Texto bíblico: Hechos 8:26-40.
Las diversas historias que leemos en el libro de los Hechos, son en gran manera emocionantes. Por ejemplo, nos maravilla ver la manera en que el apóstol Pedro, junto con los otros apóstoles, predicaron el día de Pentecostés, dando inicio a la extensión del evangelio de Cristo por el mundo. El impacto del evangelio sobre ese mundo fue en gran manera extraordinario, de tal suerte que leemos sobre la conversión de miles de personas. Sin embargo, y a pesar del gran éxito que el evangelio tuvo ese día, de entre los santos vemos que Dios levanta hombres que siguen llevando el evangelio a todo lugar donde sea necesario. Es en ese contexto que encontramos a Felipe, el evangelista. Este hombre, junto con otros seis, había sido reconocido por la iglesia en Jerusalén como un creyente de buen testimonio, lleno del Espíritu Santo y de sabiduría. Y desde luego, con estas cualidades espirituales, no es sorpresa que en el corazón de ellos estuviese el celo por predicar el evangelio al mundo.
Por vía de ilustración, el Espíritu Santo se enfoca en el ministerio de predicación de Esteban y de Felipe. No es que los otros santos no predicaran, también lo hacían, pero si de dar ejemplo se trata, con estos dos fue suficiente. Sin embargo, de uno de ellos, la Biblia nos dice que, terminó muerto por predicar la palabra del Señor; para luego desatarse una persecución en contra de todos los santos. Dos elementos vemos aquí: La muerte de uno que predica el evangelio, y una gran persecución. ¿Qué hicieron los hermanos ante esos dos hechos lamentables? Dice la Biblia en Hechos 8:4, “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio”. La muerte de uno de los hermanos, y la persecución no fue motivo para dejar la obra de lado. Y así, vemos que, “Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo” (Hechos 8:5). La obra de este hermano allí en Samaria fue de gran bendición. El verso 12, de Hechos 8, dice que, “cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres”.
Sin embargo, y a pesar de esta buena obra que se realiza allí, el Señor envía a Felipe al desierto de Gaza. Dice Hechos 8:26, “Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto”.
Uno pensaría que habría habido alguna especie de caravana o asentamiento al que Felipe iba a llegar, pero la verdad es que Dios lo ha enviado a testificar a un individuo en particular. No iba a predicar a las masas, sino a un solo hombre. Esto es asombroso, y nos muestra cómo es que Dios extiende su misericordia incluso a un solo hombre. Por eso, estimado amigo, usted que no es cristiano, jamás debe pensar que Dios no tiene interés por usted. Al contrario, cuando Jesús murió en la cruz del calvario, lo hizo también por usted. Y aunque es verdad que nuestra vida sin Dios es como un desierto, también es verdad que hasta allí Dios extiende su misericordia.
¿QUÉ ENCONTRÓ FELIPE EN EL DESIERTO?
Encontró a un buscador (v. 27). En la lectura bíblica, leemos de “un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar” (v. 27). Esto nos dice que era un hombre de gran autoridad. Un hombre muy importante, pues estaba sobre todos los tesoros de la reina de Candace. ¿Y qué hace un hombre como él atravesando este desierto? ¿Acaso vino por asuntos políticos? ¿Acaso vino por una cuestión de negocios? ¿Por qué invertir tanto dinero, tanto tiempo y aún su propia vida para viajar desde su tierra hasta Jerusalén? Mis hermanos, el viaje de este hombre me dice algo sobre él. No solo me dice que este hombre está buscando algo, sino que lo está buscando con mucho afán.
Encontró a un buscador ansioso: “Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías” (v. 27-28). Este hombre era la clase de personas que tiene todo lo que uno pudiera desear. Tiene un buen empleo, tiene buenos recursos económicos. Tiene una buena posición… pero, está buscando algo más. Este viaje nos dice que está buscando algo más. Él ha viajado cientos de kilómetros para adorar en Jerusalén, y ahora, mírelo, viene leyendo al profeta Isaías. Este hombre ha participado en un gran evento religiosos, y no tiene llene. Él sigue leyendo la Escritura. Él sigue meditando en las palabras de Dios. Él quiere más de lo que la religión que ahora estaba practicando le ofrecía. Había participado de rituales y sacrificios, pero todavía quiere más. Mis hermanos y amigos, Dios siempre es sensible al corazón que ansía más de su voluntad. Dios siempre está atento de aquellos que desean conocerle más. ¿Quiere usted más de Dios?
Felipe encontró a un hombre vacío (v. 30-31). Cuando Felipe hizo contacto con el etíope, encontró a un hombre con hambre del Señor. Estaba leyendo las Escrituras, pero no podía entender lo que allí leía. Por eso, cuando Felipe le preguntó, ¿entiendes lo que lees? Él quiso que Felipe se uniera a él y le explicara lo que allí decía.
Este hombre había invertido tiempo en Jerusalén, cerca de autoridades religiosas, pero seguía vacío por dentro. Había miles de personas religiosas reunidas en Jerusalén, pero nadie pudo satisfacer el anhelo de su alma. Él quería más de lo que la religión ritualista podía ofrecerle. Este hombre estaba buscando la comunión con el Señor.
Mis hermanos y amigos, aquí encontramos UNA VERDAD FUNDAMENTAL para todo ser humano: Jesús es el único que puede satisfacer nuestra necesidad de Dios. Sólo él puede saciar un alma vacía. Usted puede buscar llenar ese vacío con dinero, con trabajo, con alguna religión humana o practicando el pecado, pero al final del día, seguirá tan vacío como al principio. El ser humano fue creado con el aliento de Dios, y por eso, al habernos alejado de él, nuestra alma tiene ese vacío y ese anhelo por retornar a él. Jesús dijo, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).
¿Cómo vino el Señor a usted? En mi caso, me estuvo siguiendo por algunos años. Aunque yo me resistía y buscaba alejarme lo más posible de él, de una u otra manera, se me hacía presente. Y, finalmente, bastó que alguien me hiciera la sencilla y simple pregunta, “Y tú, ¿ya has nacido de nuevo?”. Recuerdo que fue un fin de semana, y entonces, para el domingo, y después de la predicación, pasé al frente arrepentido de mis pecados, confesé a Jesucristo como el Hijo de Dios, y fui bautizado para el perdón de mis pecados, teniendo la certeza de que el Señor mismo me añadiría a su iglesia. Por eso, si ahora usted está escuchando la palabra de Dios en este momento, le puedo asegurar que no es una casualidad. Está oyendo, simple y sencillamente porque el Señor le está llamando. Usted ha sido amado por Dios tanto, que envió a su hijo a morir en la cruz por usted, y hacer posible el perdón de sus pecados. Tal vez usted nunca imaginó que este sería el día, ni el lugar donde Dios le llamaría, pero así es él. Llamó a Abram mientras estaba en Ur de los caldeos, y llamó a este hombre en el desierto. Ahora, le está llamando a usted, pues usted, como este hombre africano, también está vació y, de hecho, está muerto en sus pecados. ¡Él quiere salvarlo hoy!
Es interesante que, estando entre muchos hombres educados en Jerusalén y, de hecho, quienes eran tenidos como grandes autoridades religiosas, jamás le pudieron enseñar personalmente acerca de lo que las Escrituras decían. Pero ahora, en medio del desierto, Felipe se acerca a él, y no solo le explica acerca de las Escrituras, sino también le comparte el evangelio de Jesús. Felipe no tenía un folleto. Es más, ni siquiera tenía un Nuevo Testamento. Bastó este texto de Isaías, para que, a partir de allí, le anunciara el evangelio. Esto es interesante, pues, en esos tiempos, todo fundamento bíblico que los predicadores usaban cada vez que predicaban el evangelio, no era otra cosa que las Escrituras del Antiguo Testamento. Pedro así lo hizo el día de Pentecostés. Pablo así lo hizo en todas partes donde predicaba, y desde luego, también Felipe lo hace aquí mismo. Mis hermanos y amigos, el mensaje que predicamos hoy, no es un cuento de hadas. No es una historia ficticia. Se trata de un mensaje presente desde los primeros escritos de la Biblia. El evangelio acerca de Jesús tiene sus orígenes en la mente de Dios. Fue prometido en la era patriarcal. Fue anunciado por los profetas. Fue preparado en los días de Cristo. Y luego de la muerte del Señor, es una realidad para todo el mundo. No, no es un cuento, no es un mito, es la verdad que puede hacer libre a los hombres de la condenación eterna. Por eso Felipe, “abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:35)
Felipe le habló acerca del salvador (v. 32-35), y de cómo, providencialmente, este salvador fue la provisión necesaria para su alma. Mis hermanos, cuando el eunuco leyó acerca de los padecimientos del salvador; no entendía por qué un hombre tan importante como es el Hijo de Dios, pudo haber sido tratado de esa manera, hasta llevarlo a la muerte. ¿Por qué el Hijo de Dios no se defendió a sí mismo? ¿Por qué soportó todos los tormentos de la cruz cuando Él no había hecho nada para merecerla? ¿Por qué Dios permitiría tal cosa? Me imagino a Felipe respondiendo con toda amabilidad: “¿Sabes por qué? Por ti”. Jesús vino para que pudiéramos ser salvos. Él era Dios en la carne, completamente Dios y completamente hombre. Caminó sobre esta tierra y nunca pecó ni necesitó ser perdonado. Pero Él, voluntariamente, se ofreció como el pago favorable para expiar nuestros pecados. Jesús murió para perdonarnos. Nosotros éramos los culpables; Él era inocente. El recibió la muerte y nosotros la vida eterna.
Por eso, cuando el etíope escuchó esto, escuchó un mensaje poderoso, es decir, “el evangelio de Jesús” (v. 35)
Aquí encontramos que Felipe predicando de Jesús. El no predicó un mensaje de obras o rituales religiosos. Predicó a Jesús como el único camino de salvación. Fue un mensaje de poder. La predicación de Jesús sigue siendo un poderoso mensaje hoy. No puedo pensar en una cosa que cambie la vida de un hombre como lo hace la predicación de Jesús. El eunuco no necesitaba más de lo mismo de siempre, religión; necesitaba oír hablar de Jesús. El mensaje de Cristo debe ser compartido con aquellos que están perdidos. No necesitamos una teología diluida. No necesitamos asesoramiento financiero ni curación por la fe. ¡Necesitamos la predicación de Jesús en nuestros días!
Cuando el mensaje del evangelio es escuchado y recibido, provoca el cambio en una serie de eventos.
Primero, la persuasión del pecador (36-39). El eunuco se dio cuenta de su necesidad del Señor, y aprendió cómo beneficiarse de la muerte de Cristo. Por eso, cuando Felipe le explicó sobre la necesidad de ser bautizado para el perdón de sus pecados, al llegar a cierta agua, “dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36)
Segundo, la fe de corazón (v. 37). Esto es muy interesante, pues, en este texto se hace evidente que, el eunuco no podía ser bautizado, en tanto no creyera de todo corazón que Jesucristo es el Hijo de Dios. Hoy en día muchos buenos hermanos ponen un énfasis desmedido en el bautismo, tomando a la ligera la fe de aquel que es bautizado. Otros muchos, ponen mucho énfasis en ciertas doctrinas bíblicas que les distinguen de otras iglesias, para luego proceder al bautismo de aquel que las recibe. No, mis hermanos, el hombre que ha de ser bautizado, según está aquí Escrito, necesita creer de todo corazón que Cristo es el Hijo de Dios. Necesita estar plenamente convencido de que Jesús es divino. Necesita gozar de la certeza, de que Jesús no solo es hombre, sino también Dios. Es lamentable que haya muchos bautizados, pero bautizados solamente. Eso no debe ser así. La fe en el salvador, en su naturaleza divina es algo necesario, y de hecho, imprescindible para una persona sea bautizada. Por parte del etíope, él dijo, “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (v. 37b). ¡Alabado sea el Señor! Este hombre ahora puede descender a las aguas para ser bautizado y recibir el perdón de sus pecados, precisamente porque ha creído en Jesucristo como el Hijo de Dios. El apóstol Juan, en su evangelio, dijo, “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:30-31)
Tercero, la salvación implicó cambios en su vida. En el verso 39, al final, dice que el etíope “siguió gozoso su camino”. Es verdad que muchas circunstancias externas y físicas no cambiaron, pues él todavía era un africano que tenía como destino su hogar. Pero, aquí leemos sobre un cambio significativo que inició en su corazón. Haber creído de “corazón”, produjo un cambio en su corazón. Mientras que en él había pecado, vanidad y muerte, ahora hay vida, y vida en abundancia. Mientras que en su corazón había tinieblas, ahora está la luz del evangelio. Mientras que antes estaba engrosado con el pecado, ahora estaba totalmente sano. El mundo, viviendo sin Cristo, no puede entender este cambio. No puede entender cómo es que un hombre puede ser feliz, aun cuando las circunstancias a su alrededor son adversas y sumamente amargas. No pueden entender la paz, la vida o el gozo que hay en el corazón de aquel que rinde su vida al Señor. Y usted, usted tampoco lo entenderá en tanto no crea de todo corazón en el Señor. Este hombre había estado quebrantado de corazón, y ahora ha sido sanado. Ese gozo es la experiencia común de todos aquellos que son librados de la potestad de las tinieblas. Esto mimo experimentó el carcelero y su casa, precisamente cuando obedecieron el evangelio. Dice Hechos 16:33-34, “Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios”.
Conclusión:
¿Qué ha de usted? Hoy, como sucedió aquel etíope en el desierto, usted también tiene la oportunidad de ser salvo.