mejores intereses. Mis hermanos, hay muchos hombres que pueden “engendrar” hijos, pero no siempre son “padres”. Dios no solo nos hace nacer en su familia, sino que él tiene la voluntad, los recursos y la capacidad para ser nuestro padre. Él ha prometido sustentarnos, proveernos y cuidarnos hasta que lleguemos a casa en gloria (cfr. Mateo 6:25-34; 10:29-31; Filipenses 4:19). Es común que todo padre terrenal tenga el mismo deseo de Dios para con sus hijos. Quieren satisfacer todas sus necesidades, pero a veces no tienen los recursos necesarios para lograrlo. Eso nunca lo debemos temer de nuestro padre celestial. Él tiene todo lo que necesitamos, y tiene la sabiduría para darnos exactamente lo que es requerido (Salmo 24:1; Salmo 50:10; Efesios 3:20).
Gracias a Dios podemos descansar en nuestra relación con él, sabiendo que cuando lo invocamos, él nos escucha porque nos ama y se preocupa por lo que enfrentamos. Él es nuestro Padre y nos ha llamado a su presencia (cfr. Jeremías 33:3; Mateo 11:28; Hebreos 4:16).
LA ORACIÓN MODELO NOS ENSEÑA UNA REALIDAD GLORIOSA.
Tome nota de las palabras que dicen, “Padre nuestro QUE ESTAS en los cielos”. Que estás, que estás. Dos palabras, “que estás”. Estas dos palabras están llenas de gloria. Nos recuerdan que servimos al Dios que es real y que no es producto de nuestra imaginación.
De hecho, la fe en la existencia de Dios es la base o el fundamento sobre el cual podemos acercarnos a él. Hebreos 11:6, dice, “Sin fe es imposible agradar a Dios. El que quiera acercarse a Dios debe creer que existe y que premia a los que sinceramente lo buscan” (NBD 2008). Este texto nos enseña que debemos creer que Dios existe y que Él escucha y contesta la oración, si no, entonces estamos orando en vano. Mis hermanos, ¡Dios es real! Y cuando invocamos su nombre, no estamos hablando al aire. Cuando leemos su palabra, no estamos leyendo filosofía, ni tampoco máximas, producto de la inteligencia humana, sino la voluntad del Dios que es real. Por eso, cuando oramos, debemos hacerlo con toda certeza y con toda la confianza en su sabiduría para dejar todo sobre sus manos, y aceptar humildemente su dirección.
Esta mañana estoy agradecido porque sirvo al Dios que “es”. Él no es “el Dios que fue”, o “el Dios que será”, si el que es. Esto fue lo que le dijo a Moisés en la montaña allá en Éxodo 3:14, “YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. Esto nos recuerda que Dios es eterno. Él es sin cambios desde la eternidad y por la eternidad.
Como el “YO SOY”, Él no mora en el pasado, ni existe en el futuro, ¡sino que siempre está presente! Nuestro pasado es Su presente y nuestro futuro también es Su presente. Él ve todo, sabe todo y comprende todo. Él conoce nuestras necesidades más profundas e incluso las necesidades secretas de nuestro corazón. Y, además, Él es capaz de hacer algo acerca de todos ello.
Puesto que Dios es real, y puesto que Él no cambia, usted y yo podemos acercarnos a Él con confianza, descansando en Su realidad. ¡La oración no es un ejercicio inútil! No es simplemente enviar palabras al aire. ¡No! La oración es un corazón humilde que se acerca a un Padre santo y celestial. La oración es un santo redimido que entra en la presencia del Dios santo para presentar sus necesidades y alabanza en Su trono de gracia. ¡Dado que Dios es real, la oración es real! Dado que Dios es real, hay poder en la oración. ¡Descansemos en esa esperanza y ejerzamos nuestro derecho de entrar en Su presencia!
LA ORACIÓN MODELO NOS ENSEÑA UNA REALIZACIÓN.
Cuando la Biblia nos dice que nuestro Padre habita “en los cielos”, nos está diciendo que Él ocupa un lugar de honor, gloria y poder. Como está en el Cielo, está por encima de los males y de los problemas de este mundo. Puesto que Él está en el Cielo, Él está en condiciones de moverse con poder en respuesta a nuestras peticiones. Puesto que está en el cielo, está en condiciones de ser exaltado y honrado por los que moran abajo en la tierra. Esto sugiere una o dos cosas que debemos tener en cuenta cuando oramos.
Debemos entrar en su presencia con humildad. Nuestro Padre es Dios. Él hizo este mundo. Él es maravilloso; y, en comparación, nosotros somos viles y malvados (cfr. Isaías 64:6). Si no fuera por la limpieza que nos proporciona la sangre de Jesús cuando confesamos y abandonamos nuestros pecados (cfr. 1 Juan 1:7), no tendríamos derecho a entrar en su presencia. De hecho, cuando entramos, solo podemos hacerlo a través de Jesús, nuestro salvador y mediador (1 Timoteo 2:5). Así que, cuando venimos en su nombre, en el nombre de Jesús, podemos estar delante de él y obtener una respuesta (Juan 14:13-14; Juan 15:16; Juan 16:23-24). Por tanto, aprendamos a acercarnos humildemente al trono de la gracia, recordando lo que somos y dónde nos encontró; recordando que, si no fuera por su gracia y la sangre de su Hijo, no tendríamos derecho ni oportunidad alguna para estar en su presencia.
Debemos entrar en su presencia con fe. Eso puede sonar como una contradicción con lo que he dicho antes, pero no lo es. El texto dice que “sin fe es imposible agradar a Dios”. Así que, al orar, debemos tener la certeza que nos escuchará y que nos responderá para su propia gloria. Acercarse a él con dudas, es cerrar la puerta de la oración: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6-8). En contraste, Jesús dijo, “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22).
Debemos entrar en su presencia con adoración. Sobre este punto hay mucho qué decir, y espero hacerlo en otro sermón en el futuro, y ahora les puedo decir que cuando nos acercamos al Señor en oración, debemos recordar a Quién le estamos hablando. Él es Dios. Él es Señor. ¡Él es asombroso! Acerquémonos a su presencia para adorarlo, honrarlo y glorificarlo. Hacerlo nos coloca en una posición de comunión cercana con Él y abre los almacenes de Su gloria en nuestras vidas.
Debemos entrar en su presencia con esperanza. Lo que quiero decir es esto: nuestro Padre ya está en nuestra casa celestial y nos espera nuestra aparición allí. Por lo tanto, cuando oramos, simplemente estamos dirigiendo nuestra atención hacia el hogar. Desviamos la mirada, por la fe, a esa patria eterna que nos espera. No estamos buscando respuestas para los problemas de esta vida, más bien, estamos buscando beneficios celestiales. Estamos buscando aquellas cosas que se originan en nuestro nuevo hogar. No queremos este mundo y lo que puede dar, la oración nace del deseo de ver florecer el Cielo mientras estamos en la tierra.
LA ORACIÓN MODELO NOS ENSEÑA UNA RESPONSABILIDAD.
Notarán que a Dios se le llama “Padre nuestro”. Él no es simplemente “mi Padre” o “su Padre”, sino que es “nuestro”. Esto nos recuerda que cuando oramos tenemos la responsabilidad de orar como parte de una familia.
Esto nos enseña que tenemos el deber ante el Señor de orar unos por otros. Debemos llevar las cargas los unos de los otros al trono de la gracia (Gálatas 6:2; Filipenses 2:4). Una de las maneras más fáciles y puras de cumplir el Segundo gran mandamiento es llevar a nuestro hermano y sus necesidades al trono de la gracia en oración.
Debo recordar, como parte de una familia, que no tengo derecho a orar por cosas que son de naturaleza egoísta. Debo estructurar mis oraciones para que reflejen lo que es mejor para toda la familia de Dios, no solo lo que creo que es mejor para mí. Por ejemplo, cuando hay una situación en la iglesia que necesita oración, no debo pedirle a Dios que resuelva las cosas de la manera que yo quiero que se resuelvan. Debo orar para que Dios haga lo mejor para su familia y para su gloria, ¡aunque no sea lo que yo quiero! Él no es solo “mi Padre”, ¡Él es “nuestro Padre!”
Era ley entre los romanos que nadie debía acercarse a la tienda del Emperador de noche, bajo pena de muerte. Una noche, sin embargo, un soldado fue encontrado cerca de la tienda real, sosteniendo en su mano una petición que pretendía presentar a su amo y, por lo tanto, fue sentenciado a muerte. Pero el Emperador, oyendo voces y preguntando qué pasaba, y oyendo que un soldado se había entrometido dentro de los límites prohibidos para presentar una petición, y que estaban a punto de tratar con él de acuerdo con la ley, dijo: “Si la petición es por sí mismo, que muera; pero si por otro, perdónale la vida.” Se supo que era por dos de sus compañeros soldados que había venido a interceder, quienes se habían quedado dormidos mientras estaban apostados en la guardia. El Emperador, complacido, ordenó que él escapara de la muerte, y que ellos también escaparan del castigo. ¡Dios es honrado y bendecirá cuando los nuevos se tomen el tiempo de actuar como si fuéramos parte de Su familia!
CONCLUSIÓN.
Hoy hemos aprendido varias lecciones que la oración modelo nos enseña. Y ante tales enseñanzas, pregunto, ¿ha tocado Dios un área de su vida que necesitan de él esta mañana? Si lo ha hecho, entonces ahora ya sabe cómo acercarse a él, y como dirigirse a él. Basta que lo haga, basta que se acerque a nuestro padre celestial.
Mi hermano saludos y bendiciones, gracias por su labor y gran esfuerzo.